sábado, 21 de julio de 2012

¿POR QUÉ MIENTEN? (1)

“Circular a 260 km/h.” 
“¿Qué pasa cuando se circula a velocidades tan altas?”

El primer renglón corresponde al título y la pregunta es el arranque de una pequeña columna firmada por DYA (Detención y Ayuda, asociación de ayuda en carretera) publicada en el periódico QUÉ! Nervión el pasado día 10, festividad de San Cristóbal -precisamente- patrón de los conductores.

Lo primero que me viene a la cabeza al leer la cuestión planteada es que se recorre mucho más espacio en mucho menos tiempo, evidentemente. Creo que ya dije alguna vez que no me gusta pensar mal. En segundo lugar, me alcanza el pensamiento algo así como: qué suerte, eres rico -pues muy pocos coches y muy caros pueden alcanzar esa velocidad-; o tienes un amigo rico, lo que quizá sea aún mejor. De acuerdo, puedo parecer frívolo, pero son las primeras reflexiones que me suscitó la mencionada pregunta, a qué engañarnos.

En el artículo se afirma que se traslada la pregunta a tres expertos y nos dan sus respuestas. Copio textualmente en color azul las mismas y a continuación de cada una de ellas el comentario que me sugieren en negro. Voy con la primera.

Un profesional de la enseñanza, Albert Aluma, responsable de las Escuelas RACC de Conducción Segura, se expresa así: “incapacidad absoluta de medir las distancias y sensación de ahogo”.

Lo he leído varias veces y ustedes mismos pueden ver aquí la foto que hice del artículo. Me he quitado y puesto las gafas, me he frotado los ojos... Me han dado ganas de ir corriendo al servicio de urgencias de un hospital a ver si hay suerte y me pueden curar a tiempo el tumor que debo tener en mi cerebro. Lo siento, pero no puedo ni quiero aguantarme la ironía, es que... ¡No me lo puedo creer! 

Por supuesto que NO existe esa “incapacidad absoluta” de medir las distancias y mucho menos esa “sensación de ahogo”. Lo único que parece absoluto aquí, es el descaro con el que el Sr. Aluma miente. ¿Acaso no sabe este experto que existen los aviones? ¿Que todos los días trasladan a cientos de miles de pasajeros a una velocidad de crucero de entorno a los 900 km/h? ¿Que aterrizan y despegan alrededor de los 250 km/h con el agravante de que se mueven en tres dimensiones y que la perspectiva, desde “tan solo” 2.000 m de altura, hace ver la pista muy pequeña? ¿Tampoco conoce la existencia de los trenes de alta velocidad? ¿Y que todos los días hay personas que saltan en paracaídas y que por unos instantes, en caída libre, dejan que la aceleración de la gravedad actúe libremente sobre su cuerpo alcanzando con él 200 km/h? Naturalmente que lo sabe. Entonces, ¿por qué miente el señor Albert Aluma? ¿Se dará cuenta de que su respuesta es una burla?

Para Juan Luis de Miguel, responsable del Centro Zaragoza de Investigación de Accidentes y Seguridad Vial: “cualquier acción brusca sobre el volante, para evitar un obstáculo o un simple golpe de viento... puede desencadenar la tragedia”.

Sí... Y a 20 km/h también, y a menos. La tragedia se puede desencadenar a cualquier velocidad que no sea igual a cero. Y no exagero, basta con imaginar que me dispongo a estacionar en diagonal, bien por debajo de 20 km/h, y cuando estoy aproximando la parte delantera del coche a la acera -con personas andando tranquilamente por ella- cometo el error de pisar el acelerador en lugar del freno, por ejemplo. No es tan raro que ocurra esto y mucho más probable -sin duda- a que se dé el caso de que alguien circule a 260 km/h. Podría citar muchos más casos, pero les animo a que imaginen ustedes mismos y la forma de asegurarse de que jamás les suceda.

En el centro, el coche siniestrado, un Toyota 'Carina'.
A la derecha, las sillas que ocupaban los heridos:: PARDO
Fuente: EL COMERCIO (periódico de Gijón, Asturias)
Lo de “un simple golpe de viento”, pues hombre... el viento se percibe, más o menos todos nos damos cuenta de su dirección y fuerza, los coches (todos), en función de sus prestaciones, están construidos para que no despeguen y que tampoco el viento lateral los saque de la carretera, salvo que sea muy, muy fuerte, claro. Por otra parte, una masa de aire en calma o moviéndose a poca velocidad no se acelera de súbito como para poder mover a un coche de lado, vamos, nunca he conocido un solo caso al respecto, tendría que ser un fenómeno paranormal. O algo parecido.

Respecto a la “acción brusca sobre el volante”, cualquier conductor debe saber que solamente en casos muy excepcionales, como último recurso y en busca de “lo menos malo”, porque lo bueno ya es imposible, se puede dar un “volantazo”. En mis clases prácticas, entre otras cosas, enseñaba eso e insistía en ello desde el primer día hasta el último.

Juan Carlos Luque, asesor médico de la DGT, afirma: “a esa velocidad no se salva nadie. Las hemorragias internas, las lesiones del tórax, con heridas y desgarro de vísceras como corazón pulmones y grandes vasos sanguíneos, causarían lesiones incompatibles con la vida”.
Y a todo esto nosotros nos permitimos añadir otro dato: que a 260 km/h, en caso de colisión los anclajes del cinturón de seguridad son arrancados y queda anulada su función. En consecuencia, que se produzcan las lesiones descritas es inevitable.

Por más que nos resulte muy desagradable la descripción que hace el señor Luque, es cierto que las lesiones internas son muy frecuentes en los accidentes de tráfico. 

Fuente:
www.fondosya.com/tag/latidos.html
Siempre solía comentar a los alumnos que a nuestro cuerpo lo sujeta el cinturón pero nuestro corazón, por ejemplo, no lleva cinturón que pueda evitar que tienda a salirse del pecho como tantas veces hemos visto en los dibujos animados. Ahora bien, asegurar que “a esa velocidad no se salva nadie”, no es cierto. Hay personas que han salido ilesas de accidentes producidos a esa velocidad e incluso superiores. La cuestión es cuántos Gs (1G = 1vez la aceleración de la gravedad, 9,8 m/s²) actúan sobre el ocupante de un vehículo cuando éste tiende a velocidad cero con motivo de un choque y la magnitud de esa aceleración no solamente está en función de la velocidad a la que se circulaba en el momento del accidente, influye también -y mucho-, entre otras cosas, contra qué se choque y la capacidad de absorción de energía -y por lo tanto de deformación- que tengan los objetos en colisión. Por ejemplo: no es lo mismo chocar “limpiamente” y de lleno contra un pilar de hormigón que sustenta un paso elevado (quedarían prácticamente pulverizados ocupantes y coche de un modo semejante a que les hubiese explotado una bomba) que salir recto y volando ligeramente en una curva para aterrizar en un amplio campo de hierba crecida ausente de obstáculos como zanjas, piedras, árboles... en el que, muy probablemente, los ocupantes del coche no sufrirían lesiones de gravedad porque la energía se transformaría en trabajo de deformación sobre el vehículo (seguramente daría varias vueltas de campana) y en la suave resistencia que la hierba opondría a su avance.

No sé a qué velocidad se rompen los anclajes de los cinturones de seguridad ni de los asientos (de esto último nada se dice pero también es muy importante), en la búsqueda que hice sobre ello en Internet no encontré los datos -tampoco fue muy exhaustiva y ando algo torpe en esa tarea-, pero es obvio que han de tener un límite de fuerza a soportar y también que sólo es medible en condiciones de laboratorio que, por supuesto, permiten extraer conclusiones muy útiles para decidir cómo y con qué fabricarlos, pero que en un accidente real sufrirán una notable dispersión debido a una enorme cantidad de variables que muchas veces resulta imposible evaluar y que impiden afirmar lo que se dice al final del artículo: “que se produzcan las lesiones descritas es inevitable”. Pues depende, a veces sí y a veces no.

Esteban

2 comentarios:

  1. Bueno... el rigor en la manera de escribir es algo que realmente se nota a faltar últimamente, desde luego. Y desde luego que hace falta una pedagogía diferente en el tema de la conducción, pues todos podemos matar a alguien con una simple marcha atrás a poco por hora, como bien dices. Pero también, sinceramente: ¿no crees que ir a 260 necesitaría medidas de seguridad acordes a dicha velocidad y a la energía cinética correspondiente? De hecho, es así en el tráfico aéreo, donde las medidas de seguridad son extraordinarias, desde el hecho de que sólo pilote un profesional, pasando por las pistas, las revisiones de las aeronaves o el cálculo de las rutas (se diseñan de manera que la probabilidad matemática de choque entre dos aviones es extraordinariamente baja).
    Sé que muchos buenos conductores podeis pasar de 120 tranquilamente sin poner en peligro a nadie porque, entre otras cosas, sabeis cuándo podeis poneros a 140 o teneis que bajar a 100. Pero ¿y los demás?
    Saludos!

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    1. Gracias por tu comentario y tus preguntas, Elisa. Voy con la primera: Sinceramente, creo que no. De acuerdo que a 260 km/h la energía cinética es enorme, pero también es muy elevada la de un camión con 40.000 kg circulando a 100 km/h y, francamente, creo que tampoco es plan de preparar las carreteras como si fuesen un circuito, ni siquiera en algunos tramos, sería carísimo y, ¿total para qué? Muy pocas personas y muy pocas veces circularán a esa velocidad (aunque no estuviese prohibido), y lo que aún es más excepcional, difícilmente lo harían más allá de un puñado de segundos. Estadísticamente creo que tampoco se justifica, ¿cuántos accidentes ocurren en torno a esa velocidad? No recuerdo ninguno.

      En general estoy de acuerdo contigo en lo referente al tráfico aéreo, pero... A ver si me explico. En tu primera pregunta entiendo que estás pensando en lo que en los últimos años se ha dado en llamar la seguridad pasiva de la vía, creo que el ejemplo más claro son los guardarraíles que evitan mutilaciones a motoristas (y no sólo a ellos) y respecto a lo que aún queda mucho trabajo por hacer. En este sentido la seguridad de un avión consiste en disponer de una pista despejada, nada más, porque si entra en pérdida (velocidad por debajo de la cual el avión no puede volar y cae -literal-) a pocos metros del suelo, la ingente energía cinética que lleva afectará (en su mayor parte) al avión y a sus ocupantes. Y no se me ocurre que pueda ser de otro modo, o muy difícilmente y a un precio muy elevado; la pista no puede ser un colchón. Pero bueno, es un hecho que los aviones comerciales sufren muy pocos accidentes, y también, que la posibilidad de que sucedan depende en gran parte de un factor difícilmente controlable que, a pesar de todo, espero que nunca se controle porque no imagino si no cómo, a veces, algún ser humano es capaz de hacer “milagros” (amerizaje en en el río Hudson en Nueva York hace pocos años, por ejemplo), aunque otras haga todo lo contrario; sí, seguro que ya lo has pensado, hablo del factor humano. Conozco algo el mundo de la aviación, y bueno, algunas leyendas urbanas que corren por ahí no son tan leyendas. Pero que nadie tema nada, sigue siendo un hecho que los aviones tienen muy pocos accidentes, a Dios gracias. También lo es que el transporte aéreo mueve muchísimo dinero y está expuesto a muchísimas presiones e intereses muy fuertes, y la codicia nos puede convertir en demonios.

      Tu segunda pregunta es muy interesante “¿y los demás?” Pues los demás somos todos, Elisa, sólo depende de con quién nos comparemos. Todos, tenemos también instinto de supervivencia y se supone que muy fuerte, aunque la clase dirigente parece que está logrando neutralizarlo bastante en buena parte de la población, en todas las edades, pero especialmente en los más jóvenes (contrariamente a lo que muchos piensan, creo que lo tienen muy difícil), con el fin de sobreprotegernos (sólo aparentemente) para dominarnos mejor. Pero esta es otra historia, aunque todo se relaciona. A lo que iba, he visto en la autoescuela sistemáticamente que cuando alguien conduce por encima de sus posibilidades, se da cuenta. Sólo tiene que aprender a actuar a pesar del miedo para disminuir la velocidad en fracciones de segundo y no correr más riesgo. He visto en niños y ancianos, en personas que no han conducido ni pensado en hacerlo nunca, cómo perciben si se sienten seguros o no por cómo conduce quien los lleva. Estoy seguro de que si mañana te dejan un Ferrari (puedes conducirlo en el mismo rango de velocidades en que te mueves con tu coche) no se te ocurriría pisar el acelerador a fondo ni en Montmeló, ¿verdad? A mí tampoco. Y si por error, llegamos a nuestro umbral de seguridad, pisamos muy suavemente el freno de inmediato y asunto arreglado, en un instante. Lo mismo haríamos, si bajando un puerto en bici nos adelanta un ciclista profesional o muy bien entrenado, ¿intentaríamos seguirle? Seguro que no. Ni se nos ocurre. Francamente, creo que “los demás” (en su inmensa mayoría, al menos) actuarían igual. ¿No te parece?

      ¡Saludos!

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