jueves, 27 de marzo de 2014

ASÍ APRENDÍ A CONDUCIR (2)

PRIMERA ETAPA, DE 0 A 12 AÑOS  (1)

Sobre que no lo sabía todo sí era y soy consciente, pero cuando algunos alumnos me preguntaban por cómo me había ido a mí cuando empecé a aprender a conducir, al principio, hace ya unos cuantos años, sólo pensaba en mi paso por la autoescuela y eso era lo que les contaba. Después me di cuenta que, en realidad, había empezado mucho antes, literalmente, en mi más tierna infancia.

El antiguo cruce de carreteras de El Berrón en la actualidad.
Fuente: www.lne.es
Nací en una pequeña aldea llamada Xixún situada muy cerca del centro geográfico de la provincia de Asturias en casa de mi abuela materna (Güeli) en la que a la sazón vivía de alquiler, viuda (su marido había sido asesinado por los fascistas, como decía ella, y era cierto, cuando la guerra) y con dos hijas solteras de un total de siete, el último un varón, y una de las chicas fallecida trágicamente un día de San Pedro con 18 años atropellada por un tren. No llegué a conocer a mi tía Carmina, pero siempre ha estado y está presente en ese territorio de los afectos en los que ni la muerte es frontera.

La casa de Güeli tenía planta baja, un primer piso y desván, a mí me parecía muy grande; había sido tienda -aún conservaba mostrador y estanterías- y mi abuela la convirtió en una informal fonda en la que ofrecía cama y comida a los viajeros. Güeli llegó con sus hijos a aquella casa después de sufrir tres desahucios inmediatos a punta de pistola y bayoneta, por supuesto, sin intervención de ningún juez. Ya allí, poco a poco, la fueron dejando en paz.

En el lado opuesto del mostrador y un poco más al fondo había una mesa de madera enorme con bancos corridos donde comían los forasteros y que vino a convertirse para mí en el aula de teórica. Pero antes debo decir que Xixún está muy cerca de un pequeño pueblo llamado El Berrón donde se cruzan dos carreteras y dos líneas de ferrocarril entonces bastante importantes, lo que dio motivo a que ese lugar fuese una zona muy castigada por la aviación durante la guerra.

Tanto las carreteras como las vías férreas tenían, y tienen, la misma orientación: norte-sur y este-oeste. Las primeras comunican Gijón con la cuenca minera del Nalón y es la salida natural de esta, antes, fundamental fuente de energía hacia el mar; la carretera, conocida con el nombre de “Carbonera”, hacia el sur llega al puerto de Tarna y pasa la Cordillera Cantábrica adentrándose en la provincia de León. Las otras vías comunican Oviedo-Santander, llegando por el oeste hasta Galicia y su frontera con Portugal y por el este hasta  San Sebastián y Francia. A quien no la conozca, le recomiendo vivamente que viaje y disfrute por esta ruta cantábrica, seguro que no se arrepiente.
Cruce de vías de tren en El Berrón.
Desde la casa del fondo y hacia la derecha, Xixún.

Fuente: www.spanishrailway.com
La pequeña localidad de El Berrón, tan estratégicamente situada, hizo que en los años cuarenta y cincuenta populasen por allí muchos viajeros y que mi abuela y sus hijos pudieran sobrevivir. Cuando llegué a este mundo mis padres vivían en El Entrego, pueblo situado en la misma carretera pero unos 20 km más al sur, en el corazón de la cuenca minera. La casa de Güeli, en la que nací, estaba y todavía está al pie de esa carretera, como mi padre viajaba mucho y pasaba por esa casa, prácticamente a diario, mi madre y yo solíamos estar mucho más en ella que en El Entrego.

Mi padre tenía un camión Dodge con el morro granate y negro que me parecía una preciosidad y un coche Renault 4/4 matrícula de Alicante. Con el primero transportaba carbón desde las minas para cargar en barcos en los puertos de Avilés y Gijón (El Musel), también llevaba carbón regularmente a Covadonga (recuerdo un viaje que hice con él), a Bilbao y a San Sebastián, entre otros lugares.

Al lado de la casa de Güeli casi siempre había algún camión, coche o moto parados, sobre todo a la hora de comer. Si no llovía y estaba por la calle jugando, bueno, calle como tal no había, estaba la carretera y “les caleyes” como se denomina en asturiano a los caminos, en cuanto veía algún automóvil a la puerta de casa iba hacia ella, contemplaba el vehículo antes de entrar, daba vueltas a su alrededor, e intentaba averiguar cómo habría que hacer para conducirlo, sin tocarlo, por supuesto.

La que fue la casa de Güeli en la actualidad.
Carretera carbonera sentido Langreo hacia el fondo.
Todo está muy cambiado, la casa era de piedra,
tenía un banco a cada lado de la puerta, la carretera más estrecha...
Luego, si veía que estaban hombres sentados en la mesa y había algún hueco en alguna de las esquinas, me acercaba poco a poco y me quedaba de pie en ese espacio escuchando lo que aquellos conductores contaban de carreteras, camiones, coches y motos. Me quedaba ensimismado, con las manos apoyadas en la mesa y estirándome para poder verlos y oírlos mejor. No decía nada ni molestaba, escuchaba en silencio y quieto.

Sin saberlo, estaba asistiendo a mis primeras clases teóricas. Recuerdo oír hablar mucho del problema del sueño, de conducir con lluvia y niebla sin ver nada, de compañeros que decían que se habían matado saliéndose de la carretera o chocando contra un árbol, de que -generalmente- se quedaban aprisionados entre el respaldo del asiento y el volante al meterse este hacia adentro como consecuencia del golpe, entonces las columnas de dirección eran realmente así: rígidas, no estaban divididas en distintos sectores unidos por rótulas que permitiesen que rompieran estas y el volante se quedase en su sitio, como unos años después se empezaron a hacer. 

También era frecuente oír que muchos se quedasen sin frenos y que en la primera curva algunos saliesen rectos a causa de ello; contaban aquellos pioneros con admiración cómo fulano o mengano se habían salvado gracias a que habían saltado del camión en marcha antes de rodar este por algún precipicio; me acuerdo de que se hablaba mucho de los numerosísimos pinchazos que sufrían y, que a veces, después de pinchar más de una vez y quedarse sin rueda de repuesto, desmontaban el neumático de la llanta, rellenaban esta con hierba, la montaban y seguían ruta. 

Naturalmente, todas estas cosas eran carbón que quemaba rápidamente en la caldera de mi imaginación. Me veía protagonizando esas historias que, curiosamente, no me producían ningún miedo porque yo sería un buen chófer que conduciría muy bien y no me pasarían, y si me quedaba sin frenos (me resultaba lo más preocupante) saltaría a tiempo del camión antes de que se saliese de la calzada o justo en el comienzo para caer sobre la hierba, más blanda que el asfalto. No era fácil, pero de vez en cuando y sin que nadie me viese, me sentaba en la mesa ayudándome con una silla y saltaba para ver si sería capaz de abandonar el camión a tiempo.

Renault 4/4
Sólo hay un intermitente a cada lado, a la derecha de la puerta trasera.
Fuente: lacomunidad.elpais.com
Esto último, entre otras cosas, es una de las razones por la que tantas personas se han resistido a utilizar luego los cinturones de seguridad. Incluso en este siglo, me he encontrado con algún joven alumno que todavía me argumentaba muy seriamente que el cinturón impediría salvarse caso de tener que saltar de un vehículo en marcha y sin control. En esos casos, siempre le recordaba que desde un camión es posible saltar porque dentro de su cabina te puedes poner de pie, o casi, pero desde un coche es muy difícil, enseguida tropezamos con el techo y no nos podemos colocar erguidos. Debo confesar, que en el primer año trabajando en la autoescuela en pista cerrada y con el coche andando en primera con un punto de aceleración (en aquellos años se utilizaba uno manual que se podía regular y mantener fijo con una tuerca) algunos compañeros y un servidor logramos bajar y subir del coche en marcha y hacer maniobras corriendo a su paso desde fuera, pero era muy difícil y una de las veces casi me atropello yo solo.

Uno año antes, estando en la mili con un compañero, solos, en una de las calles de los polvorines también subimos y bajamos de un camión en marcha, además de conducirlo desde el estribo, pero era mucho más fácil.

Camión Dodge años 50
Fuente: www.encamion.com
Algunos de aquellos hombres que comían en aquella mesa tan grande, de vez en cuando, me invitaban a dar una vuelta en su camión, coche o moto. Ni pedía permiso, no fuese que me dijeran que no, les seguía pegándome a su paso, trepaba a la cabina del camión y me sentía feliz, muy feliz, aunque casi no viese nada del exterior. Me gustaba cualquier vehículo, pero sobre todo el camión. Esa sensación de ir ahí arriba... Así recibí lo que se podrían llamar clases prácticas de oyente. No eran las primeras, desde luego, pues estas comenzaron antes con mi padre y en el coche; pero no desperdiciaba ni una sola oportunidad.

Cuando estaba mi padre entre aquellos comensales, acabado el almuerzo, él solía echar un poco la siesta y dejarme entrar en la cabina del camión a mí solo entre tanto; si había ido con el coche también. Para esto me gustaba más el coche porque ponía algún cojín y veía mucho mejor. Así, sin tampoco saberlo, empecé a recibir clases con simulador. Pero de esto hablaré en el próximo capítulo, pues aparte del 4/4 y del camión Dodge utilicé más.

Esteban

14 comentarios:

  1. Fascinante relato. Asturias (y su historia) me es muy desconocida. También creo que no he conocido a nadie que saltara de un coche en marcha. Tampoco recuerdo haber visto un camión Dodge por aquí. Eso sí, lo de apañar neumáticos de maneras variopintas sí que me trae recuerdos, pero de ciclista: en los 80 los arreglábamos con 'chicle'... Saludos y gracias por el relato!

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    1. Moltes gràcies, Elisa, por calificar como fascinante mi historia.
      Subir o bajar del coche en marcha para mí nunca ha sido fácil, pero lo hacíamos a muy baja velocidad, desde luego.
      ¿Funcionaba lo del chicle? Imagino que sí, es una idea buena y práctica. Nunca lo hice, siempre llevaba mi cajita con parches, pegamento, lija, herramientas y un trapo.
      ¡Saludos!

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    2. Es la historia de una familia que sufrió un horror y que salió adelante y la de los sueños de un niño. Gracias por explicárnosla.

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    3. Así es, Elisa. Pero, desgraciadamente, en aquellos tiempos no fue ninguna excepción.
      Bueno, es primavera, y la vida explota llena de color y alegría. Celebrémoslo, Elisa.
      Gràcies a ti, bona nit!

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    4. Es cierto, es la historia colectiva, pero no está de más que nos la expliquen en personas concretas. Saludos!

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    5. Cierto. Humaniza la Historia y quizá haga más fácil evitar su repetición, ayuda a descubrir la semilla de Caín en uno mismo y anima a dejarla morir de inanición, sin abonarla. ¡Ojalá!
      ¡Saludos!

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  2. Esta historia tuya tiene mucho encanto Esteban, y me trae buenos recuerdos. Mi padre llevaba un Magirus, y en verano, me llevaba alguna tarde con él. No veas la ilusión, mi madre me ponía la merienda y... al camión. Llegábamos a unos caminos donde descargaba, me ponía encima de él y yo cogía el volante. Un abrazo amigo.

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    1. ¡Ay, amigo! El Magirus era un señor camión, y elegante. Me alegro por la feliz coincidencia. Esas cosas, de niños, suponen un disfrute tan, tan excepcional... Es que los mejores juguetes, son las cosas reales, las que utilizan los mayores, ¿verdad? No hay nada comparable a eso.
      Feliz fin de semana. Un abrazo.

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  3. ¡Ay, Esteban!!!

    Que historia la de aquellos tiempos, ojalá nunca más vuelva nadie a pasar por ello. Tu abuela debe haber sido una luchadora para criar a sus hijos sola en esos tiempos de depresión social y de horror. Siento en el alma la muerte de su hija, es la peor cosa que le puede suceder a una madre.
    Me fascina esta lectura, los pinitos que tú hacías -soñabas ya de pequeño, subiéndote a una mesa para hacer la practica de saltar a tiempo por si quedabas sin frenos.
    No cabe duda que tienes por fuerza, ser un buen conductor de esos de primera; creciendo en medio me coches de camiones, con ese interés y ansia de ser conductor.
    Ha sido un inmenso placer asomarme a tu ventana y leerte, es tan hermoso relato.
    Te dejo mi felicitación, mi estima y mi gratitud.
    Un beso, y feliz fin de semana.

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    1. ¡Ojalá, Marina! Estoy contigo, nunca deberían suceder esas cosas en ninguna parte.
      Y mi abuela fue una mujer excepcional, sí, y muy buena, sin tener nada, nadie que llamase a su puerta se iba con las manos vacías, y cuando sus hijas o conocidas se lo reprochaban siempre contestaba "manos que no dais, qué esperáis". Lo tengo grabado, lo oí muchas veces. También creo que sobrevivir a un hijo es lo peor que a nadie le puede pasar.
      En fin, quedémonos con lo bueno y la alegría que me da saber que te ha gustado esta historia. Si necesitas un chófer, aquí me tienes; no lo sé todo, los hay mejores, estará feo que yo lo diga... pero soy bueno, sí, qué demonios; llevo muchos años aprendiendo, por torpe que fuese...
      Muchas gracias por tu comentario, Marina, destila frescura y bondad, algo muy poco común y muy de agradecer.
      Feliz domingo. Un abrazo.

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  4. Maravillosa tu historia
    Me has dejado con la boca abierta. Me he relamido en tus letras recordando parte de mi al leerte
    Gracias por compartir con nosotros lo que piensas

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    1. ¡Gracias, MuCha!
      Me dedicas unas palabras muy alentadoras que te agradezco enormemente. También es curioso y muy esperanzador, la cantidad de cosas que descubrimos en común a poco que nos mostremos.
      Muchas gracias, amiga.
      Un abrazo.

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  5. Mí querido amigo: Siento que en ti siga forjándose la huella de unos tiempos crueles donde la calma era el refugio de anhelos, ya que el pensar distinto era algo que podía ser motivo de tanto... En pocas palabras has dejado plasmado una situación que es la historia de tantos... Por eso y por mucho más, debemos de pensar que si se puede se llega y hacer un mundo mejor es función de todos. No debemos de olvidar nunca los tiempos que han sido mejores, y por supuesto los que han sido peores.
    Un abraciño,
    Rosa María Milleiro

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    1. Muchas gracias, querida amiga. Pero no, no lo sientas; seguramente me expliqué mal, porque no hay ninguna huella de aquellos tiempos de crueldad forjándose en mí, gracias a Dios. O al menos, no soy nada consciente de ello, y, desde luego, de ningún modo me gustaría llevar ese estigma. Sólo intentaba esbozar un poco el marco, ofrecer una idea del ambiente, porque, aunque lo peor ya había pasado y a mí no me tocó vivirlo, sí se respiraba una atmósfera gris y temerosa, densa, en la que acechaba la miseria, la del alma angustiada llena de rencor y miedo "capaz de insanos vicios y crímenes bestiales" que decía Machado.
      Pero la vida es un milagro lleno de fuerza, y sigue, y llega la primavera, las flores, la alegría y el sol; y, si nos fijamos hasta dónde llega la luz de sus rayos descubrimos que el mal se esconde en un rincón de nuestros corazones. Entonces es más fácil reconciliarse con el otro, no cuesta tanto darse cuenta de que... quién sabe, igual en sus circunstancias yo hubiese sido peor.

      Perdona, Rosa María, me he desviado. Pero me ha salido así, de corrido, sin poder parar.
      ¡Boa noite, un abraciño!

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