sábado, 31 de diciembre de 2011

AÑO NUEVO

SOÑAR SIN MIEDO
CONDUCIR SIN MIEDO
VIVIR SIN MIEDO
Si tragamos la píldora del temor, que tan paternalmente nos extiende la mano del poder, seremos esclavos en una sociedad sumisa en la que la libertad solo será un deforme espejismo.
Sigan soñando, pues un mundo mejor aún es posible.
Cada día, retrocede un poco la oscuridad.
URTE BERRI ON!   FELIÇ ANY NOU!   FELIZ ANO NOVO!   ¡FELIZ AÑO NUEVO!   HAPPY NEW YEAR!           
新年快乐   ¡FELICA NOVA JARO!*
En la tarde de ayer pasé por la Alhóndiga de Bilbao y encontré en el suelo, a modo de mosaicos, los deseos que muchas personas expresaron por escrito para el año que está a punto de nacer. Me gustaron y comparto todos, elegí estos dos:

                           
                






























(*) En las lenguas de España, en las que más se hablan en el mundo y en esperanto, un buen sueño que persiste y vive.

Esteban

viernes, 23 de diciembre de 2011

Y... ¿Por qué no?


¡Feliz Navidad!  Zorionak!  Bon Nadal!  ¡Feliz Nadal! 

С Рождеством!                  Merry Christmas! Frohe Weihnachten!   Joyeux Nöel!   Feliz Natal! 聖誕快樂 ! Buon Natale!   ¡Felica Decembro! ¡Felica Decembro! Buon Natale!  聖誕快樂 !    Feliz Natal! Joyeux Nöel! Frohe   Weihnachten!                        Merry Christmas! С Рождеством!   ¡Feliz Nadal! Bon Nadal! Zorionak! ¡Feliz Navidad! 


Esteban

viernes, 16 de diciembre de 2011

CHOQUE CON UN JABALÍ ❸

ANÉCDOTAS DEL VIAJE
No preciso de fundados motivos para hacer un viaje. En realidad, no me hace falta ninguno porque me gusta viajar y mi medio preferido para hacerlo es el automóvil, coche o moto, pero en automóvil. 
La semana anterior a la del 26 de noviembre, el señor Manuel (titular de las autoescuelas KM 1 y MADRID, de Salamanca) me había llamado para hacerme un importante pedido de libros para sus autoescuelas y para mostrarlos en un stand que iba a poner en la feria de coches que se celebraba en Salamanca ese fin de semana. Precisamente por esto (los libros ya se los había enviado por una empresa de mensajería) y porque yo solo disponía de un día para poder estar allí, decidí hacer el viaje de ida y vuelta desde Gijón ese último sábado de noviembre, en principio, el día de más afluencia de público.

Playa de San Lorenzo (Gijón) en la víspera del viaje.

Poco antes de las nueve de la mañana ya estaba con rumbo sur. Hacía un día espléndido y había poquísimo tráfico. Desde Benavente hay dos opciones para llegar a Salamanca: continuar por autovía hacia Tordesillas -se da un pequeño rodeo que, sin embargo, ahorra algo de tiempo-, o continuar por Zamora. Opté por esta posibilidad que conlleva ir durante 71,4 km por la N - 630, carretera convencional con un carril por sentido, testigo de mi tercer viaje largo conduciendo un viejo Simca 1000 desde Gijón a Morón de la Frontera (Sevilla), a tres paradas, 14 ó 16 horas de viaje y, por supuesto, sin un solo kilómetro de autovía.
Llegué a Salamanca a eso de las 13 h., buen número, en serio. La exposición era en las afueras de la ciudad, al lado del hotel Doña Brígida. Normalmente viajo sin GPS -ni lo tengo- y no me importa perderme, normalmente. Llegué a un punto, en el que estaba convencido de que el hotel debería estar muy próximo, pero no lo veía, así que pregunté a un hombre que pasaba por allí; este señor me dijo que, dado dónde estaba, lo más fácil era continuar recto aunque la pequeña carretera en la que me encontraba perdería su asfalto pero que el tramo de tierra por el que continuaba estaba bien y era corto y me dejaba al lado del hotel. Todo fue cierto, desde luego, pero me encontré con dos pequeños tramos encharcados de unos 7 metros de largo cada uno que me dejaron las salpicaduras de barro que pueden verse en la foto del coche.

Al lado de Salamanca, III Salón Auto Ocasión

Todas las personas que conocí en el stand de la Autoescuela KM 1 me dispensaron un buen trato: cordial, amable y cercano. La primera que conocí fue el señor Matías, con quien compartí mesa y mantel, buena comida y agradable charla; más tarde, a mi colega Manuel, con quien no pude conversar tanto como me hubiera gustado -había que atender al público, claro- pero me causó muy buena impresión, parece un hombre bueno, desprendido, generoso e infatigable trabajador. La idea del stand me pareció muy buena, pero mucho más lo activo y vivo que lo mostraba. Cualquier visitante podía participar en un sorteo, ver una presentación, hacer algún test, examinar el abundante material pedagógico expuesto, probar a andar sobre una línea con unas gafas con lentes distorsionadas que simula ver como si se hubiese superado la tasa máxima permitida de alcohol o se hubiesen tomado otras drogas... Desde luego, felicito a Manuel y a todo su equipo por el buen trabajo que les he visto hacer, para todos ellos, mis mejores deseos.
Entre el material pedagógico que tenía expuesto Manuel, disfruté con una preciosa maqueta que, aún siendo un clásico en muchas autoescuelas de España, a pesar de su antigüedad, sigue estando perfectamente vigente y continúa siendo de gran utilidad para toda aquella persona que, al menos, desee comprender los fundamentos básicos de la mecánica de un automóvil. También llamaron mi atención dos libros: Vivencias de Tráfico, el que más, y Era mediodía... de H. R. Cabrera sobre la historia de D. Demetrio Gómez Planche alma del Museo de Historia de la Automoción de Salamanca (MHAS) que, incomprensiblemente, todavía no conozco pero forma parte de mis propósitos hacerle una detenida visita el próximo año.

Stand de AUTOESCUELA KM 1 en el Salón

Tuve la suerte de que esa tarde pasara por el stand D. Valentín Martín Llamas, autor de Vivencias de Tráfico, conoce a Manuel y a Matías y éste me lo presentó. Hablamos, intercambiamos libros y dedicatorias y, por mi parte, me quedé con las ganas de retomar la conversación, algún día, con tiempo y sin prisas en una terraza de la Plaza Mayor de Salamanca, por ejemplo. Valentín, tiene una basta experiencia profesional de vida en la carretera como miembro de la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil que le da una perspectiva diferente de la mía del mismo fenómeno pero, sin duda, complementaria. 
Comencé a leer su libro al día siguiente y me costó dejarlo para atender a otras cosas que imperativamente requerían mi atención. Ayer lo acabé, fui leyéndolo a salto de mata y en cuanto pueda haré una lectura calma y seguida, a ser posible, toda seguida. Pero estoy en condiciones de recomendarlo muy vivamente a toda persona que conduzca o piense en hacerlo y, cómo no, a todos sus compañeros; aportará un plus de profesionalidad y saber hacer a su formación, nada desdeñable. Su lectura me arrancó carcajadas por momentos y me sumía en la tristeza en otros, mas de todos se aprende y por partida doble: de los hechos relatados en sí y de las acertadas reflexiones que los mismos provocan en el autor y que éste tan bien transmite haciéndonos partícipes de ellos y logrando una decidida implicación del lector en mejorar su tarea de conducir con el fin de reducir al mínimo la posibilidad de sufrir, o hacer sufrir a causa de un accidente.

¡Un buen regalo!

He de hacer una entrada sobre policía y tráfico, creo que no es prioritario, pero la haré. Puesto que ha salido el tema adelantaré una cosa, como pasajero y conductor he observado durante toda mi vida el trabajo de la Guardia Civil de Tráfico y, salvo excepciones de las que he sido testigo, relativas a dar mal ejemplo como conductores, en todo lo demás puedo asegurar que es admirable. Así lo he transmitido siempre a mis alumnos en las clases teóricas, seguro que muchos se acuerdan. Que cumplan con su deber, no evita que sigan siendo acreedores de nuestra gratitud. Aquí va la mía.
Dije que había presentaciones. En el stand. Durante buena parte de la tarde se proyectaron vídeos de tráfico, varios y en sesión continua. Los había ingleses, de la DGT, de países del este... Pero todos eran trágicos, todos mostraban la acción inmediata anterior a la tragedia y las consecuencias inmediatamente posteriores a la misma. A mí no me gustan estos vídeos, nada. ¿Quizá a alguien le sea útil? Tal vez, pero lo dudo mucho. Procuraba no mirar, pero resultaba difícil, me decía: “Esteban, estás curado de espantos, has visto unas cuantas veces esas cosas en vivo y en directo, te has manchado ropa y manos de sangre en más de una ocasión intentando averiguar si alguien estaba vivo o muerto...” Mas parece darse una curiosa paradoja: que la ficción es más real, a pesar de que la realidad la supere. No sé, pero no me gustan estos vídeos. Durante unos minutos, observé que estaban viéndolos dos niños (7 u 8 años) y les invité a que no lo hicieran aunque parecía no ser necesario dado el inequívoco modo en que expresaban su horror y desagrado, pero seguían embelesados. Se fueron y volvieron varias veces hasta que, al final, parece que buscaron a sus padres y estos se fueron con ellos a casa.

Detalle de la preciosa maqueta, es una joya.

Llegó precozmente la noche como corresponde a esta época junto con el frío y la niebla que también se esperaban, y las 9 de la noche, hora de cerrar. Un rato antes ya estaba todo muy tranquilo, tiempo en el que tomé una Coca Cola y un pintxo con Manuel y Matías, pensaba hacer una parada en el camino y si hacía falta ya volvería a picar algo. Nos despedimos. Me encontraba bien, despejado, sin cansancio, sin sueño, fresco... En ningún momento se me pasó por la cabeza el reprocharme: mejor me quedaba aquí a dormir... O cosas por el estilo, nada. Tampoco tuve ninguna mala sensación, a veces las he tenido, antes y durante un viaje; y desde hace bastantes años cuando me pasa eso, si es antes, pospongo el viaje, horas o días, según; si es durante y de día, paro, descanso bastante tiempo, cambio de ruta... si es de noche, busco donde dormir. Esta vez, ¡nada! No percibí el más mínimo indicio que predijese nada malo.
No pasaban muchos minutos de las nueve cuando me puse en camino. Había niebla densa y me costó un poco encontrar la ruta hacia el norte, pero suponía que a medida que me alejase de Salamanca se iría despejando. Así fue, 30 ó 40 minutos después había un cielo cuajado de estrellas como hacía años que no veía, de modo que, si antes, en principio, había pensado en hacer la vuelta por Tordesillas (todo autovía y autopista) al ver el espectáculo que se abría ante mí, no dudé en volver de Zamora a Benavente por la N - 630, pues al ser carretera convencional, seguro que en ella encontraba algún camino de tierra o apartadero grande donde poder colocar el coche y contemplar ese maravilloso cielo tranquilamente y seguro, como suelo hacer siempre que los dioses me han regalado esa visión. 
Esperé a dejar Zamora unos cuantos kilómetros atrás para que la contaminación lumínica de esa ciudad no molestase mi esperada contemplación y empecé a poner atención para distinguir algún buen sitio donde estacionar completamente fuera y lo más alejado posible de calzada y arcén, por supuesto, por el lado derecho. Estaba en estas cuando me di cuenta de que se acercaba un coche por detrás, no muy rápido, pero se puso muy cerca, observé que había dejado pasar dos buenas oportunidades de adelantar y seguía demasiado cerca, así que puse toda mi atención en perderle cuanto antes, en cuanto avisté una señal de fin de prohibido adelantar y llegado casi a su altura había una recta larga y vacía, puse el intermitente de la derecha, me acerqué un poco más hacia ese lado levanté el pie del acelerador y para acabar antes y que el perseguidor no tuviese ninguna duda, acaricié el freno lo justo para que se encendieran las luces rojas, me adelantó y a los pocos segundos desaparecieron las suyas en la noche. 

Noche estrellada. Vincent van Gogh
(Foto del cuadro tomada de Internet)

Poco después encontré un sitio, me metí y ya lejos de la carretera y de zona de paso alguna paré, apagué luces y motor, bajé del coche y me dispuse a contemplar aquella fantástica noche. ¿Noche? No, aquel, para mí, simple mortal, enorme trozo de Universo que en 360º desde la línea del horizonte y hasta la vertical estaba preñado de luces de infinitos tamaños y colores con la Vía Láctea perfectamente definida... Me dispuse a sentir eternidad en el falso espacio que ocupan... No sé, un buen puñado de minutos y sentí, como el poeta que escribe del ciprés de Silos: “Qué ansiedades sentí de diluirme y ascender...”
No tenía prisa, pero tampoco debería llegar muy tarde a Gijón así que satisfecho con el goce del hermosísimo cielo que tuve la suerte de disfrutar, me dirigí al coche, y lo puse en marcha para volver a la carretera, al acercarme a ella había un STOP, si no lo hubiese debería actuar exactamente igual, claro. Tenía que entrar en la carretera haciendo un cambio de dirección a la derecha y en estos casos conviene tener muy en cuenta el hacer la detención antes de que el morro del coche entre en el arcén, puede circular alguien en él (peatones, ciclistas, ciclomotores, tractores, otro loco que también quiera ver las estrellas...) si desde esa posición se ve lo bastante de ambos sentidos podemos continuar en ella hasta decidir entrar en la carretera, si no, comprobados ambos sentidos del arcén situar el morro en él para ganar visibilidad. Naturalmente, hay que extremar el cuidado con los vehículos que circulen por el carril que queremos ocupar y estar seguros de entrar en él sin molestar absolutamente a nadie; pero, además, hay que asegurarse que del otro sentido no venga nadie por nuestro carril. Por ejemplo, alguien adelantando. ¡Mucho cuidado con esta posibilidad! Si sucede, los dos conductores se sentirán muy sorprendidos y poco pueden hacer por evitar el accidente. 

Con o sin señal, hacer STOP con respecto a arcén y calzada
comprobando siempre ambos sentidos.

(Foto de Google Maps)

Esto es algo en lo que pocas veces se piensa, ¡OJO! Si además es de noche, es imposible ver dónde está exactamente situado el vehículo que circula en sentido contrario hasta que no esté muy cerca, demasiado. ¿Lo mejor? Asegurarse de que no hay nadie circulando en ningún sentido y entonces se puede entrar en la otra vía... Muchas personas rellenarían los puntos suspensivos con la palabra: tranquilamente. ¡Error! Se debe entrar ágil y en cuanto el coche y las ruedas estén alineados con la vía ganar velocidad lo más rápido posible hasta alcanzar un ritmo de marcha lógico y previsible para todos los demás. En la vía de la que estoy hablando y en las circunstancias que describo, alrededor de 80 km/h. El, “no viene nadie”, solo sirve para el instante en que se mira, en el inmediatamente siguiente puede ser una negación absolutamente falsa.
Procedí tal como acabo de describir, había recorrido ya unos cuantos kilómetros, me acercaba a Villaveza del Agua, provincia de Zamora, cuando... Ya saben.
Esteban

P. D.: He conducido durante algo más de tres millones de kilómetros, es la primera vez que choco con un jabalí y la segunda que uno se cruza en mi camino. La primera vez, el animal no detuvo su marcha en ningún momento, corría; yo frené muy fuerte y evitamos coincidir. No son datos para hacer una estadística seria, desde luego. Pero sirven para darme y dar fundados ánimos. ¿No creen?

sábado, 10 de diciembre de 2011

CHOQUE CON UN JABALÍ ❷

AVISO PARA NAVEGANTES
Hay dos cosas que destacan sobremanera en el relato de la entrada anterior con el fin de reducir al mínimo la gravedad de las consecuencias de la colisión.
Mantener el coche en el carril.

Distancia de seguridad correcta y suficiente.
Mantener el coche en el carril por el que se va circulando, en la trayectoria que se lleva, depende de mí. Creo que es evidente que si hubiese dado el clásico volantazo difícilmente estaría escribiendo estas líneas, en el mejor de los casos me hubiese hecho daño precisando de atención médica y hospitalaria porque me hubiese salido de la vía y dado numerosas vueltas de campana sin poder controlar absolutamente nada de esos movimientos. Tanto si se gira a la derecha como a la izquierda la salida de la vía está garantizada, a no ser, que de hacerlo hacia este último lado se choque antes con un vehículo que circula en el sentido contrario, todavía peor.


Desde luego estoy mentalizado desde hace muchos años para evitar dar volantazos, ya me iba dando cuenta de lo nefasto que es (casi siempre) cuando andaba en bici, antes de cumplir los 18. Lo he practicado muchas veces ante situaciones muy críticas y de riesgo inminente, tanto desde el asiento de la izquierda como desde el de la derecha. 
El volantazo, como primera acción, salvo rarísimas excepciones: nunca.
Lo cual no impide que, en ocasiones, sea imprescindible cambiar la trayectoria para evitar un accidente, pero cuando ya se ha disminuido de forma notable la velocidad y ese giro de volante impide perder el control. A pesar de lo dicho, siempre es agradable oír de personas expertas aquello que uno ya sabe; tanto los dos agentes de la Guardia Civil como el señor de la grúa, expresaron que menos mal que no había dado un giro brusco de volante porque las consecuencias hubieran sido peores y me hubiese hecho daño. El conductor de la grúa lo expresaba de un modo muy gráfico y claro: “Lo que hay que hacer es agarrar fuerte el volante y seguir recto”. Pensé y analicé lo más fríamente posible este accidente escudriñando si había cometido alguna acción errónea durante o antes para no volver a repetirla jamás (estoy muy acostumbrado a hacerlo conmigo y con mis alumnos) y me di cuenta de que si vi el jabalí que estaba en el sentido contrario después de ver la silueta del que tenía en el mío, muy probablemente fuese porque busqué una escapatoria. No estoy plenamente seguro de esto, pero me alegra, ya que prueba ante mí que antes de girar miro aunque la colisión sea inminente.
Aprender a mantener la trayectoria en cualquier circunstancia y cambiarla sólo si es absolutamente imperativo, es fácil. Tan solo exige constancia durante el tiempo que requiere la acción hasta convertirla en hábito. En la autoescuela a todos los alumnos les insistía sistemáticamente en ello, desde el primer día hasta el último, bloqueando el volante con mi brazo izquierdo si era necesario, incluso cuando me decían -y con razón- que se podía librar y continuar; entonces, les contestaba felicitándoles por su buena observación pero insistía en que lo hiciesen como les indicaba aunque sólo fuese a modo de entrenamiento, para que el hábito eche una fuerte raíz. La técnica es sencilla y está al alcance de cualquiera, en, y fuera de la autoescuela: consiste en dar prioridad a la trayectoria e inmediatamente después -casi a un tiempo- a la velocidad. Para cualquier cosa cuyo movimiento queramos dirigir (incluso el de nuestro propio cuerpo andando), la primera decisión a tomar es, por dónde; y la segunda, a cuánto. Primero se apunta y luego se dispara. Trayectoria correcta y velocidad adecuada. Esto hay que dominarlo. Si en una vía urbana ve un coche en doble fila que le obliga a cambiar de carril, por muy seguro que esté de poder girar y continuar sin problemas, como primera acción, evite el giro; lleve, al menos, el pie derecho al freno -aunque no lo pise-, repita la observación y luego gire. Incluso en situaciones similares y con circunstancias extremadamente fáciles, evite girar como primera acción o hágalo -en estos casos- inmediatamente después de haberse dado cuenta de que pudo girar en el instante anterior. Tuvo el impulso pero abortó la acción. Si persevera un tiempo (generalmente no mucho), la acción correcta surge como por arte de magia sin intención ni esfuerzo, automáticamente.
La distancia de seguridad que mantenga el coche que me sigue no depende de mí, pero a veces, algo se puede hacer. No es el caso de este accidente, gracias a Dios y a María, la mujer que conducía detrás de mí con una holgada distancia de seguridad, otro factor determinante para que no haya sufrido ninguna lesión, ni un rasguño y con las gafas en su sitio. Mas la distancia por sí sola no basta, además, hay que ir atentos; por mucha distancia de seguridad que se deje, si se va distraído y algo le ocurre al vehículo de delante, el que le sigue le alcanzará. Casi seguro.

Foto tomada del sitio www.motorzoom.es
Decía que algo se puede hacer, a veces, si quien nos sigue lo hace a muy corta distancia. Lo primero es no provocar. De acuerdo, que yo vaya lento no debe servir como justificación para que quien me siga me mire a los ojos a través de mi retrovisor. Pero tampoco es difícil entender que cuando alguien se descoordina de los demás vehículos disminuyendo la velocidad de un modo notable y sin motivo, los otros coches sufren una magnética y fuerte atracción por el lento.
También es cierto, aunque ocurre bastante menos, que uno puede ir perfecto de velocidad, a la máxima permitida e incluso un poco por encima y el que nos sigue parece nuestro remolque. En este caso hay dos opciones, o se aumenta el ritmo de marcha lo bastante durante unos cuantos kilómetros hasta perder al acosador, o se va atento a ver si se encuentra alguna zona en que se pueda adelantar y se le invita a que lo haga. Normalmente, me decanto por la segunda posibilidad, casi siempre, aunque fastidia tener que buscarle sitio para adelantar y decírselo e ir pendiente de todo esto sólo por la supina estupidez de un individuo. Mas no conviene reparar ni un segundo en estas consideraciones ni dejar que nos distraigan malos pensamientos. Yo aplico el instinto de supervivencia, si algo ocurre circulando así, quien más daño va a sufrir soy yo y no me lo aliviará saber que no fue mi culpa, si es que me dan la razón. Así que en cuanto veo una zona en la que se puede adelantar, pongo intermitente derecho, me orillo algo más hacia ese lado y levanto el pie del acelerador; hay veces, que ni por estas se da el del “remolque” por aludido y es necesario ser más explícito con la invitación, entonces acaricio el freno para que se enciendan las tres luces rojas y romper el poder del imán. Suele funcionar.
Otra lección importante que brinda este accidente: el coche. A igualdad de todos los demás factores existe un mayor o menor riesgo objetivo de padecer lesiones con según qué coche se sufra un accidente. Conducía un Renault Clio matriculado en diciembre de 2008 y modelo actual en el mercado. Soy aficionado a coches y aviones desde que tengo memoria, sabía que este Clio estaba muy bien dotado en materia de seguridad pasiva, también activa, pero la primera es la que importa ahora. Me sorprendió muy agradablemente, cuando me bajé del coche muy poco después de sentir el violento impacto y ver cómo sonaba y estaba, tuve la sensación de que era un coche más grande, más caro y con más prestigio. Todas las puertas, capós incluidos, abren y cierran perfectamente, por ejemplo; el parabrisas estaba intacto, el techo sin ninguna deformación, el salpicadero no emitía ningún crujido... Eso sí, los cinturones están todos bloqueados aunque iba solo.

Así quedó el Clio

En el típico caso en el que existen dos coches en una familia y el marido utiliza el más grande, nuevo y caro mientras que para la mujer o algún hijo que es conductor novel se reserva un coche pequeño, barato y viejo... Convendría revisar seriamente esas decisiones y darle la vuelta a la tortilla. Hace años que estoy completamente convencido y recomiendo a todo el que me pregunta que el mejor coche disponible debe ser utilizado por el conductor o conductores menos expertos. Generalmente, quienes me han oído decir esto se ríen. Total, para ir de aquí ahí... Nunca se sabe dónde y cuándo podemos tropezar. He conocido casos de accidentes graves nada más salir del garaje, al lado de casa.
Antes de comprar un coche, nuevo o usado, es conveniente consultar, estudiar y comparar los informes que publica el organismo EURONCAP sobre distintas pruebas de choque. En más de una ocasión participé en conversaciones en los que se alababa a los modelos de Dacia por lo asequible de su precio. Doble o mitad, me decían, con respecto a otros coches de categoría equivalente. Sí, pero por mi parte concluía que prefiero un Golf de segunda mano, o Mégane, Astra, Focus, C 4, Ibiza... Clio. Son mejores y están mejor hechos, especialmente por donde no se ve. La diferencia de precio no sólo está en un logotipo. Conviene llevar un buen coche, que no ha de ser necesariamente caro y nuevo, pero bueno.

Foto tomada de la Web de EURONCAP
Desde casi el comienzo de este relato seguro que algunos lectores, o todos, habrán pensado que el hecho de haber cambiado a luz corta poco antes del accidente pudo ser determinante para que este se produjese. Yo también lo pensé, casi de inmediato y echando pestes. Lo comenté a los guardias civiles, al conductor de la grúa y al taxista, los cuatro me dijeron que era igual: “aunque vayas con largas no los ves”. Quiero pensar que sí, que los vería un poco antes, pero... Otra cosa es que si los animales salen a la calzada lo bastante cerca es igual que los vea o no.
Cuando hablaba de la conducción nocturna en las clases de teórica siempre decía a los alumnos que, de noche, toda la luz que se lleve es poca, sin deslumbrar nunca a nadie, por supuesto. La mejor ayuda que he tenido viajando de noche ha sido una espléndida luna llena en un cielo sin nubes. Mas, desde luego, habría que considerar seriamente contar con faros de xenón.

Foto tomada del blog GYP XENON
 El seguro, otra cuestión importante. En las clases de teórica, los alumnos solían quejarse de su elevado precio, yo les decía que era la única cosa que pago con gusto esperando no utilizarla nunca y haciendo cuanto esté en mi mano para ello, claro. Por supuesto recomiendo vivamente, siempre que sea posible, contratar un seguro a todo riesgo aunque sea con franquicia. No es mi caso, es más, nunca tuve seguro a todo riesgo salvo alguna que otra vez en un coche de alquiler. Pero lo tendré en cuanto pueda. En el caso de este accidente, mi seguro (a terceros) reclamará los daños al seguro del coto o a su propietario, pero el coste de la reparación debo pagarlo yo primero con un precio estimado de entre 5.000 y 6.000 euros. ¡No está mal! Aproximadamente el valor de mercado del coche o poco menos. En principio, lo recuperaré pero quizá dentro de varios meses. Si hubiese... Sí, si hubiese tenido seguro a todo riesgo no tendría que adelantar el dinero.

El pasado nunca se puede cambiar, creo que hay que aprender de él y rápidamente seguir mirando y andando hacia adelante. “A lo hecho, pecho”, dice otro refrán. La vida sigue, mañana de nuevo sale el sol. Si pueden ocurrir cosas malas de súbito, también de súbito pueden ocurrir cosas buenas, ¡y ocurren! Si hay sombra es porque hay luz. Seguiré conduciendo con cuidado, siempre lo hago; y de noche, siempre que tenga que hacerlo o me apetezca, soy búho, qué se va a hacer, pero se debe conducir sin miedo.

La marca del cinturón, como para llevarlo sobre la piel.
Los agentes de la Guardia Civil nos comentaron que en la provincia de Zamora hay más de mil casos de accidentes con animales al año, en la de Burgos también. Y también hablaron de un tipo de accidentes que dicen que se dan con relativa frecuencia y que consiste en que un ciervo que cruza la carretera choca contra el lateral de un coche que está circulando en ella. Me pareció peor, por tan sorprendente. Les pedía a mis alumnos que llevasen siempre su ventanilla subida durante las clases prácticas, si tenían frío o calor solo tenían que decírmelo (o no) y les pondría (o se ponían) el aire acondicionado o la calefacción. Ya saben. Desde luego yo no pienso abrirla viajando de noche, no quiero que un ciervo me bese en la mejilla.
Puedo imaginar -creo- el terrible dolor que sufrió el jabalí y lo lamento mucho. Cierto y verdad, como dicen por levante, que lo lamento mucho. Me siento inocente, literalmente, pero él o ella, aún lo eran más.
Esteban

jueves, 8 de diciembre de 2011

CHOQUE CON UN JABALÍ ➊

Vi una estrella fugaz una preciosa noche de otoño por tierras de León. Desde mi perspectiva -relativa y mentirosa- llevaba rumbo al norte y pude ver por un instante su arqueado y largo rastro de luz; la imagino alumbrando profundidades submarinas, oscuras aguas en las que se habrá sumergido por algún punto más allá de las palabras “Mar Cantábrico” que vienen escritas en los mapas de España. 
Mañana hará dos semanas que viajaba en un taxi dispuesto por la compañía de seguros en la que figuro como tomador del coche que conducía, nada más quedar éste en la base de  una empresa de grúas en Benavente (provincia de Zamora) después de que el mismo quedase inutilizable tras el accidente que, unas pocas horas antes, me había sucedido. No me atrevo a poner aquí el nombre del conductor porque quizá no lo desee, pero sí puedo y debo decir que es un hombre joven, agradable, amable y buen chófer, a pesar de las circunstancias, viajar con él fue un placer. Pasaré por Benavente algún día y pienso preguntar por él, a ver si, al menos, le puedo invitar a una cerveza, por ejemplo. Él, también vio el pequeño cometa.
Contaré cómo fue el accidente (1ª parte), las enseñanzas que se pueden extraer de él a modo de aviso para navegantes (2ª parte) y algunos detalles y matices que también tienen su importancia, anécdotas del viaje, 3ª y última parte.

EL ACCIDENTE
Sábado, 26 de noviembre de 2011. El viaje completo que me había planteado ese día era Gijón - Salamanca - Gijón. El siniestro, como siempre dicen las compañías de seguros, ocurrió a la vuelta, en el trayecto Salamanca - Gijón cuando circulaba por la N - 630 (Ruta de la Plata) entre Zamora y Benavente entre las 22:30 y 22:45 horas, aproximadamente y entre los kilómetros 230 y 229, sin poder precisarlo tampoco con exactitud. 

Foto de Internet de fuente desconocida.
El mayor espectáculo del mundo.
El lugar es una recta con ligera pendiente ascendente al final de la misma cerca de la cual ya se entra en Villaveza del Agua. La calzada estaba seca, sin puntos de luz, arcenes estrechos, asfalto muy oscuro (quizá, relativamente reciente); las marcas viales consistían  en líneas continuas blancas en bordes de calzada y línea (creo que discontinua) en el centro delimitando los dos sentidos de circulación y un carril para cada uno, todas se veían bastante bien. Las cunetas eran profundas, tipo trinchera. La noche era oscura, sin luna, pero sin niebla ni nubes y maravillosamente llena de estrellas.
¿A qué velocidad circulaba? Exactamente no lo sé, pero como mucho entre 85 - 90 de aguja, pues sabía que por el tamaño del arcén la velocidad máxima genérica debería ser 90, pero quizá hubiese señales indicando 100 (a veces ocurre), aunque en ese tramo no había ninguna, ni tampoco límite específico, ni señal de peligro de animales sueltos. Tampoco me había preocupado de la velocidad, pues sabía que ese tramo entre Zamora y Benavente era el único que me iba a encontrar que no fuese autovía o autopista, y quería aprovecharlo, mejor dicho, disfrutarlo, sin estorbar, pero sin correr y ya me quedaba poco en él. Había poquísimo tráfico, pero tenía un coche detrás de mí durante varios minutos y como me sorprendía que no se acercara para intentar adelantarme le observaba con frecuencia por si en algún momento estuviese lo bastante cerca invitarle a que me pasara en cuanto lo viese posible, cosa que ya había hecho con otro vehículo antes. Además, al poco de entrar en esa recta, apareció un automóvil de frente, aún estaba lejos, pero como nunca se sabe con seguridad si le puedo molestar o no con la luz larga, la quité y pasé a corta; recuerdo que cuando hice esto bajé un poco la velocidad levantando el pie del acelerador y me esforcé en intentar ver lo más posible del espacio que todavía faltaba para cruzarnos, quizá pudiese volver unos segundos a larga. Pero antes de esto, vi dos siluetas de jabalí uno en mi carril y otro en el contrario, el del carril contrario se movía un poco, el del mío, nada. Inmediatamente después sentí el golpe. De súbito.

Absolutamente de repente.
En el momento de ver la silueta del animal recuerdo que solté el pedal del acelerador entero pero creo que no llegué ni a tocar el freno, antes ya había chocado. Recuerdo que mantuve la trayectoria con facilidad asegurándome de sujetar fuerte el volante (llevaba las dos manos en él) con el fin de que no se moviese nada y evitar así invadir el sentido contrario o salirme de la carretera, y comprobé que estaba bien colocado en el carril, que el coche que me seguía continuaba bien con distancia suficiente y en el sentido contrario no había nadie a vista ni delante ni detrás. Los faros seguían iluminando la carretera. Sentí presión en el pecho, seguramente el pretensado del cinturón actuó, me di cuenta de que la cabeza se me había movido bastante pero las gafas las tenía exactamente en su sitio (los que llevamos gafas sabemos que cuando hacemos o sufrimos algún movimiento muy violento, éstas suelen salir lanzadas), noté un olor extraño (tal vez de haber disparado el pretensor) ningún aibag saltó, pero sí apareció escrito en la pantalla del cuadro: “Revisar airbag”. La temperatura del agua seguía normal y ningún otro chivato se encendía, así que pensé que quizá no fuese tan grave, pero tenía que detenerme. Las luces de emergencia se conectaron solas, juraría que yo no di a la tecla, el coche que me seguía continuaba bien de distancia, más o menos a mi misma velocidad y también con las luces de emergencia puestas, pensé que también le habría pasado algo, pero andaba. No había nada más a vista en ese momento, pero me pareció muy peligroso parar ahí, el arcén era pequeño, el tramo recto, parte del coche tendría que quedar en la calzada, a poco que me moviese: bajar, colocar chaleco, triángulos... ocuparía prácticamente todo el carril teniendo que acceder al interior del coche siempre por el lado de la calzada, había visto algún que otro coche pasar en sentido Zamora muy rápido... No quería que me atropellasen y, como sabía por sus luces que había un pueblo muy próximo, en el que por cierto pensaba parar a comprar agua si viese alguna tienda, bar o gasolinera abierta, pues decidí seguir hasta él y parar bien seguro, a ser posible a la luz de alguna farola.
Por todo lo dicho hasta ahora, calculo que la velocidad de impacto con el desgraciado animal, andaría en torno a los 70 (quizá menos) ó 75 (difícilmente más) km/h de aguja, restándole el 5% de error, que por exceso suele tener el velocímetro, la velocidad real de impacto estaría entre unos 66 a 71 km/h.

Foto de Google Maps
El pueblo tan cercano y al que llegué es Villaveza del Agua, no se veía un alma ni luz alguna en ninguna casa, pero al menos sí había farolas y sitios donde poder parar completamente fuera de la carretera y seguro. Lo hice así al poco de entrar en la travesía y nada más detenerme tensé bien el freno de mano y puse punto muerto*, bajé del coche y pude comprobar rápidamente que el golpe era considerable, el intercooler y el radiador estaban rotos y doblados, perdía líquido refrigerante que, curiosamente, se iba directo a una arqueta de alcantarilla, los faros parecían intactos y las luces seguían funcionando pero la rotura del radiador hacía evidente que el coche necesitaba una grúa y que debía de parar el motor y llamar al 112 (número de teléfono para emergencias). Me disponía a hacer esto cuando al lado, en paralelo con mi coche pero también completamente fuera de la calzada de la travesía, se detuvo el que me seguía. Lo conducía una mujer joven que viajaba sola, bajó la ventanilla delantera derecha y apenas habíamos intercambiado algunas palabras a modo de saludo cuando, para mi sorpresa, ya estaba casi tumbada en el suelo intentando valorar los daños de su coche (aparentemente libre de ellos), yo también miré y no veía nada, nos incorporamos enseguida y me dijo que había que avisar a la Guardia Civil, no vaya a ser que se produjesen nuevos accidentes -me pareció muy bien esta apreciación e interés por los demás que, automáticamente, resaltan su excelencia como persona, le contesté que eso era lo que iba a hacer cuando ella llegó, tenía el teléfono en la mano -yo había bajado del coche sin él- entonces le pregunté si llamaba ella, me dijo que sí; entre tanto, apagué luces -dejé las de emergencia-, quité la calefacción, comprobé otra vez testigos (la temperatura no había subido aún), paré el motor, engrané la marcha atrás y cogí el teléfono.
A la mencionada mujer, a partir de ahora, la llamaré con el ficticio nombre de María, y no daré ningún dato que pueda identificarla porque presumo que no lo desea. Después de que María hubiese llamado a emergencias, volvimos a mirar ambos los daños de los coches y entonces ella descubrió que el suyo también estaba dañado, al menos, por la parte baja y derecha de su parachoques delantero, pude tocarlo y verlo utilizando la pantalla del teléfono como linterna y también un buen matojo de pelos de jabalí en esa zona, pero no se veía que perdiese ningún líquido. Cuando habló con el 112 le dijeron que  la Guardia Civil de Tráfico tardaría unos 20 minutos en llegar y, puesto que no estábamos en el lugar exacto del accidente -aunque sí muy próximos-, que fuésemos a él, pues allí irían los agentes para hacer el atestado. Entonces me invitó a que la acompañase en su coche para ir a ese lugar y señalizarlo (otra vez, María pensando en los demás, ¡bravo!) en tanto llegase la Guardia Civil. Así lo hicimos, le dije que ya ponía yo los triángulos y le pregunté si tenía un chaleco reflectante a mano, efectivamente, lo tenía muy a mano y me lo pasó, lo tenía en mi regazo cuando la llamó la Guardia Civil (llevaba y utilizó el dispositivo de manos libres) y le dijeron que sí irían al lugar donde estaba mi coche, Villaveza del Agua, lo cual, parecía lo más lógico. No obstante, continuamos un poco más hasta el lugar del accidente y después de rebasarlo, María, hizo un correcto cambio de sentido y volvimos a Villaveza, no sin antes comprobar, que no había animal alguno en la calzada y solo algún resto de la defensa de mi coche, que en realidad no causaba ningún peligro, a su vez, también comprobamos el punto kilométrico, que en su coche no se encendía ningún testigo y que el termómetro del agua se mantenía en valores normales.

Foto de Google Maps
A la entrada de la calle que sale oblicua hacia la derecha estuve parado.
Ahí llegó "María", la Guardia Civil y el señor de la grúa. 
Poco tiempo después de volver a Villaveza llegaba un furgón de atestados de la Guardia Civil de Tráfico. Pero antes, nos dio tiempo a charlar un poco y, entre otras cosas, María me dijo que pasaba por esa carretera todos los días a causa del trabajo, también se ofreció a llevarme hasta su destino y buscarme alojamiento en un hotel que conocía. Le agradecí el detalle y la atención, se lo agradeceré siempre, pero le dije que en mi seguro (como en casi todos) tenía cobertura para asistencia en viaje y, aunque nunca la había utilizado -a Dios gracias-, naturalmente, iba a llamar. Me dijeron, que enviaban una grúa, que el señor que la conducía valoraría lo sucedido y les llamaría y, si era necesario, me ponían un taxi hasta Gijón. 
Los dos agentes de la Guardia Civil -la fuerza actuante, como se decía antes- llevaron a cabo un trabajo profesionalmente impecable, además de dispensarnos un trato, cordial, amable, próximo y cálido que es de elemental justicia reconocerlo públicamente y que tanto María como yo agradecemos enormemente. Hicieron fotos de ambos coches, tomaron nota de lo que les contamos, también de la documentación personal y de los vehículos, ratificaron que María podría continuar viaje con su coche pero yo con el mío no; nos comentaron que en la zona donde había ocurrido el accidente hay un coto, que diésemos parte a nuestros seguros y que estos les pidiesen el atestado para que las respectivas compañías aseguradoras reclamasen los daños al propietario o propietarios del coto o a su compañía de seguros. Mientras los agentes estaban en esta labor, María volvió a expresar interés en que se limpiase el lugar del accidente para eliminar cualquier riesgo de que ocurriese otro, los guardias contestaron que antes de llegar ya habían avisado al servicio de mantenimiento de la carretera para que fuesen a realizar esa labor y, efectivamente, casi en ese momento, pasó una furgoneta de dicho servicio. Cuando los agentes acabaron su tarea le dijeron a María que podía continuar; a mí, que cuando pasaran de vuelta (iban al lugar del accidente) si aún no había llegado la grúa, que pararían para acompañarme hasta que llegase, si yo quería, o para ayudarme a buscar una solución caso de que hubiese algún problema. Suponía que no, porque mi compañía de seguros ya me había enviado un SMS diciéndome qué empresa de grúas acudiría, el tiempo estimado de llegada y que ya estaba en camino. No obstante saber todo esto, María, estaba determinada a hacerme compañía hasta que llegase la grúa y mientras se lo agradecía e intentaba convencerla de que se fuese tranquila hacia su destino llegó esta; antes de que aparcase el señor que la conducía nos despedimos y arrancó. ¡Gracias, María!
El señor de la grúa también hizo un impecable trabajo profesional y diligente, regalándome un trato cordial y amable que, naturalmente, siempre agradeceré. Hay un dato que aún no di, y tiene su importancia, hacía frío (3º), pero creo que bastante menos de lo que normalmente haría por esos pagos en esta época del año. La cabina del camión estaba cálida y sentí hasta sensación de hogar. Antes de poner rumbo a Benavente, el señor de la grúa, comprobó que mi coche no se podía utilizar, lo cargó y llamó al seguro, entonces me dijo que el coche quedaría en la base de Benavente, que a mediados de la próxima semana -junto con otros coches- lo llevarían a donde lo fuese a reparar y que me avisarían; hasta la base, iría un taxi a buscarme para llevarme a Gijón. Pregunté si tenía que pagar algo por alguno de estos servicios, imaginaba que no, pero, por si acaso... Efectivamente, me confirmaron que no tenía que pagar nada, lo cubría el seguro.

Foto tomada de Internet de fuente desconocida.
Poco tiempo después vimos la estrella fugaz. Antes, había pensado que todo no iban a ser bendiciones, pero... No hay mal que por bien no venga, dice el refrán. Cuando vi la estrella, sentí que el maravilloso cielo que esa noche se mostraba en Castilla me guiñaba un ojo.
Esteban
(*) Esta acción es incorrecta, aunque la hice adrede con el fin de aprovechar al máximo la luz de los faros. Salvo que se tenga una imperiosa razón para hacerlo de otro modo, siempre que se abandone el puesto de conducción se debe poner freno de estacionamiento (de mano) y una velocidad o marcha engranada, siempre. En pendiente ascendente primera; descendente, marcha atrás; y, en horizontal o llano cualquiera de las dos citadas, 1ª o R. Además, parar el motor y salir con la llave en la mano.