Lo siento, les dije en la entrada anterior que seguiría hablando en esta del permiso por puntos sin darme cuenta de que hoy es San Cristóbal, y no quiero faltar a esta cita. El patrón de los conductores se merece un espacio en este blog un día al año, qué menos.
Imagen de San Cristóbal en la iglesia del mismo nombre que hay en el barrio de Repélega (Portugalete). |
A modo de celebración les contaré una historia, una vivencia de otro conductor excepcional que también tuve la suerte de conocer. El protagonista es un primo de mi padre, camionero por cuenta propia, que viajó con su camión por toda España durante muchos años dedicándose a lo que, al menos antes, se llamaba “la ruta”.
“Andar a la ruta”, consistía en cargar algún tipo de mercancía en tu camión en el lugar más próximo posible a tu lugar de residencia, llevarla a otra provincia, descargar, buscar carga de nuevo en ese sitio y así sucesivamente ir entrelazando distintos lugares intentando viajar de vacío lo menos posible, realizando una labor con cierto halo de romanticismo y gran incertidumbre bastante semejante en ambos aspectos a la de los marinos mercantes por aquel entonces (hablo sobre todo de los años sesenta y setenta), y también como estos, pasando varios meses seguidos sin volver a casa; unos moviéndose por distintos mares otros surcando infinitos caminos de asfalto.
Pongamos que Manuel -el nombre no es real-, casado y con dos hijos, vivía en un pequeño pueblo de un conocido valle minero de Asturias. Allí tenía su puerto seguro, allí volvía siempre tras sus periplos (nunca inferiores a dos meses) de auténtica carretera y manta cuando había reunido un dinero suficiente para poder permitirse unos días de descanso él y su camión, al que también le hacía él mismo en ese tiempo las reparaciones y el mantenimiento necesarios.
Una de esas veces, llevando tres meses fuera de casa y después de descargar en Valladolid, inició viaje de regreso. Aún faltaban varias semanas para el invierno, el tiempo era relativamente bueno en todas partes y sin previsión de nieve en ninguna. Hasta coronar Pajares por la vertiente leonesa. Allí se encontró con una copiosa nevada, aún de día, una barrera indicando que el puerto estaba cerrado para todos los vehículos y completamente solo. “Paré, no me lo podía creer pero paré, aunque la primera idea fue llevarme por delante la barrera y seguir estuve contemplándola unos segundos desde la cabina. Conozco el puerto, estaba todo blanco y con bastante nieve, pero cuanto más lo miraba más ganas me daban de seguir y más claro me oía decir, yo paso, hoy llego a casa, ya estoy muy cerca. Bajé del camión, quité la barrera, pasé, volví a parar, la puse de nuevo en su sitio, subí al camión y me dije que con la reductora y el eléctrico, tocando el freno de pie lo menos posible y con toda la carretera para mí, con un poco de suerte no me voy barranco abajo”.
Un Pegaso hermano del coprotagonista de la historia. Mis felicitaciones para el autor de esta excelente maqueta. Fuente: www.camionesclasicos.com |
Se le cruzó el camión en varias ocasiones, utilizaba los dos carriles, y tuvo la suerte de que en algunas partes caía mucha agua de la ladera que limpiaba la carretera de nieve, pues la temperatura tampoco era tan baja como para que se helase, cuando las ruedas pisaban en esas zonas usaba el freno de pie al máximo, y así, poco a poco y con el corazón en un puño llegó abajo. Ya estaba a salvo, llegaría a casa, empezaba a respirar hondo y tranquilo y sus latidos se iban acercando al ralentí, mas aún quedaba un inconveniente con el que no contaba: una pareja de la Guardia Civil con una tanqueta al lado en una pequeña recta ya casi horizontal. Le dieron el alto.
El diálogo entre los agentes y Manuel, vino a ser este:
- ¿Pero usted de dónde sale?
- Del puerto, de dónde voy a salir.
- Pero... si está cerrado, hay una barrera, la pusimos mi compañero y yo... ¿es que no hace caso a nada? Ni con el Land Rover podemos andar nosotros.
- Hombre, tampoco está tan mal, aquí estoy, y eso que no llevaba cadenas que si no hubiese bajado mejor.
- ¡Encima! Déme el carnet de conducir que le voy a prender fuego aquí mismo.
- No lo tengo.
- ¿Cómo que no tiene carnet de conducir?
- No, señor guardia, se me olvidó en casa (lo tenía conmigo, claro, pero no se lo quería dar, parecía completamente decidido a quemármelo).
- ¡Baje del camión!
Entre tanto, el guardia hizo una pausa y Manuel aprovechó para decirle:
"Mire, sé que tiene razón, que hice una auténtica burrada, pero llevo tres meses fuera de casa y estaba demasiado cerca como para quedarme en el puerto o dar la vuelta. Tenía que pasar. Y volví a dejar la barrera en su sitio, que conste, no vaya a ser que se meta otro y se mate. Lo puede comprobar, ustedes con la tanqueta suben bien."
Entonces, el otro guardia, que se mantenía atento a una cierta distancia y todavía no había dicho nada, se acercó y dijo:
"Hombre, yo creo que lo podíamos dejar pasar, total, no podía hacer daño a nadie, sólo él se hubiese matado, y ya que está aquí..."
El primer guardia le miró unos instantes a los ojos, y le dijo:
"Vale, vete a tu casa, pero como te vuelva a encontrar por aquí cometiendo la más mínima infracción no vuelves a conducir en tu vida."
Pasó el tiempo y la amenaza de aquel agente se diluyó en él. De hecho se encontraron algunas veces más y me contaba mi pariente que le hacían el saludo militar sonrientes y cómplices de aquella hazaña como nunca oí otra igual, por cierto.
Este primo de mi padre era un hombre grande y fuerte, una persona cuya bondad y nobleza reflejaban claramente su rostro y sus ojos en cuanto tu mirada se cruzaba con ellos. ¿Exageraba? Creo que no, y le oí contar esta historia varias veces porque se lo pedía cada vez que coincidía con él. Me encantaba. A los guardias no los conocí, y bien que me hubiese gustado oír su versión. Pero hay un hecho: el puerto estaba cerrado el día que Manuel salió de Valladolid con destino a su pueblo, y llegó. Esto siempre lo corroboraba la esposa de mi pariente de forma espontánea al final de los múltiples relatos de la misma, “yo ya no lo esperaba esa noche para cenar porque había oído por la radio que el puerto estaba cerrado, me quedé igual que los guardias cuando vi que llegó, y también me enfadé con él porque no se mató de milagro”.
Mi limitado entendimiento no alcanza a saber si hay ángeles de la guarda, ni santos ni seres que desde otra dimensión y con más recursos que nosotros, de vez en cuando nos echen una mano. Pero me gusta creer que sí, y siempre ha habido innumerables indicios que perecen confirmarlo. Cuídense cuanto puedan, no vaya a ser que esa ayuda tenga sus limitaciones, pero que San Cristóbal y Dios bendigan los caminos que transiten en sus vidas.
P. D.: Les dejo aquí un vídeo que cuenta una historia muy poco común sobre la vida en un camión y que bien puede servir para dar ánimos a las personas que tienen miedo a conducir.
Entradas relacionadas: SAN CRISTÓBAL 2013. Y por aquellas situaciones en las que bien parece que nos beneficiamos de un milagro, estas dos: UNA HISTORIA DE PÁNICO (y 2) y PASO A NIVEL (1).
Etiquetas: San Cristóbal, andar a la ruta, camioneros, Pajares, hazaña en la carretera, Guardia Civil.
Fabulosa entrada muy buen labor en este blog Saludos
ResponderEliminar¡Muchas gracias, José Ramón!
EliminarBienvenido, estás en tu casa y ojalá te resulte de utilidad la visita.
Saludos cordiales.
Gracias por esta historia!
ResponderEliminarGràcies a ti, Elisa!
Eliminar¡Feliz fin de semana!
Seguir las reglas de circulación,puede salvar muchas vidas
ResponderEliminarPor supuesto, Juan. Hacer lo que sabemos que tenemos que hacer; mira que es fácil.
EliminarPero ojo, como dice un amigo y colega: "Cuidado, tampoco dejes que te mate la norma".
Un abrazo y buen fin de semana.
Hablando ayer con un amigo le hable de este blog y no recordaba el nombre. Hoy lo he buscado para pasárselo y me ha alegrado hacerlo porque me ha servido para leer las últimas entradas, tan buenas como siempre. Gracias por hacernos pasar buenos ratos de lectura. (Marseille)
ResponderEliminarMuchas gracias a ti por tu atención y por recomendarme. Me alegra saber que disfrutas de este blog y espero que también te resulte de alguna utilidad.
EliminarUn saludo muy cordial.
¡Hola Esteban!
ResponderEliminarBueno pues, es un lindo y anecdótico relato, digno muy digno que se merece un aplauso prolongado.
Leerte ha sido un encanto, describes aquella situación tan claramente que pareciera estar viendo a Manuel sacando la valla... Y yo que conozco el lugar! Ay madre que temeridad, pero de la forma que tu plasmas el relato parece que puedo ver sus pensamientos, no cabe duda que era un hombre audaz. Pero más vale que nadie copie, pues los Ángeles no están para todos.
Ha sido un placer pasar a leerte, sigo descansando, mas de cuando en vez visito mis blogs amigos. Este es uno de ellos.
Te dejo un abrazo y mi inmensa estima.
Se muy muy feliz
¡Hola Marina!
EliminarHe tardado en contestar (perdón), pero eso no resta un ápice de la alegría que me da verte por aquí y de lo honrado que me siento para que interrumpas tu descanso para pasar por esta tu casa.
Pues si conoces el puerto de Pajares, puedes darte cuenta con mucho más detalle de la proeza que hizo mi pariente (espero que me hayan tocado algunos genes). Pero haces muy bien en apuntar que nadie lo copie, porque como bien dices no deja de ser una de esas temeridades que salen bien más por milagro que por otra cosa; y, aunque creo que sí existen los ángeles de la guarda y que a nadie le falta uno (aunque a veces parece que estén de vacaciones) tampoco es cuestión de darles trabajo extra, entre otras cosas porque igual ya de por sí tienen mucha faena con cada uno de nosotros sin que ni siquiera nos enteremos, ¿verdad?
Muchas gracias por darme tu amistad. ¡Ojalá que todo te vaya bonito!
Un abrazo.
Muchas gracias, Anna:
ResponderEliminarMe gusta mucho la poesía y he pasado por tu blog, pero muy rápido; volveré en cuanto pueda con más calma y tiempo para disfrutar de tu arte.
Un saludo.