martes, 24 de julio de 2012

¿POR QUÉ MIENTEN? (y 2)

Dudo que pueda responder a mi propia pregunta -suele ser lo más difícil-, pero lo voy a intentar. En un supuesto ideal me gustaría trasladársela personal y cordialmente a cada uno de los autores de las respuestas que hemos visto en la entrada anterior a lo largo de una distendida y prolongada charla en una agradable noche de verano, sentados en una terraza tranquila y disfrutando de un vino blanco fresco y afrutado, por ejemplo. Además, me apostaría algo bueno a que en esas condiciones sus respuestas serían bien diferentes de las que hemos podido leer ¿No creen?

Puesto que el caso descrito, u otro similar, es altamente improbable que pueda darse, por no decir que será imposible, haré acopio de mi modesto conocimiento, observación, intuición y lógica en busca de respuesta.

Fuente: Internet, pero siento no recordar el sitio.
En general, y respecto a una gran variedad de cuestiones estamos sometidos a unas líneas de pensamiento ante las que casi nadie se rebela, al menos públicamente. Todos somos y hemos sido testigos muchas veces de cómo difiere la opinión de parientes y amigos dependiendo de que la expresen dentro o fuera de su ámbito privado ante determinados temas. 

Estas corrientes de opinión, en los últimos años -al menos en España- se las denomina “pensamiento único” o “lo políticamente correcto”. En realidad, son tan antiguas como la organización social de los seres humanos, pues a la minoría que detenta el poder siempre le ha interesado controlar el pensamiento, creencias y capacidad de crítica de la mayoría para mantener su estatus, tanto económico y de dominio como psicológico. Durante siglos, lo han logrado mediante el empleo de la violencia, pero desde comienzos del siglo XX la prensa (el cuarto poder) junto con la radio, toman el relevo a la fuerza y el uso de ésta queda muy relegado (¡gracias a Dios! Algo es algo). Mediado el pasado siglo este nuevo poder goza de un aliado inestimable: la televisión (permítanme hacer aquí un inciso muy personal: no tengo televisión y les puedo asegurar que no sólo se puede vivir sin ella, sino que se vive mejor). Estos tres medios de comunicación, directa o indirectamente, son controlados por los gobiernos y son extremadamente eficaces en el control de los gobernados. “Lo que se debe pensar y creer” circula en doble sentido entre poder y medios, y a veces, interviene un tercer actor: grupos sociales de presión, los “lobbys”, que dicen por Estados Unidos.


El pensamiento imperante nos afecta en múltiples facetas de nuestra vida diaria y el fenómeno del tráfico no es una excepción. En él, el avance que supone a individuo y sociedad desplazar cosas y personas a la máxima velocidad posible siempre ha sido mal visto por una buena parte de los miembros de esta última, a pesar de que todos, directa o indirectamente nos beneficiemos de ella. Francamente, algunas personas parece que hubiesen preferido ser árboles o piedras, tal es su deseo de que nada ni nadie se mueva.

Desde que el mundo empezó a utilizar ferrocarril y automóvil dejando a un lado diligencia y caballo, la velocidad nos ha sido presentada como causa terrible, y prácticamente única, de todos los males que pueden acaecernos por el mal uso que hagamos de las citadas máquinas. La tendencia a imponer esta idea es prácticamente universal, pero en España, en particular, en los años noventa y primeros de este siglo se hicieron intensas campañas por parte del Gobierno con un incondicional apoyo de los medios de comunicación generalistas haciéndonos ver la velocidad como una auténtica puerta abierta de par en par a todos los tormentos del infierno. 


Entre 2004 y 2011, con Pere Navarro al frente de la DGT, el Gobierno logra poner la guinda al pastel al emprender una política represiva sin precedentes contra los excesos de velocidad. Pere Navarro, utilizando el miedo, va más allá, logra el plus ultra que nunca antes ningún predecesor suyo había conseguido: instalar en el subconsciente de muchas personas la conveniencia de respetar los límites de velocidad. Porque una cosa es pasar por el aro para evitar un mal individual mayor (sanción económica, pérdida de puntos, del permiso de conducir, confiscación del vehículo e incluso prisión) y otra, bien distinta, pasar convencido de que se debe hacer. Éste es el “logro” de Pere Navarro con la ayuda de poderosos medios de comunicación que controlaba su partido y de minoritarias -aunque sorprendentemente numerosas y activas- asociaciones de víctimas de accidentes de tráfico que actuaron (y actúan) como auténticos grupos de presión. Y sin que asociaciones de autoescuelas, de funcionarios examinadores de la DGT, ni clubs de automovilistas se atreviesen siquiera a ejercer de oposición.


La mencionada política, sin embargo, tiene un efecto perverso y contraproducente (perfectamente previsible, por otra parte) que, salvo manipulando estadísticas, obviando la crisis y los siniestros en vías urbanas (en claro ascenso), hace que aumente el número de accidentes, pues muchas personas creen a buena fe que con utilizar el cinturón (o el casco), respetar los límites de velocidad y evitar las drogas al conducir, ningún mal pueden sufrir o causar. Esta especie de trinidad de la seguridad, por supuesto, ¡es falsa! Por insuficiente. Y tiene como víctima propiciatoria a quien en ella cree. Cuidado, por favor. ¡Mucho cuidado! Esta política, viene a ser, una reducción ineficaz, simplista y engañosa de represión de conductas que solemos expresar coloquialmente con el “van como locos”, “conduce como un loco”... Hombre, si me cruzo en la carretera con alguien que conduzca como un loco, quizá me mate; pero si cerca de mí alguien, “a lo loco”, corta el pan con un cuchillo, quizá también. Desde luego, evitaría estar cerca de uno y de otro.

Es mucho más probable que me haga daño (y mucho)
si alguien me sale de ese cambio de rasante a 80 km/h fuera de su carril...
Fuente: castillacustom.mforos.com
Conduciendo con esa trinidad como seguro, en principio uno aleja el miedo de sí, pero más pronto que tarde llevará un susto, se repetirá, y sin esfuerzo siquiera, se dará cuenta de que con eso no basta para conducir seguro. Entonces aparecerá el miedo a conducir, la amaxofobia... se puede enquistar el temor. También eliminarlo, desde luego, pero costará un esfuerzo extra y entre tanto se conducirá asumiendo demasiados riesgos. Es como si alguno de mis colegas, o yo mismo, engañase a un alumno. Cuando conduzca solo, en algún momento se dará cuenta y puede corregir, sí; pero también podría ser demasiado tarde. Engañar respecto a una tarea que implica riesgo en sí misma es un acto homicida.

Las respuestas de los expertos a los que la DYA traslada su pregunta y de las que me hago eco en la entrada anterior creo que son motivadas por cuanto digo aquí. Que mienten es obvio. ¿Por qué? Imagino que por no salirse del marco del pensamiento impuesto. Qué dirán de uno si dice lo mismo que cuando está en privado y entre amigos. Mienten, supongo, porque presuponen lo que su interlocutor quiere oír y se lo ponen en bandeja. Mienten, quizá, porque también son víctimas de la tiranía del mediocre en la que vivimos.

Pero ninguna de las respuestas que se me ocurren justifican sus declaraciones; son públicas, son expertos (y no lo dudo) pero sus palabras podrían ser semilla de errores en alguna mente. Pueden hacer daño. Cuando menos, es irresponsable

Que si alguien me adelanta aquí a más de 200 km/h
Fuente: www.taringa.net/posts/autos-motos
Observo, ya desde hace unos cuantos años acá y no solo en materia de tráfico, que existe una intolerable tendencia a verter afirmaciones como si fuesen dogmas de fe y cuya falsedad se percibe con claridad meridiana con un mínimo análisis. Con regular frecuencia pueden verse en los medios claros ejemplos, uno de los últimos que he visto recientemente consistía en afirmar que la normativa que regula el permiso por puntos evita 50 muertes cada mes (¡increíble!), en otro medio que el 50 % (ídem). Y no es lo mismo. Además, ¿dónde está la relación causa efecto? Escribir normas en el BOE, en sí mismo, no reduce el número de accidentes. Hay países en los que, desgraciadamente, existe la pena de muerte y no por ello desciende el número de crímenes.

Debo decir, respecto a la pregunta que plantea la DYA de “¿Qué pasa por circular a 260 km/h? Que, en principio y en general, obviando los límites de velocidad, no me parece en absoluto razonable, pero entiendo que puede haber excepciones, que en algún caso y en circunstancias muy favorables según con qué vehículo, quién lo maneje y durante cuánto tiempo lo haga, es factible y seguro, sin ninguna duda. Luego, ¿por qué no? Con todo, está al alcance de muy pocas personas, tanto por la capacidad económica como por el nivel de conducción que exige


Conducir, no ya a 260 km/h sino entorno a los 200, requiere de una altísima concentración y produce una notable fatiga mental y física. Conducir rápido cansa, por eso, fundamentalmente, aunque apetezca y se pueda, uno disminuye presión en el pedal del acelerador, prácticamente sin querer, y baja su velocidad. Esto casi nunca se dice. Por otra parte, otro dato muy significativo, es que los pilotos que compiten en carreras de coches aún siendo jóvenes, sanos y fuertes ven cómo se aceleran las pulsaciones de su corazón hasta los 200 latidos por minuto y bastantes más, en muchas ocasiones. No deja de ser muy curioso, que siempre que los medios de comunicación airean a bombo y platillo que una persona ha sido detenida por conducir por encima de los 200 Km/h, ésta, nunca (que yo sepa y recuerde) ha estado implicada en accidente alguno por ello. También es muy curioso que nunca se mencione el hecho de que son muchas más las personas que conducen con serio y objetivo riesgo sin pasar de 100 km/h que las que doblan esta velocidad. Además, ¿por qué, autoridades y medios, olvidan siempre que al lado del acelerador está el pedal del freno? ¿Tan incapaces nos creen? ¡Qué más quisieran!

Esteban


PS.: Ya que cito a la DYA, una buena y curiosa noticia sobre ella.

sábado, 21 de julio de 2012

¿POR QUÉ MIENTEN? (1)

“Circular a 260 km/h.” 
“¿Qué pasa cuando se circula a velocidades tan altas?”

El primer renglón corresponde al título y la pregunta es el arranque de una pequeña columna firmada por DYA (Detención y Ayuda, asociación de ayuda en carretera) publicada en el periódico QUÉ! Nervión el pasado día 10, festividad de San Cristóbal -precisamente- patrón de los conductores.

Lo primero que me viene a la cabeza al leer la cuestión planteada es que se recorre mucho más espacio en mucho menos tiempo, evidentemente. Creo que ya dije alguna vez que no me gusta pensar mal. En segundo lugar, me alcanza el pensamiento algo así como: qué suerte, eres rico -pues muy pocos coches y muy caros pueden alcanzar esa velocidad-; o tienes un amigo rico, lo que quizá sea aún mejor. De acuerdo, puedo parecer frívolo, pero son las primeras reflexiones que me suscitó la mencionada pregunta, a qué engañarnos.

En el artículo se afirma que se traslada la pregunta a tres expertos y nos dan sus respuestas. Copio textualmente en color azul las mismas y a continuación de cada una de ellas el comentario que me sugieren en negro. Voy con la primera.

Un profesional de la enseñanza, Albert Aluma, responsable de las Escuelas RACC de Conducción Segura, se expresa así: “incapacidad absoluta de medir las distancias y sensación de ahogo”.

Lo he leído varias veces y ustedes mismos pueden ver aquí la foto que hice del artículo. Me he quitado y puesto las gafas, me he frotado los ojos... Me han dado ganas de ir corriendo al servicio de urgencias de un hospital a ver si hay suerte y me pueden curar a tiempo el tumor que debo tener en mi cerebro. Lo siento, pero no puedo ni quiero aguantarme la ironía, es que... ¡No me lo puedo creer! 

Por supuesto que NO existe esa “incapacidad absoluta” de medir las distancias y mucho menos esa “sensación de ahogo”. Lo único que parece absoluto aquí, es el descaro con el que el Sr. Aluma miente. ¿Acaso no sabe este experto que existen los aviones? ¿Que todos los días trasladan a cientos de miles de pasajeros a una velocidad de crucero de entorno a los 900 km/h? ¿Que aterrizan y despegan alrededor de los 250 km/h con el agravante de que se mueven en tres dimensiones y que la perspectiva, desde “tan solo” 2.000 m de altura, hace ver la pista muy pequeña? ¿Tampoco conoce la existencia de los trenes de alta velocidad? ¿Y que todos los días hay personas que saltan en paracaídas y que por unos instantes, en caída libre, dejan que la aceleración de la gravedad actúe libremente sobre su cuerpo alcanzando con él 200 km/h? Naturalmente que lo sabe. Entonces, ¿por qué miente el señor Albert Aluma? ¿Se dará cuenta de que su respuesta es una burla?

Para Juan Luis de Miguel, responsable del Centro Zaragoza de Investigación de Accidentes y Seguridad Vial: “cualquier acción brusca sobre el volante, para evitar un obstáculo o un simple golpe de viento... puede desencadenar la tragedia”.

Sí... Y a 20 km/h también, y a menos. La tragedia se puede desencadenar a cualquier velocidad que no sea igual a cero. Y no exagero, basta con imaginar que me dispongo a estacionar en diagonal, bien por debajo de 20 km/h, y cuando estoy aproximando la parte delantera del coche a la acera -con personas andando tranquilamente por ella- cometo el error de pisar el acelerador en lugar del freno, por ejemplo. No es tan raro que ocurra esto y mucho más probable -sin duda- a que se dé el caso de que alguien circule a 260 km/h. Podría citar muchos más casos, pero les animo a que imaginen ustedes mismos y la forma de asegurarse de que jamás les suceda.

En el centro, el coche siniestrado, un Toyota 'Carina'.
A la derecha, las sillas que ocupaban los heridos:: PARDO
Fuente: EL COMERCIO (periódico de Gijón, Asturias)
Lo de “un simple golpe de viento”, pues hombre... el viento se percibe, más o menos todos nos damos cuenta de su dirección y fuerza, los coches (todos), en función de sus prestaciones, están construidos para que no despeguen y que tampoco el viento lateral los saque de la carretera, salvo que sea muy, muy fuerte, claro. Por otra parte, una masa de aire en calma o moviéndose a poca velocidad no se acelera de súbito como para poder mover a un coche de lado, vamos, nunca he conocido un solo caso al respecto, tendría que ser un fenómeno paranormal. O algo parecido.

Respecto a la “acción brusca sobre el volante”, cualquier conductor debe saber que solamente en casos muy excepcionales, como último recurso y en busca de “lo menos malo”, porque lo bueno ya es imposible, se puede dar un “volantazo”. En mis clases prácticas, entre otras cosas, enseñaba eso e insistía en ello desde el primer día hasta el último.

Juan Carlos Luque, asesor médico de la DGT, afirma: “a esa velocidad no se salva nadie. Las hemorragias internas, las lesiones del tórax, con heridas y desgarro de vísceras como corazón pulmones y grandes vasos sanguíneos, causarían lesiones incompatibles con la vida”.
Y a todo esto nosotros nos permitimos añadir otro dato: que a 260 km/h, en caso de colisión los anclajes del cinturón de seguridad son arrancados y queda anulada su función. En consecuencia, que se produzcan las lesiones descritas es inevitable.

Por más que nos resulte muy desagradable la descripción que hace el señor Luque, es cierto que las lesiones internas son muy frecuentes en los accidentes de tráfico. 

Fuente:
www.fondosya.com/tag/latidos.html
Siempre solía comentar a los alumnos que a nuestro cuerpo lo sujeta el cinturón pero nuestro corazón, por ejemplo, no lleva cinturón que pueda evitar que tienda a salirse del pecho como tantas veces hemos visto en los dibujos animados. Ahora bien, asegurar que “a esa velocidad no se salva nadie”, no es cierto. Hay personas que han salido ilesas de accidentes producidos a esa velocidad e incluso superiores. La cuestión es cuántos Gs (1G = 1vez la aceleración de la gravedad, 9,8 m/s²) actúan sobre el ocupante de un vehículo cuando éste tiende a velocidad cero con motivo de un choque y la magnitud de esa aceleración no solamente está en función de la velocidad a la que se circulaba en el momento del accidente, influye también -y mucho-, entre otras cosas, contra qué se choque y la capacidad de absorción de energía -y por lo tanto de deformación- que tengan los objetos en colisión. Por ejemplo: no es lo mismo chocar “limpiamente” y de lleno contra un pilar de hormigón que sustenta un paso elevado (quedarían prácticamente pulverizados ocupantes y coche de un modo semejante a que les hubiese explotado una bomba) que salir recto y volando ligeramente en una curva para aterrizar en un amplio campo de hierba crecida ausente de obstáculos como zanjas, piedras, árboles... en el que, muy probablemente, los ocupantes del coche no sufrirían lesiones de gravedad porque la energía se transformaría en trabajo de deformación sobre el vehículo (seguramente daría varias vueltas de campana) y en la suave resistencia que la hierba opondría a su avance.

No sé a qué velocidad se rompen los anclajes de los cinturones de seguridad ni de los asientos (de esto último nada se dice pero también es muy importante), en la búsqueda que hice sobre ello en Internet no encontré los datos -tampoco fue muy exhaustiva y ando algo torpe en esa tarea-, pero es obvio que han de tener un límite de fuerza a soportar y también que sólo es medible en condiciones de laboratorio que, por supuesto, permiten extraer conclusiones muy útiles para decidir cómo y con qué fabricarlos, pero que en un accidente real sufrirán una notable dispersión debido a una enorme cantidad de variables que muchas veces resulta imposible evaluar y que impiden afirmar lo que se dice al final del artículo: “que se produzcan las lesiones descritas es inevitable”. Pues depende, a veces sí y a veces no.

Esteban

martes, 10 de julio de 2012

SAN CRISTÓBAL 2012, A MODO DE REPORTAJE.



Iglesia de San Cristóbal en Repélega, Portugalete.

Pasaban de las 11:30, había comenzado la misa y aún había muy poca gente y muy pocos vehículos. El día estuvo muy desapacible y mucho más propio del otoño que del verano.



Seat 600, ¡44 años y funciona!

Nunca falta algún ejemplar de este popular y veterano modelo en eventos de este tipo. El aquí presente, según me dijeron -y es totalmente verosímil-, ya ha cumplido 44 años. Estaba el primero de la fila, muy pequeña este año.




Parte posterior del mismo coche. Conocí muy de cerca a finales de los 60 y durante unos cuantos años más de la década siguiente, familias enteras (matrimonio, dos niños y la madre de la esposa) que viajaban todos juntos de Gijón a Benidorm en verano en un coche como este. Parece mentira.




Bonito detalle. Pero, ¿cómo podíamos entrar?



El segundo de la fila era este camión. David y Goliat.

Renault R-12 Familiar
No tanto como el 600 pero sin duda también veterano, y gozaba de una envidiable salud, bastaba con oír el armonioso sonido de su motor y ver cómo salía el humo por el tubo de escape. Su satisfecho propietario me dijo que había viajado por toda Europa con él, Inglaterra y Escocia incluidas, y una buena parte de esos viajes con una caravana a remolque. Hasta no hace tantos años, en España, a este tipo de carrocerías se las denominaba “rancheras” y lo que me resulta aún más extraño: “rubias”.

La Arboleda
Detrás de la iglesia, al fondo, montes de La Arboleda. El pueblo del mismo nombre -casi en la cresta- no se aprecia. Los dos accesos principales a esta pequeña población son muy peculiares; uno es por carretera, pero... No sé qué tiene. Parece difícil y no engaña, hace que uno se ponga en guardia, pero aún así te sorprende y por más que la conozcas siempre te desconcierta algo, siempre hace que me sienta extraño en ella, y es muy raro, sólo he tenido esa sensación en otro tramo de carretera, casi 1.000 km al sur. El otro acceso, éste muy claramente peculiar, es en funicular o tren de cremallera.

Lluvia calmada y fina (txirimiri, orbayu en Asturias), niebla, sin horizonte, viento suave y fresco, un punto de bochorno y cielo cubierto en 8/8. Nada raro en un día de verano por estos lares; no todos son así, ni todos los años, ¡pero qué poco nos sorprenden! A propósito, resulta especialmente molesto conducir con este tipo de lluvia pues sus gotas diminutas se adhieren al vidrio y toda la superficie del mismo que no barren los limpiaparabrisas se vuelve casi opaca y si es de noche, o casi, favorecen muchísimos pequeños reflejos que dificultan mucho la visibilidad y perturban bastante la visión generando una sensación de angustioso peligro nada fácil de lidiar. En fin, esto es el norte y su fresco verdor tiene un precio.

Dividido en tres partes de unos tres minutos cada una, dejo aquí la ceremonia completa de las bendiciones, bueno, se me escapó el 600. Menos mal que le había hecho alguna foto antes, por eso lo coloco al principio y al final de modo estático.

 


Esteban

SAN CRISTÓBAL 2012

Es una tradición en desuso que el 10 de julio se engalanen los automóviles en honor de San Cristóbal, patrón de los conductores; e incluso que aquellos sean bendecidos por un cura. Generalmente, la mayoría de las personas que participan de esta tradición son conductores profesionales pero no se excluye a ningún otro conductor de ningún tipo de automóvil. 

Parroquia de San Cristóbal en Repélega, Portugalete.
Siempre me ha parecido muy curioso y chocante, sin embargo, cómo se auto marginan de dicha celebración muchos de mis colegas más directos, los profesores de autoescuela, o de formación vial o instructores de manejo, monitores, pisapedales (me gusta especialmente), o como quieran llamarnos. Aunque, normalmente, eso ocurre a nivel asociativo y no individual. 

Este es el letrero que está a la izquierda de la puerta principal.
En España -si no ha cambiado recientemente- desde hace muchos años, en los convenios colectivos que regulan las condiciones laborales entre trabajadores y empresarios se suele contemplar como día festivo el que corresponde al patrón de cada gremio (San José para los carpinteros, Santa Bárbara para los mineros y así hasta un larguísimo etcétera). El convenio de autoescuelas contempla un día con este fin, pero sin patrón. Contrariamente a lo que casi todo el mundo piensa, en buena lógica, San Cristóbal no es el patrón de las autoescuelas ni de las personas que en ellas trabajan. Muy curioso. Y al no tener patrón, se puede cambiar el día de celebración; cuando comencé en este oficio el día de las autoescuelas era -si no me equivoco- el primer viernes de octubre; unos cuantos años después, el primer viernes de junio (me gustaba especialmente) y en los últimos años el 7 de diciembre o el día laborable que mejor cuadre para asegurar “el puente” que tanto propicia la celebración de la Constitución (día 6) y de la Inmaculada (día 8, antiguamente también Día de la Madre), ambos festivos. Así, con este “puente” -que según coincida puede ser acueducto- y Navidad, diciembre, en España, viene a ser otro mes de agosto con los días muy cortos.

Letrero encima de una puerta lateral.
Tengo la impresión, bastante arraigada, de que este dar la espalda a San Cristóbal por parte de las autoescuelas encierra un complejo de inferioridad “no somos camioneros”. Es como el nuevo rico que reniega de su origen pobre, porque este oficio se ha cimentado y nutrido con excelentes profesionales llegados, precisamente, del mundo de la ruta y del camión. Personalmente, siempre consideré como un colega a cualquier persona que viva “de y en” la carretera, hasta el punto -por decirlo así y quienes me conocen lo saben- que también considero como tal a cualquier policía de tráfico.

Otra vista de la misma iglesia de Portugalete.
Al fondo el monte Serantes (Santurtzi) y una gaviota volando con dificultad.
En Portugalete (Vizcaya) hay un barrio llamado Repélega cuyas fiestas se celebran por San Critóbal y cuenta con una iglesia que lleva el nombre de este santo. Cada 10 de julio, después de la misa en honor del patrón, se bendicen todos los automóviles que acudan. No sé a ustedes, pero a mí me gusta esta ceremonia. En todo caso, que San Cristóbal les bendiga y libre de todo mal.

Esteban