SEGUNDA ETAPA, DE 12 A 18 AÑOS (y 3)
CÓMO PAGUÉ Y ELEGÍ AUTOESCUELA
Con quince años sentí que podía ser capaz de hacer compatibles estudio y trabajo. Es curioso, porque casi siempre me he considerado como “de efecto retardado”; pero siempre hay excepciones, y para algunas cosas quizá haya sido algo precoz. Así que me puse a buscar trabajo, comencé a contestar algunas demandas de empleo que veía en los periódicos, escribí mis primeros y brevísimos currículums que completaba con una, más que nada, decidida declaración de intenciones y buena disposición para aprender lo que fuese, incluso sin cobrar hasta que lo lograse, llegué a conseguir mis primeras entrevistas de trabajo... pero parecía ser que no encajaba en ninguno y no logré comenzar mi vida laboral a esa edad.
Estudio y trabajo, una posibilidad muy remota actualmente. Fuente: www.mujer.info |
En aquel tiempo, y todavía persiste en buena parte, el permiso de conducir se veía como un artículo de lujo. Hace muchos años que no lo veo así, es más, creo que los padres deberían de plantearse muy seriamente el aprendizaje del manejo de automóviles de sus hijos, con más seriedad aún que sus estudios superiores. Por una poderosa razón que resulta obvia: Su integridad física y su vida estará en peligro, tanto si son conductores como si son pasajeros, y las de otras personas. Por más que no se quiera mirar hacia ese lado, también resulta evidente que aprender a conducir bien es la clave de la seguridad propia y ajena.
Actualmente, en la mayoría de los casos, los gastos que conlleva aprender a conducir han de ser asumidos por los padres -si pueden- porque es muy difícil que un joven encuentre un trabajo. En España, y según datos oficiales, el paro en el grupo de personas menores de 25 años ronda el 50%, es escandaloso. Hay quienes piensan que los jóvenes son unos vagos, que lo tienen todo, que no se esfuerzan por nada ni por nadie, que viven muy bien, que lo tienen my fácil... Seguro que hay algunos así, pero no creo que sean mayoría, ni les envidio; es más, creo que la vida se les presenta con bastantes más dificultades que cuando yo tenía su edad, aunque sólo sea por el inmenso desierto lleno de espejismos que tienen que cruzar. Por otra parte, en esas actitudes negativas que tanto se proclaman, habría que delimitar la responsabilidad que les compete a familia, sistema educativo y sociedad.
A esa crítica, bastante extendida, se opone un halago también muy difundido: “La juventud española es la mejor preparada de toda la historia”. ¿En serio? No me lo creo. De acuerdo, el abajo firmante no es más que un “pisapedales”, pero siempre he trabajado con jóvenes y procuro tener los ojos abiertos, y eso no lo veo, salvo excepciones, sin duda mucho más numerosas que hace 40 años, pero en términos relativos, ¿serán también mucho más numerosas? Tengo mis dudas. Y hay un detalle muy significativo, la frase entrecomillada de este párrafo la dicen mucho los políticos, se les llena la boca con ella; me parece muy sospechoso y un claro motivo para desconfiar de su certeza, o, al menos para ponerla en cuarentena. ¿No creen?
Aquellos tiempos en que todo parecía posible... Protesta contra la guerra de Vietnam en Estados Unidos, 1967 Fuente: wikipedia.org |
He conocido y conozco jóvenes que son como hormigas (dicho sea sin ánimo peyorativo alguno, por supuesto), siempre tienen trabajo al mismo tiempo que siguen con sus estudios, no hacen ascos a ninguna labor (siempre legal y honesta, claro); ahora mismo me vienen a la cabeza tres casos concretos, dos chicas de aquí y un chico de Barcelona, si me estrujo la memoria seguro que aparecen más, pero no importa, porque sin duda estos jóvenes tienen mucho mérito, pero también es cierto que aunque todos tuviesen una actitud similar o incluso mejor, ni siquiera una mayoría lograrían trabajar. Es desolador, porque sin la brutalidad de una guerra se ha generado un efecto bastante similar: perder una generación.
Con este panorama, como decía antes, son muchos los padres que tendrán que hacerse cargo de lo que cuesta aprender a conducir, y cada vez son más los que no podrán hacerlo. Pero los que pueden, tengan en cuenta que es un aprendizaje vital; a veces lo barato sale tan caro que ni siquiera se puede pagar con dinero, por mucho que se tenga. Y en ocasiones, bien merece la pena sacrificar unas vacaciones, o varias, por poner un ejemplo, con el fin de poner los medios para que los hijos aprendan a conducir bien.
Vuelvo con mi historia. En el cambio de década entre los sesenta y los setenta, para mí era indiscutible que si quería aprender a conducir a los dieciocho años, tendría que buscar mis propios recursos, y fui previsor. Como ya les dije comencé a intentarlo tres años antes, mas fue con los 17 cumplidos cuando encontré mi primer empleo. Menos mal, porque ya parecía que se alargaría mucho mi llegada a la autoescuela. Pero me sentí muy afortunado, sólo trabajaba los viernes y se cobraba bien: 300 pesetas por día con seguridad social y todo. El trabajo era intenso, con bastante responsabilidad y no se permitían errores, con uno estabas despedido y no volverías a poder trabajar allí jamás; consistía en repasar los boletos de las quinielas en la delegación de Gijón del Patronato de Apuestas Mutuas Deportivo Benéficas, llevar las cuentas y cobrar, todo con precisión matemática y en esa labor estábamos entre unos diez y quince chavales por cuyas manos pasaban las quinielas de todo Gijón y media Asturias, en Oviedo otra delegación se ocupaba de las de esa ciudad y el resto de la provincia.
Quienes me conocen pueden imaginar perfectamente que aquel primer día de trabajo fue para mí como aterrizar en otro planeta en el que se desarrollaba una actividad febril y en el que me encontraba absolutamente perdido e ignorante. Mis compañeros no podían ayudarme mucho, bastante tenían con su faena, pero aun así hicieron lo posible (¡gracias!) y al final de la jornada el segundo de abordo, un señor con cara de pocos amigos y aspecto fascista, que luego pude comprobar que era una bella persona -cómo engañan las apariencias-, me llamó a su presencia para decirme lo que ya sospechaba: que mi trabajo había sido un desastre, pero que me daba una segunda oportunidad el próximo viernes si yo quería, sólo una más. Le di las gracias y empeñé mi palabra en que lo haría bien, aunque... tenía mis dudas. Al finalizar el trabajo la semana siguiente (exhausto) no pude esperar a que me hiciese llamar el jefe, fui a preguntarle.
-Disculpe, señor... ¿Qué tal he trabajado hoy?
-Bien, si sigues así te puedes quedar.
-¡Muchas gracias! El viernes estoy aquí. Adiós, buenas noches.
-Adiós.
Y así fue como me pude financiar mi primer paso por la autoescuela. Había hecho cálculos y con ese trabajo lo podría pagar. ¡Bien!
Para una inversión vital, rompamos la hucha con decisión y alegría. Fuente: despilfarro.com |
Antes, durante aquellos años y hasta hace muy pocos, se oía un insistente rumor que aparecía y desaparecía como el Guadiana. Se decía que con 16 años y permiso de los padres se podía sacar el carnet de coche. Cuando se comprobaba que este rumor era falso (pregunté en varias autoescuelas), siempre se acababa encontrando uno con alguien que contaba otro y alimentaba el primero: “Bueno, ahora no, pero lo aprobarán enseguida, ya verás”. Lo cierto es que aquello nunca fue verdad, y no hay indicios de que lo vaya a ser en un futuro próximo. Donde sí parecía que era una realidad, era en Estados Unidos, también se podía ver en algunas películas, y desde luego me daba mucha envidia, pero aquí no. Y América estaba tan lejos...
Muy cerca de mi casa había dos autoescuelas; seguía trabajando, pude ahorrar y empecé a pensar seriamente dónde ir. En Gijón había unas cuantas autoescuelas, no tenía referencia de ninguna, pero sí una completamente descartada, aquella de la que les hablé que invadía en ocasiones nuestro espacio en el Parque Infantil de Tráfico, ¿se acuerdan? Pues yo también me acordaba, eso que desde mis 12-13 años parecía que había pasado una eternidad, a esa autoescuela no iría ni aunque no me cobrasen nada. De las demás, sólo tenía la imagen percibida de los coches que veía por la calle y sus locales. Algunas tenían vehículos muy viejos aunque en muy buen estado aparente (todos Seat 600, no me gustaban), unas pocas tenían el Mini, era una novedad y un coche simpático, exótico y moderno. También me fijaba en el aspecto de los profesores que veía por la calle, algunos llevaban corbata (no me gustaba), otros parecían mis abuelos; no recuerdo que los hubiese muy jóvenes, pero, en principio no me hubiese fiado mucho (poca experiencia), la edad ideal la imaginaba en un termino medio entre la de un hermano mayor y mi padre.
Morris Mini Un coche modesto, revolucionario y moderno que hizo historia y es leyenda. Fuente: www.uniquecarsandparts.com.au |
Así mismo me fijaba en los locales, que por aquellos años (ahora bastante menos), solían ocupar parte de lo que por allí se llamaban “altillos comerciales”, una especie de entresuelo situado por encima del techo de los locales comerciales situados a pie de calle y el primer piso de los edificios. Poca información transmitían, salvo que se entrase en ellos. Hay un detalle, que quienes ya tienen... una cierta edad, seguro que han visto algunas veces en España, se trata de algunas pequeñas empresas que parecían una prolongación de oficinas del gobierno por su estética, tipo de mobiliario y decoración. No me gustaban. Que una oficina de un organismo oficial tenga una cierta estética, bueno; que eso lo imite una empresa privada me resultaba sospechoso y rechazable. Además, curiosamente, las personas que atendían al público en estas empresas también solían copiar la actitud, generalmente despótica del funcionariado de la época, lo que todavía me gustaba mucho menos.
Mini 850 de Luxe Fuente: www.mini10pulgadas.com |
Pregunté precios y condiciones en unas cuantas autoescuelas, descarté en seguida las dos que estaban tan cercanas a mi casa, una por ser del tipo “oficina del gobierno” y la otra porque el señor que me atendió tenía cara de pocos amigos y parecía desconocer el concepto “amabilidad”. Fue seco y distante. No volví. Al final encontré una autoescuela a unos 20 minutos andando desde mi casa, cuya imagen me gustaba por los coches que veía por la calle, el letrero que llevaban los mismos, lo luminoso de su “altillo” haciendo esquina. La secretaria era amable, franca y enérgica a partes iguales, sin actitud servil (bastante frecuente en aquel tiempo, o lo contrario), tenían un Mini rojo y un Seat 600 blanco “último modelo” como se decía entonces, y una pequeña oferta que me pareció sugestiva: Un precio cerrado para 20 clases prácticas de media hora, incluía la matrícula las tasas, la teórica... Todo. Y me pareció razonable pensar que podía aprobarlo todo en ese tiempo. La secretaria me dijo que los hombres jóvenes solían aprobar con menos de esas 20 clases de 30 minutos, también me aseguró que no habría ningún problema en volver después de unos meses, caso de que diese las 20 clases y no lograse aprobar, hubiese acabado el dinero disponible y tuviese que dejarlo, ahorrar un tiempo y volver. Conocer de antemano el precio (con las condiciones muy claras) también me permitía estar seguro de a qué atenerme; en principio, y para eso, tenía el dinero, claro que tendría que reservar un par de clases, al menos, antes del primer examen por si no lo aprobaba y tenía que ir a otro. Decidí matricularme en esa autoescuela.
Esteban
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