Más preciso y completo para esta entrada hubiese sido este título: “Gerardo y la importancia de la experiencia como conductor para ser profesor de autoescuela”. O Profesor de Formación Vial (PFV), como prefieran; o “pisapedales”, entre amigos es mi título preferido, aquí todo el mundo me dice que hace feo. En todo caso me hubiese ocupado más de un renglón, cosa que procuro evitar. Demasiado largo.
Gerardo no pudo conducir este coche, es del año pasado, pero sí varios de sus "hermanos mayores" y que le fueron contemporáneos. Fuente: Cortesía de Alisa Alòs. Gràcies! |
El mencionado puesto de esa imaginaria lista no se lo otorgo a título póstumo, al menos me queda el pequeño consuelo de habérselo dicho personalmente en su momento y también a nuestros compañeros, sin embargo he de añadir una aclaración: me refiero a ver conducir a una persona en vía pública y ocupando yo el asiento delantero derecho del coche que manejaba. En circuito, y desde el mismo asiento, también tuve la suerte de ver a un conductor magnífico: Salvador Cañellas padre, pero esto no fue en calles y carreteras abiertas al tráfico sino en Can Padró, muy cerca de Barcelona, lo que no me permite compararles aunque imagino que ahí se andarían ambos en los dos terrenos.
Era el año 1978, estaba trabajando en una autoescuela de Gijón que ya hace unos cuantos años que no existe y que tomaba el nombre de esta ciudad, y donde me saqué mi primer carnet, quién me lo iba a decir. En aquel año, estábamos como profesores en aquella escuela -aparte del jefe, su hermano y un hijo del primero- cuatro más, comenzando nuestra labor allí, más o menos, a la par. Tres éramos de la misma edad (unos 24 años) mientras que el otro compañero podría tener claramente los mismos años que cualquiera de nuestros respectivos padres, o algunos más. Pero nos llevábamos bien, a pesar de ser un grupo bastante heterogéneo en realidad.
Así estaban las cosas por entonces en aquella escuela cuando el jefe decidió contratar a un profesor para sustituir a nuestro compañero mayor que decidió irse a vivir literalmente a las antípodas, a Australia, de donde había venido hacía pocos años. Y entonces llegó Gerardo. Recuerdo bien cuando me lo presentó la secretaria y también que me causó una primera impresión... no sé, un tanto extraña y contradictoria. Sabía, porque coincidió que fui el último en conocerle, que también era “mayor”, que venía de Francia -aunque era de Asturias igual que “el australiano”- que parecía un tanto raro y enigmático... La verdad es que en aquella escuela coincidimos un grupo bastante atípico, pues otro compañero de los que no éramos familiares del jefe era mexicano, hijo de asturianos pero nacido y criado en México. Como ven eso de la “globalización” no es nada nuevo, allí sólo estábamos dos que aún no habíamos salido al extranjero y de Asturias poco.
Como este es el coche que yo le conocí a Gerardo: un Simca 1200 "francés", hacía hincapié en esta palabra. Fuente: pasionslot.mforos.com |
Nunca me gustó, ni siquiera en la adolescencia ni arranque de la primera juventud, aferrarme demasiado a la primera impresión que me cause una persona, entre otras cosas, porque yo mismo puedo dar una sensación pésima en un primer contacto y, sin embargo, me gustaría que me diesen una segunda oportunidad, por lo menos. Todos tenemos múltiples facetas y no siempre mostramos la más agraciada. Además, en esta idea no he tenido más remedio que profundizar (afortunadamente) por imperativos gajes del oficio.
Más que su físico, cuerpo delgado y enjuto, baja estatura, aparente carácter nervioso (más bien vivaracho), rasgos celtas, sumamente educado... destacaba a mis ojos, sobre todo, su gran pulcritud. Y bien está, que uno vaya aseado y presentable, claro, pero tanto... Siempre tiendo a pensar que cuando alguien se me aparece tan perfecto por fuera es porque así pretende encubrir inconfesables vicios y defectos, pero fueron pasando los días y a Gerardo no le vi ninguno, francamente. Ninguno. Y conduciendo y enseñando, menos.
Creo que ni llegó al año el tiempo que coincidí con Gerardo, pero enseguida entablamos amistad y los viernes que acabábamos al mismo tiempo la faena solíamos tomar juntos una cerveza o un gin-tonic en la cafetería que había debajo de la escuela antes de llevar los coches al garaje. Allí, sentados en la barra en unos cómodos taburetes y a una hora en la que coincidía poca gente, en un ambiente tranquilo y agradable charlábamos un buen rato; bueno, yo en realidad hablaba poco, escuchaba mucho y hacía alguna que otra pregunta al hilo de lo que oía porque me quedaba casi -o sin casi- igual de maravillado que cuando de niño era testigo de las charlas de aquellos chóferes de camiones mientras comían en la fonda “El Sopapu”.
Un "taxi" para pilotar. La leyenda que marcó un hito en la historia de Seat. Fuente: Auto Límite. Los buenos aficionados disfrutarán del enlace anterior, y de este: Vicente del Valle |
Mi nuevo compañero me daba lecciones magistrales con ese “no hubo intento” que decía Rubén Darío y que tanto me gusta, lecciones que iba absorbiendo como una esponja y que luego iba escurriendo en las mías propias hasta sin darme cuenta. Además me resultaban muy exóticas, porque Gerardo se había ido a Francia de chaval y estuvo trabajando como chófer de diferentes personalidades: aristócratas -me hablaba de una princesa con especial sentimiento, tras el cual yo imaginaba uno de esos amores imposibles, tan terribles siempre-, magnates diversos y hasta un ministro de defensa, general del Ejército del Aire y ex piloto de caza. Había conducido por todo el país, innumerables veces y por todos los países próximos: Bélgica, Alemania, Suiza... Había conducido por todo tipo de carreteras, incluidas muchas de los Alpes. Tenía una experiencia asombrosa y excepcional siempre con coches de alta gama con motores de 8 y 12 cilindros y de cuyo mantenimiento y algunas reparaciones también se ocupaba, así que también aprendía mecánica práctica. Gerardo había recorrido toda Europa central, siempre “volando bajo”, por imperativo mandato del guión como dicen en Hollywood, y con patente de corso, claro.
Respecto al mantenimiento y cuidado de los coches, Gerardo había desarrollado una especial sensibilidad como sólo he visto en mi vida a unos pocos mecánicos; por supuesto sabía poner a punto el sistema de encendido de un coche de oído y regular un carburador de doble cuerpo igualmente, de ambas cosas fui testigo, parecía un mago. Los cuatro profesores “de la parte fuera” como se suele decir en Asturias, trabajábamos con otros tantos coches idénticos, hasta las matrículas eran consecutivas, R-5 GTL concretamente, de color rojo y muy nuevos; bien, pues en un par de semanas, más o menos, el de nuestro nuevo compañero destacaba sobre los otros tres. Cada uno lavábamos “nuestro” coche la víspera del examen, a mano y en el garaje; yo procuraba hacerlo bien desde luego (siempre me pareció, entre otras cosas, una pérdida de tiempo sin sentido hacer el paripé), pero no sé qué demonios hacía Gerardo que a él siempre le quedaba mejor, y eso que me fijaba, porque coincidimos muchas veces en esa tarea y a veces hasta lo hacía adrede a ver si aprendía, pero no, algo se me escapaba.
Antes de aquellas magistrales clases de los viernes que Gerardo tenía la deferencia de impartirme en exclusiva tan generosamente, ya había aprendido dos cosas muy importantes de él que siempre he tenido muy en cuenta desde entonces. Dos o tres días antes del examen llevábamos a los alumnos al Parque Infantil de Tráfico donde tendrían que hacer las pruebas de maniobras, y como tenían que estar solos en el coche durante las mismas, casi siempre se podían aprovechar unos minutos para hablar con otros colegas.
Eliminar las maniobras en pista para el permiso de coche ha sido un grave error de la DGT que aún estamos pagando todos unos 20 años después. Y lo sabían, y lo saben. Fuente: www.autofacil.es |
Uno de esos días, cuando ya me pude bajar del coche, vi a unos compañeros charlando y me acerqué; estaban hablando de conducir a velocidades elevadas, buenas carreteras y buenos coches, Gerardo contaba cómo tuvo que trabajar en Francia, cómo las velocidades de crucero en torno a los 200 km/h eran su pan nuestro de cada día, cómo, no pocas veces, por razones tan frívolas como ir a buscar unas preciadas fresas a no sé cuántos cientos de kilómetros para regresar con ellas a Paris antes de la hora de la comida de quien a la sazón era su jefa o jefe, entonces yo expresé que era una suerte de trabajo, que ya me gustaría... y él, espontáneamente y de inmediato, me miró al mismo tiempo que hacía ese conocido gesto de pinzar la nuez con el índice y el pulgar, levantar un poco el mentón y decirme “...así, así vas Esteban, te lo juro. Es mucha tensión. No puedes cometer ningún error, ¡ni uno! Y lo peor no es que te mates tú, es que puedes matar a alguien, aunque sea por culpa suya”. Tenía razón.
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Siento que perdieras tan pronto a un amigo con el que claramente te entendías. Sorprende que reconociera que no le gustaba pasarse el día a 200 por hora, no es frecuente que un hombre hable de miedos, en ninguna área. Habla muy bien de él.
ResponderEliminarCiertamente, no es siempre bueno evaluar a alguien a primer golpe de vista, y especialmente si ese alguien ha vivido o crecido en el extranjero o entornos muy diferentes al nuestro, pues es muy probable que actúe siguiendo 'códigos' culturales que a nosotros nos resultan desconocidos.
El coche de la foto es un Rolls-Royce que creo que es el coche oficial de la reina de Inglaterra. Es tan sorprendente verlo como ver el 'pedazo' motor que lleva y que tienen expuesto al lado.
Saludos!
Gràcies, Elisa! Así es, me entendía muy bien con Gerardo y es el día de hoy que lamento su pérdida. Quizá, este permanecer en el rincón de lo buenos recuerdos de personas con las que coincidimos en nuestro andar por la vida, como un tesoro imborrable, sea la mejor forma que nos es dada para dilatar las fronteras de la dimensión del tiempo hasta el punto de creer que nuestros anhelos de eternidad son posibles.
EliminarEfectivamente, los hombres no hablamos fácilmente de nuestros miedos y que Gerardo lo hiciese en público entre compañeros que apenas conocía y alumnos que estaban muy cerca y podían oírnos perfectamente le honra.
Los Rolls-Royce son coches muy excepcionales en todos los aspectos y tu foto me ha venido al pelo para esta entrada, gràcies!
¡Saludos!
El tiempo de reacción es mínimo a esas velocidades. Veo amigo Esteban que aprendiste mucho a su lado. Por cierto, ese Simca es toda una joya.
ResponderEliminarTe comento que ya me despido del mundillo bloguero por vacaciones de verano hasta Septiembre, así que te mando un abrazo enorme. Cuídate mucho. @Pepe_Lasala
Sí que aprendí, Pepe; sobre todo humildad, que nunca sobra.
EliminarEl Simca 1200 fue un coche muy interesante con un comportamiento muy noble y claramente por encima de la media en su tiempo. Viajé bastante con uno de mi jefe por motivos de trabajo y siempre me sentí muy a gusto y seguro con él.
¡Felices vacaciones, amigo!
Un fuerte abrazo.
¡Pensar, tocayo, que hay tantos que deben manejar contra el tiempo, corriendo ese riesgo al primer error y que sin embargo no tienen la conciencia y el criterio de tu amigo! Por Dios que estamos expuestos.
ResponderEliminarAbrazo.
Sí... creo que vivimos tiempos un tanto raros en el que el instinto de conservación parece adormilado y que delegamos nuestro propio cuidado en el estado que no hace más que repetirnos lo mucho que cuida y hace por nosotros cuando es todo una gran mentira.
EliminarEn cuanto a “manejar contra el tiempo”, preciosa expresión, ahí das en el clavo; lo más peligroso es cuando aumentamos la velocidad movidos por la prisa, pues es muy fácil sobrepasar los propios límites con esa angustia mandando en nuestro ánimo. En este caso conviene recordar la famosa máxima de “vísteme despacio que tengo prisa”.
Un abrazo.