domingo, 31 de agosto de 2014

ASÍ APRENDÍ A CONDUCIR (8)

SEGUNDA ETAPA, DE 12 A 18 AÑOS (y 3)
CÓMO PAGUÉ Y ELEGÍ AUTOESCUELA

Con quince años sentí que podía ser capaz de hacer compatibles estudio y trabajo. Es curioso, porque casi siempre me he considerado como “de efecto retardado”; pero siempre hay excepciones, y para algunas cosas quizá haya sido algo precoz. Así que me puse a buscar trabajo, comencé a contestar algunas demandas de empleo que veía en los periódicos, escribí mis primeros y brevísimos currículums que completaba con una, más que nada, decidida declaración de intenciones y buena disposición para aprender lo que fuese, incluso sin cobrar hasta que lo lograse, llegué a conseguir mis primeras entrevistas de trabajo... pero parecía ser que no encajaba en ninguno y no logré comenzar mi vida laboral a esa edad.

Estudio y trabajo, una posibilidad muy remota actualmente.
Fuente: www.mujer.info
En aquel tiempo, y todavía persiste en buena parte, el permiso de conducir se veía como un artículo de lujo. Hace muchos años que no lo veo así, es más, creo que los padres deberían de plantearse muy seriamente el aprendizaje del manejo de automóviles de sus hijos, con más seriedad aún que sus estudios superiores. Por una poderosa razón que resulta obvia: Su integridad física y su vida estará en peligro, tanto si son conductores como si son pasajeros, y las de otras personas. Por más que no se quiera mirar hacia ese lado, también resulta evidente que aprender a conducir bien es la clave de la seguridad propia y ajena.

Actualmente, en la mayoría de los casos, los gastos que conlleva aprender a conducir han de ser asumidos por los padres -si pueden- porque es muy difícil que un joven encuentre un trabajo. En España, y según datos oficiales, el paro en el grupo de personas menores de 25 años ronda el 50%, es escandaloso. Hay quienes piensan que los jóvenes son unos vagos, que lo tienen todo, que no se esfuerzan por nada ni por nadie, que viven muy bien, que lo tienen my fácil... Seguro que hay algunos así, pero no creo que sean mayoría, ni les envidio; es más, creo que la vida se les presenta con bastantes más dificultades que cuando yo tenía su edad, aunque sólo sea por el inmenso desierto lleno de espejismos que tienen que cruzar. Por otra parte, en esas actitudes negativas que tanto se proclaman, habría que delimitar la responsabilidad que les compete a familia, sistema educativo y sociedad.

A esa crítica, bastante extendida, se opone un halago también muy difundido: “La juventud española es la mejor preparada de toda la historia”. ¿En serio? No me lo creo. De acuerdo, el abajo firmante no es más que un “pisapedales”, pero siempre he trabajado con jóvenes y procuro tener los ojos abiertos, y eso no lo veo, salvo excepciones, sin duda mucho más numerosas que hace 40 años, pero en términos relativos, ¿serán también mucho más numerosas? Tengo mis dudas. Y hay un detalle muy significativo, la frase entrecomillada de este párrafo la dicen mucho los políticos, se les llena la boca con ella; me parece muy sospechoso y un claro motivo para desconfiar de su certeza, o, al menos para ponerla en cuarentena. ¿No creen?

Aquellos tiempos en que todo parecía posible...
Protesta contra la guerra de Vietnam en Estados Unidos, 1967
Fuente: wikipedia.org
He conocido y conozco jóvenes que son como hormigas (dicho sea sin ánimo peyorativo alguno, por supuesto), siempre tienen trabajo al mismo tiempo que siguen con sus estudios, no hacen ascos a ninguna labor (siempre legal y honesta, claro); ahora mismo me vienen a la cabeza tres casos concretos, dos chicas de aquí y un chico de Barcelona, si me estrujo la memoria seguro que aparecen más, pero no importa, porque sin duda estos jóvenes tienen mucho mérito, pero también es cierto que aunque todos tuviesen una actitud similar o incluso mejor, ni siquiera una mayoría lograrían trabajar. Es desolador, porque sin la brutalidad de una guerra se ha generado un efecto bastante similar: perder una generación.

Con este panorama, como decía antes, son muchos los padres que tendrán que hacerse cargo de lo que cuesta aprender a conducir, y cada vez son más los que no podrán hacerlo. Pero los que pueden, tengan en cuenta que es un aprendizaje vital; a veces lo barato sale tan caro que ni siquiera se puede pagar con dinero, por mucho que se tenga. Y en ocasiones, bien merece la pena sacrificar unas vacaciones, o varias, por poner un ejemplo, con el fin de poner los medios para que los hijos aprendan a conducir bien.

Es importante tener respeto al dinero, pero convertirlo en patrón de medida
conduce a la miseria. Y hará que la vida pase facturas
que ni todo el dinero del mundo podrá pagar nunca.
Fuente: despilfarro.com
Vuelvo con mi historia. En el cambio de década entre los sesenta y los setenta, para mí era indiscutible que si quería aprender a conducir a los dieciocho años, tendría que buscar mis propios recursos, y fui previsor. Como ya les dije comencé a intentarlo tres años antes, mas fue con los 17 cumplidos cuando encontré mi primer empleo. Menos mal, porque ya parecía que se alargaría mucho mi llegada a la autoescuela. Pero me sentí muy afortunado, sólo trabajaba los viernes y se cobraba bien: 300 pesetas por día con seguridad social y todo. El trabajo era intenso, con bastante responsabilidad y no se permitían errores, con uno estabas despedido y no volverías a poder trabajar allí jamás; consistía en repasar los boletos de las quinielas en la delegación de Gijón del Patronato de Apuestas Mutuas Deportivo Benéficas, llevar las cuentas y cobrar, todo con precisión matemática y en esa labor estábamos entre unos diez y quince chavales por cuyas manos pasaban las quinielas de todo Gijón y media Asturias, en Oviedo otra delegación se ocupaba de las de esa ciudad y el resto de la provincia.

Quienes me conocen pueden imaginar perfectamente que aquel primer día de trabajo fue para mí como aterrizar en otro planeta en el que se desarrollaba una actividad febril y en el que me encontraba absolutamente perdido e ignorante. Mis compañeros no podían ayudarme mucho, bastante tenían con su faena, pero aun así hicieron lo posible (¡gracias!) y al final de la jornada el segundo de abordo, un señor con cara de pocos amigos y aspecto fascista, que luego pude comprobar que era una bella persona -cómo engañan las apariencias-, me llamó a su presencia para decirme lo que ya sospechaba: que mi trabajo había sido un desastre, pero que me daba una segunda oportunidad el próximo viernes si yo quería, sólo una más. Le di las gracias y empeñé mi palabra en que lo haría bien, aunque... tenía mis dudas. Al finalizar el trabajo la semana siguiente (exhausto) no pude esperar a que me hiciese llamar el jefe, fui a preguntarle.

-Disculpe, señor... ¿Qué tal he trabajado hoy?
-Bien, si sigues así te puedes quedar.
-¡Muchas gracias! El viernes estoy aquí. Adiós, buenas noches.
-Adiós.

Y así fue como me pude financiar mi primer paso por la autoescuela. Había hecho cálculos y con ese trabajo lo podría pagar. ¡Bien!

Para una inversión vital, rompamos la hucha con decisión y alegría.
Fuente: despilfarro.com
Antes, durante aquellos años y hasta hace muy pocos, se oía un insistente rumor que aparecía y desaparecía como el Guadiana. Se decía que con 16 años y permiso de los padres se podía sacar el carnet de coche. Cuando se comprobaba que este rumor era falso (pregunté en varias autoescuelas), siempre se acababa encontrando uno con alguien que contaba otro y alimentaba el primero: “Bueno, ahora no, pero lo aprobarán enseguida, ya verás”. Lo cierto es que aquello nunca fue verdad, y no hay indicios de que lo vaya a ser en un futuro próximo. Donde sí parecía que era una realidad, era en Estados Unidos, también se podía ver en algunas películas, y desde luego me daba mucha envidia, pero aquí no. Y América estaba tan lejos...

Muy cerca de mi casa había dos autoescuelas; seguía trabajando, pude ahorrar y empecé a pensar seriamente dónde ir. En Gijón había unas cuantas autoescuelas, no tenía referencia de ninguna, pero sí una completamente descartada, aquella de la que les hablé que invadía en ocasiones nuestro espacio en el Parque Infantil de Tráfico, ¿se acuerdan? Pues yo también me acordaba, eso que desde mis 12-13 años parecía que había pasado una eternidad, a esa autoescuela no iría ni aunque no me cobrasen nada. De las demás, sólo tenía la imagen percibida de los coches que veía por la calle y sus locales. Algunas tenían vehículos muy viejos aunque en muy buen estado aparente (todos Seat 600, no me gustaban), unas pocas tenían el Mini, era una novedad y un coche simpático, exótico y moderno. También me fijaba en el aspecto de los profesores que veía por la calle, algunos llevaban corbata (no me gustaba), otros parecían mis abuelos; no recuerdo que los hubiese muy jóvenes, pero, en principio no me hubiese fiado mucho (poca experiencia), la edad ideal la imaginaba en un termino medio entre la de un hermano mayor y mi padre. 

Morris Mini
Un coche modesto, revolucionario y moderno que hizo historia y es leyenda.
Fuente: www.uniquecarsandparts.com.au
Así mismo me fijaba en los locales, que por aquellos años (ahora bastante menos), solían ocupar parte de lo que por allí se llamaban “altillos comerciales”, una especie de entresuelo situado por encima del techo de los locales comerciales situados a pie de calle y el primer piso de los edificios. Poca información transmitían, salvo que se entrase en ellos. Hay un detalle, que quienes ya tienen... una cierta edad, seguro que han visto algunas veces en España, se trata de algunas pequeñas empresas que parecían una prolongación de oficinas del gobierno por su estética, tipo de mobiliario y decoración. No me gustaban. Que una oficina de un organismo oficial tenga una cierta estética, bueno; que eso lo imite una empresa privada me resultaba sospechoso y rechazable. Además, curiosamente, las personas que atendían al público en estas empresas también solían copiar la actitud, generalmente despótica del funcionariado de la época, lo que todavía me gustaba mucho menos.

Mini 850 de Luxe
Fuente: www.mini10pulgadas.com
Pregunté precios y condiciones en unas cuantas autoescuelas, descarté en seguida las dos que estaban tan cercanas a mi casa, una por ser del tipo “oficina del gobierno” y la otra porque el señor que me atendió tenía cara de pocos amigos y parecía desconocer el concepto “amabilidad”. Fue seco y distante. No volví. Al final encontré una autoescuela a unos 20 minutos andando desde mi casa, cuya imagen me gustaba por los coches que veía por la calle, el letrero que llevaban los mismos, lo luminoso de su “altillo” haciendo esquina. La secretaria era amable, franca y enérgica a partes iguales, sin actitud servil (bastante frecuente en aquel tiempo, o lo contrario), tenían un Mini rojo y un Seat 600 blanco “último modelo” como se decía entonces, y una pequeña oferta que me pareció sugestiva: Un precio cerrado para 20 clases prácticas de media hora, incluía la matrícula las tasas, la teórica... Todo. Y me pareció razonable pensar que podía aprobarlo todo en ese tiempo. La secretaria me dijo que los hombres jóvenes solían aprobar con menos de esas 20 clases de 30 minutos, también me aseguró que no habría ningún problema en volver después de unos meses, caso de que diese las 20 clases y no lograse aprobar, hubiese acabado el dinero disponible y tuviese que dejarlo, ahorrar un tiempo y volver. Conocer de antemano el precio (con las condiciones muy claras) también me permitía estar seguro de a qué atenerme; en principio, y para eso, tenía el dinero, claro que tendría que reservar un par de clases, al menos, antes del primer examen por si no lo aprobaba y tenía que ir a otro. Decidí matricularme en esa autoescuela.

Esteban


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lunes, 25 de agosto de 2014

ASÍ APRENDÍ A CONDUCIR (7)

SEGUNDA ETAPA, DE 12 A 18 AÑOS ( 2)
LA INFLUENCIA DEL PARQUE INFANTIL DE TRÁFICO 
Y DE UN TERRIBLE ACCIDENTE

Al filo de mis catorce años dejé el Parque Infantil de Tráfico de Gijón, era la edad máxima hasta la que se podía estar en aquella magnífica escuela. No guardo memoria de que lo hiciese con tristeza; si con doce años ya me consideraba un hombre, imagínense cómo me sentía con catorce, con el largo tiempo que significan dos años de vida en esa etapa.

Parque Infantil de Tráfico de Gijón. Espacio para la teórica.
Fuente: cpfedericogarcialorca.blogspot.com
También me parecía perfectamente razonable: los más pequeños también tenían derecho a su oportunidad de aprender y, por otra parte, sentía que había exprimido las posibilidades de aquella escuela al máximo. Además, ya estaba inmerso en el Bachillerato Elemental y con Reválida a la vista. Por cierto, en aquellos años, en la asignatura de Física y Química de tercero de bachiller, entre otras cosas, se estudiaban los principios de funcionamiento del motor de cuatro tiempos de gasolina en ciclo Otto, por lo que parece, cuando se eliminó ese plan de estudios (poco tiempo después) ya nunca más se incluyó esa básica introducción a la mecánica de automóviles en la enseñanza secundaria. Uno de tantos errores encadenados de la política educativa en España que llegan hasta la actualidad agravándose progresivamente. Esto es una triste historia, pero es otra. Y ya sólo quedaban cuatro años para llegar a los dieciocho, cuatro largos años que hacían que peleasen frecuentemente mi objetividad y mi perspectiva de entonces intentando que el paso de ese tiempo fuese más llevadero.

La BH roja se quedó pequeña y un día de Reyes de aquellos años me llegó mi segunda bici, esta vez era una Orbea. No era la bici de carreras que yo deseaba y que nunca pedí porque me parecía un lujo excesivo, me llegó por sorpresa, así que lo agradecí y agradezco muchísimo y, después de todo, aunque no se correspondía con mis sueños, me permitía moverme de forma autónoma y libre a una velocidad notablemente superior a la que me ofrecía el cuerpo, de modo que le saqué chispas y con aquel vehículo se puede decir que empecé mi vida como conductor de un modo totalmente práctico.

Parque Infantil de Tráfico de Gijón. Espacio para la práctica.
Hubo un corto periodo de tiempo y anterior a mi paso por la autoescuela que, 
en la recta que pueden ver a la derecha se exigía en los exámenes de coche llegar a 4ª
para luego frenar y reducir hasta 2ª antes de la curva del fondo.
Y sin saltar marchas, claro, subiendo y bajando una a una.
Fuente: moldeandolaluz.com
Ya por los trece años mi madre comenzó a dejarme salir por Gijón en bici, primero sólo algunos fines de semana acompañado de algún amigo que a ella le gustase, luego, a veces, solo. Me gustaba más, salvo cuando más adelante llevaba a mi hermana. 

Con catorce años ya pude utilizar la bici con toda libertad y no sólo los fines de semana, también para ir a clase, a la playa, al puerto a ver los barcos, quedar con los amigos, a ver la mar, ir descubriendo rincones, pequeños pueblos y aldeas de los alrededores de Gijón, disfrutar de paisajes... Cualquier excusa era buena para ir en bici a donde fuese y me di cuenta de que utilizando ese vehículo el tiempo que me quedaba hasta poder sacar el carnet sería muy llevadero, además, era muy útil para poner en práctica cuanto aprendí en el Parque Infantil de Tráfico y seguir haciéndolo. También estaba seguro de que me sería muy provechoso para cuando llegase a la autoescuela, y lo fue, sin ninguna duda, les puedo adelantar ese detalle del futuro capítulo en el que trate de mi paso por ella por primera vez.

De cuando en cuando, y en este siglo,
aún se pueden ver estos vehículos por Gijón.
Fuente: www.asturias24.es
Conducía la bici siempre por las calzadas, ni que decir tiene que los carriles bici ni existían ni los imaginábamos tan siquiera, no se veían ni en las películas; nunca iba por las aceras, salvo excepcionalmente por la de El Muro (el paseo marítimo de la playa de San Lorenzo de Gijón), esta era y es una acera muy ancha por la que algunas veces paseaba en bici muy despacio en días y horas en las que estaba prácticamente vacío mientras olía la mar, escuchaba sus sonidos y gozaba del paisaje.

Suelo decir entre amigos, que tengo un fuerte instinto de conservación, o un Ángel de la Guarda muy trabajador (al que le estoy sumamente agradecido), o ambas cosas. El caso es que me movía en bici por las calles de Gijón y las carreteras de sus alrededores con mucha agilidad, francamente. Compartía espacio con los coches (muy pocos circulábamos en bici por ciudad en aquellos años), no existían calles peatonales, casi todas las calzadas (al contrario que ahora) eran de doble sentido; señalizaba las maniobras, me situaba bien en los giros, aprendí a anticiparme, a percibir indicios de lo que harían otros conductores antes de que señalizasen ni ejecutasen nada, a ver lo más lejos posible, aprovechar mi ventaja de tener los ojos a más altura y de poder ponerme de pie sobre los pedales para controlar más espacio. Disfrutaba comprobando que no pocos recorridos los hacía más rápido que algunos coches, entre otras cosas, la verdad sea dicha, porque hacía trampas y no me detenía en un semáforo en rojo salvo que hubiese peligro o un guardia a la vista, lo mismo hacía con los “stops”, pero nunca circulaba por sentido contrario.

El Muro de Gijón al amanecer y en La Escalerona
Fuente www.asturiaspordescubrir.com
Comprobé que el dominio del vehículo que había adquirido en el Parque Infantil de Tráfico, gracias a los ejercicios que nos ponía aquel buen maestro y policía municipal de tan querido recuerdo, era fundamental para moverme con seguridad y confianza. De hecho, y a pesar de la poca costumbre que los conductores de automóviles tenían de compartir la vía con ciclistas, nunca tuve un solo percance, ni una caída, ni un mal gesto por parte de otro conductor. Tampoco se me pasaba por la cabeza que los demás tuviesen que hacer nada especial en mi honor, yo me esforzaba en coordinarme con ellos y anticiparme a sus movimientos. No esperaba nada de nadie más allá de que, la mayoría, cumpliese razonablemente bien con sus obligaciones; y así era, normalmente. Desde luego, andar de este modo en bici por una ciudad que rondaba los 300.000 habitantes requería de mucho trabajo y de toda mi atención, era imperativo andar muy vivo si quería sobrevivir pero me gustaba y no me daba ninguna pereza, ya saben: “Sarna con gusto no pica”. Por eso ahora me resulta muy ajeno que algunas asociaciones de ciclistas pretendan poco menos que parar el tráfico para poder andar en bici sin esfuerzo. No lo entiendo. Y menos aún que algunos pretendan que se permita circular por las aceras incluso cuando estas carezcan de carril bici, me parece inmoral evitar un peligro a costa de crearlo a otros, respecto a esto quiero pensar que son una minoría los ciclistas que lo pretenden, pero desde luego no lo parecen, dado lo que se hacen notar.

En todo este tiempo (y más allá de los 18 años) en que utilicé la bici intensamente como medio de transporte y para hacer excursiones, como dije antes, gracias a Dios, no tuve ningún percance. Sin embargo, le debo la vida a un conductor anónimo que en una ocasión hizo gala de una gran pericia para evitar atropellarme después de que yo me saliese de mi derecha para girar a la izquierda en la próxima calle bastante rápido, de forma súbita... y sin mirar. Bueno, en realidad sí miré, pero tarde, cuando ya estaba cruzado, pudiendo ver de reojo parte del morro de un coche que tenía encima; el sentido contrario todavía no lo podía cruzar, circulaban coches en él, así que lo único que se me ocurrió fue ponerme de pie en la bici, encorvar el cuerpo, mantenerme más o menos en el medio de la calzada y dar pedales como un poseso. Mi reacción creo que no estuvo mal, pero es igual, estoy completamente seguro de que de nada hubiese servido si la persona que conducía aquel coche no hubiese frenado con mucha decisión e inmediatamente. De no haber sido por eso muy difícilmente estaría aquí ahora, o en el mejor de los casos sufriendo una grave discapacidad.

Siempre me ha gustado explorar y, a pequeña escala,
 la bici permite hacerlo.
Fuente: escapadaromanticaenasturias.com
Sé que hay una probabilidad ínfima de que estas letras lleguen a manos de aquel conductor, casi las mismas de que reciba un mensaje lanzado a la mar en una botella, pero, como nunca se sabe... Por si acaso escribo y lanzo el mensaje: Perdón por el tremendo susto que sé que le di. Y gracias. ¡Muchísimas gracias! Por haber actuado tan bien y salvarme. A modo de remite, le diré que esto ocurrió en Gijón en la calle Calvo Sotelo (hoy Manuel Llaneza) entre los números 39 y 41 sentido plaza de toros; sería, año arriba año abajo, 1971, entre las 3 y las 4 de la tarde; no llovía y lo más probable es que fuese finales de primavera o verano porque recuerdo que no llevaba nada encima de la camisa.

El accidente.
Ya cerca de los 18 años tuve un compañero de clase uno o dos años mayor que, ironías de la vida, sin que mediase malicia alguna y salvo en lo referente a los estudios, sus circunstancias me resultaban un tanto envidiables. No se podía afirmar que fuésemos amigos, pero nos llevábamos bien y compartíamos la pasión por los coches, además conducía y tenía coche propio, lo que era muy raro en aquellos años a nuestra edad. Ahora ya habrán entendido lo de mi “envidia”.

Se daba también la circunstancia de que en su familia conducían todos y cada cual tenía su coche, incluidas hermana y madre. Y todos conducían bien, parecía algo genético. Un lunes de primavera faltó a clase, al día siguiente también... Y se dispararon los rumores: que si había tenido un accidente, que si estaba muerto... Fui a la biblioteca en cuanto pude y consulté los periódicos, no había duda, conocía su coche; efectivamente, pude ver  la noticia de su accidente, volvían de la fiesta de un pueblo cercano, se salió de la carretera y chocó contra un poste de madera de la Telefónica, murieron cuatro jóvenes, sólo el conductor (mi compañero), milagrosamente sobrevivió, estaba en el hospital.

Pasó un tiempo, se recuperó de las lesiones sin que le quedasen secuelas físicas, volvió a clase como en un intento, supongo, de recuperar la normalidad en su vida, o la rutina más bien. No lo sé. Un día, sin preguntarle nada me contó lo del accidente, con la mirada perdida, casi como un autómata, me dijo que habían bebido, que iba rápido, que perdió el control en un momento y luego... Salió del coche por su propio pie pero se cayó al suelo después de tropezar con el cuerpo de su mejor amigo, y se dio cuenta de que estaba muerto. Después, decía que debía de haberse desmayado porque no recordaba nada hasta que ya estuvo en el hospital.

El recorrido era corto, el terreno conocido, la ruta habitual, estaba cerca de casa, a diez minutos como mucho. ¿A que les suena todo esto? Pues tengan mucho cuidado cuando alguien se lo esgrima como argumentos de seguridad, y por supuesto, tampoco se lo admitan ustedes mismos.

No mucho tiempo más tarde de aquella conversación en la que yo, básicamente, sólo escuché porque no tenía ni idea de qué decir, dejó de ir a clase y ya no volvió. Le perdí la pista. Pero pocos años después me encontré con su hermano y me habló de él, me dijo que estaba en tratamiento psiquiátrico, a intervalos, y que desde aquel accidente ya no era el mismo ni parecía que lo volviese a ser nunca. Y pensar que yo le envidiaba... ¡Dios mío!

Mi primera excursión en bici por Gijón fue a este lugar.
Un espléndido día de primavera, con otros compañeros de clase, con diez años
 y con el padre Ruiz, vasco, nuestro profesor de Ingreso
 y del que guardo buen recuerdo y gratitud
Fuente: narrativasespaciales.wordpress.com
No me gusta contar historias de este tipo, no me gusta inducir al miedo, en ningún aspecto y espero no hacerlo. Pero me pareció necesario, porque estoy contando cómo aprendí a conducir (y aún no acabé, ni acabaré) y aquel trágico suceso fue una lección para mí que nunca olvidé y que tengo muy fresca en la memoria. Cuántas veces me vino a la cabeza conduciendo o no, cuántas veces me dije: ¡Ojo con hacer tonterías!, ¡ojo al ampliar tus límites, no fuerces, no te “piques”, no respondas a ninguna provocación, no bebas, si quieres correr apúntate a un rallye y si no te lo puedes permitir, aguántate; ten disciplina, sé metódico, no lo sabes todo, evita confiarte...! Es el día de hoy que todavía me hablo en este tono y con este tipo de frases, en alguna ocasión. Aunque no me guste hablar de estas cosas, a veces, creo que es necesario, después de todo, ¿quién no conoce casos similares y próximos? Todos podemos aprender en cabeza ajena. ¡Hagámoslo! Los hechos pasados nunca tienen arreglo, pero podemos utilizarlos como palanca para cambiar el futuro, tal vez hasta nuestro destino. Creo que el cambio es una incuestionable característica de la vida, ojalá que esto se aplique a aquel compañero de clase y su vida haya cambiado para bien hace tiempo. Amén.

jueves, 21 de agosto de 2014

¿MIENTEN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN?

¿Mienten, engañan, dicen medias verdades, son poco rigurosos, inexactos? No sé qué pensarán ustedes, pero yo creo que sí. Tampoco sé si son muchas veces o pocas, pero demasiadas sin duda. Todos podemos comprobarlo, todos sabemos bastante sobre ciertos temas y cuando en prensa, radio o televisión hablan de ellos es fácil comprobar si lo hacen con suficiente rigor. Lamentablemente, y en general, la falta de precisión con la que nos hacen llegar las noticias es alarmante. 

A la velocidad siempre se le puede echar la culpa de todo,
si ningún vehículo se mueve no hay accidentes.
Fuente: andreachavarriadotcom.wordpress.com
Y alarma y enfado fue lo primero que me produjo el titular que pueden ver aquí. La noticia la vi en el blog de la Asociación de Examinadores de Tráfico (ASEXTRA), escribí un comentario en él y me ha parecido conveniente trasladarlo a este espacio. Ya saben que no me gusta copiar y pegar, pero siendo todo de mi cosecha... ¿Por qué no? En el comentario hago alusión a otra noticia vista en el mismo blog que pueden ver aquí, y aquel, lo tienen a continuación íntegro y en cursiva.

No veo nada en el desarrollo de la noticia que explique el titular, salvo lo relativo a vías urbanas, lo que no es ninguna novedad. La noticia me parece sumamente alarmante, demagógica, imprecisa y con unas cuantas falsedades que flaco favor hacen a la seguridad vial por la que aboga. Por ejemplo, cuando dice:

“Se trata de conseguir que la velocidad sea considerada socialmente incompatible con la seguridad vial a semejanza del alcohol o no utilizar el cinturón o el casco.”

Empezando por el final, desde luego no utilizar cinturón o casco, según proceda, es una estupidez; aunque no llevar casco sólo puede suponer daño para uno mismo, de igual modo que si en un coche viaja sólo el conductor y sin cinturón. Pero comparar la velocidad (nada dice de exceso o no) con la ingesta de alcohol es una falacia. Además, se puede tomar alcohol y conducir. Y aunque se hablase de exceso de velocidad, nada tiene que ver con el exceso de alcohol.

Superar las velocidades máximas permitidas, en sí mismo, no tiene porqué suponer ningún riesgo para nadie, y pueden ser perfectamente adecuadas. Lo contrario, circular dentro de los límites a velocidad inadecuada, siempre es peligroso. Siempre. Con un riesgo potencial de accidente muy elevado. Y, qué curioso: nadie controla esto nunca, salvo algunas veces, a toro pasado, después de producirse un accidente. Muy curioso.


Por otra parte, estamos hartos de conocer denuncias por excesos de velocidad que superan los 200 km/h sin que pase absolutamente nada. Aquí mismo, en el post anterior hay un ejemplo de ello, y en la misma noticia se cuenta que un hombre ha fallecido tras sufrir un accidente con un quad, y dudo mucho que hubiese ningún exceso de velocidad en ese caso.

Centrar la política de tráfico (me niego a decir “seguridad vial”, pues no es cierto) en una represión sistemática y dura de los excesos de velocidad, justificándola con regulares campañas de publicidad que alimentan el miedo, hace que la mayoría de los conductores, no todos, pero sí la mayor parte, se dividan en dos grandes grupos: El más numeroso de estos lo componen conductores temerosos que antes se dejarán embestir por un camión que superar un límite (entre otras cosas porque al camión ni lo verán), no sabrán llevar el coche recto por lo negro, frenarán en plena curva e in extremis, superarán límites específicos (los más importantes), etcétera. Los conductores del otro grupo sólo evitan las multas, no tienen miedo, pero se aburren soberanamente, así que procuran entretenerse con los distintos sistemas de conectividad que tienen sus coches, sus smartphones, sus apps... Caramelos que ofrecen los fabricantes como puro recurso de marketing sin que papá Estado diga ni pío. Otra cosa muy curiosa. Con este panorama, ¿cómo no van a salirse tantos de la vía? 

Si todo está bien, ¿por qué a veces es delito superar los límites?
Sí, de acuerdo, porque así consta en el Código Penal, pero...
Insisto, de verdad, ¿por qué es delito?
Fuente: gestiondirectadevehiculos.com
Podría seguir, como pueden ver este asunto me cabrea mucho; pero bueno, me he desahogado, y, ¿quién sabe? Igual ayuda a alguien a quitarse la venda.
Un saludo.

Por si alguna persona no ha abierto el enlace -falta de tiempo, a veces no funcionan o van lentos-, diré que el Código Penal contempla como delito (ahora, desde ya hace unos cuantos años, y no en un futuro) el hecho de rebasar la velocidad máxima permitida en 60 km/h, en vías urbanas, y en 80 km/h en vías interurbanas. Así, sin más, haya o no peligro, bastante probable si se circula a 111 km/h o más en poblado, y mucho menos probable en autopista si se circula a 201 km/h o más, siempre, claro, que el conductor sepa lo que hace y todas las demás condiciones sean favorables.

Hace unos días tuve noticia de un caso que me contó una persona (esta sí, rigurosa y seria) que cuenta con toda mi credibilidad. Me decía, que un compañero de trabajo conduce con el espejo exterior derecho plegado, al ofrecerse a ponérselo bien -dando por supuesto que se trataba de un despiste- su compañero le dijo que no porque él siempre conducía así y sólo utilizaba los espejos interior e izquierdo. 

He puesto el punto y aparte porque me resultó impactante. Además, no pasa de 70 km/h ni en autopista. Esta velocidad es legal, la mínima obligatoria en autopistas y autovías es 60 km/h, salvo que existan señales o circunstancias que indiquen otra inferior, pero conducir a esa velocidad sin motivo que lo justifique entraña mucho riesgo y de forma constante. A 70 km/h, y menos, circulan muchos camiones en autopistas si van cargados y subiendo, pero es lógico, no sorprende, son mucho más grandes que un turismo y se les ve mucho mejor.

A mí también me costó creerlo,
pero les puedo asegurar que estas cosas ocurren a muy baja velocidad.
Fuente: www.diariomotor.com
Bien, lo que les acabo de contar es un ejemplo, que se me hace muy llamativo por lo del espejo, sin embargo yo he visto bastantes veces a personas que conducen con los espejos recogidos, uno u otro, o los dos. Siempre que veo a alguien conducir así me mantengo más en guardia respecto a él, amplio los márgenes y lo pierdo en cuanto pueda. A donde quería llegar, es a que este tipo de conductores es mucho más habitual de lo que parece, ya cometan estos mismos errores u otros de semejante gravedad y peligro, generando un riesgo constante para sí mismos y para los demás. Mucho más que los grandes errores en un momento concreto, son los “pequeños” y variados malos hábitos continuados los que nos llevan al accidente. Y estos se alimentan en la falta de autodispciplina, exigencia, responsabilidad y respeto por uno mismo y el prójimo; a sabiendas de que se está realizando una actividad de riesgo en la que se involucra a personas inocentes. No hay derecho.

Esteban

domingo, 10 de agosto de 2014

EN LA CANÍCULA ARDIENTE

“Por la canícula ardiente está la cólera a punto”. Dejó escrito el gran don Miguel de Cervantes Saavedra. 

No pensaba hablar exactamente de ira ni cólera, sino del calor que se produce en el interior de un coche expuesto al sol en pleno verano y de los peligros que conlleva, pero vino a mi mente la cita mencionada y me gustó utilizar una parte para el título. Además, bien pensado, no es el calor propio de estas fechas, en sí, quien provoca el riesgo sino ciertas acciones que podemos llevar a cabo espoleadas, entre otros, por el sentimiento del que nos advierte Cervantes. Y por la ira, rabia, enfado, sentimientos de impotencia, angustia, prisas, exceso de responsabilidades, miedo a no llegar a todo, a no poder con todo; reducir lo verdaderamente importante a su mínima expresión, confiar nuestra propia seguridad y la de otros en una rutina que casi nunca revisamos ni cuestionamos pudiendo llegar a ser detonante de dramas y tragedias que abonamos con el permanente estado de alerta en que vivimos.

Fuente: fbcdn.net
De vez en cuando, por estas fechas y otras próximas, los medios de comunicación nos cuentan que en alguna parte, un niño apareció muerto en el interior de un coche expuesto al sol y al que sus padres olvidaron. O dieron por supuesto que estaba en otro lugar, o accedió al coche sin que se dieran cuenta y luego no pudo salir, o... Aquí pueden ver un suceso de este tipo, desgraciadamente.

Es muy importante y puede ser vital, tomar plena consciencia de que la temperatura del aire del interior de un coche puede llegar fácilmente alrededor de los 60º C cuando lleva estacionado un tiempo bajo el sol. Es imposible que eso lo pueda resistir un niño, o un anciano. En realidad nadie. Pero los más pequeños y los más mayores son mucho más vulnerables ya que les será imposible salir y pedir ayuda.

Ningún ser vivo impedido de valerse por sí mismo totalmente o en parte debería quedarse en el interior de un coche, ni un minuto, salvo que una persona adulta pueda cuidar de sí misma y de él en ese tiempo. Y cuando digo ser vivo, naturalmente, me refiero también a perros y gatos, cualquier tipo de animal, y plantas. Tampoco sabemos nunca qué nos puede ocurrir una vez salimos del coche y vamos a hacer un recado, por más cerca y rápido que sea el asunto, podríamos caernos, por ejemplo -nadie estamos libres- y todos hemos comprobado muchas veces que, contra todo pronóstico, una determinada gestión que íbamos a hacer se retrasó muchísimo.   

Es necesario tener mucho cuidado con estas cosas, incluso en invierno, porque en un coche cerrado al que le da el sol, la temperatura del aire del habitáculo puede impedir que este responda a lo que su nombre indica. Haga o no calor, también puede suceder que una persona se angustie mucho cuando pasa un tiempo dentro y sola, sienta que se queda sin aire y no sepa abrir la puerta si está cerrada con llave. Con los seguros puestos, no en todos los coches se abren las puertas del mismo modo desde el interior, los he conocido en las se abren en el primer intento y otros en el segundo. Lo he mencionado alguna vez por aquí y volveré a decirlo: no cuesta nada llevar un martillo de emergencia de los que vemos en los autobuses y que permiten romper un vidrio o cortar un cinturón de seguridad fácilmente; en este caso, debería estar a la vista de todos los ocupantes y la persona responsable del coche advertir de ello a sus pasajeros indicándoles para qué sirve.

Fuente: www.ronroneosymordiscos.com
Tengo costumbre de echar un vistazo al interior del coche antes de alejarme del mismo, bien por si olvidé algo, bien por si hay algo a la vista que prefiero que quede oculto. Así mismo, cuando vuelvo a él, en lugares o parkings muy solitarios, especialmente, y más de noche, tengo el hábito de mirar dentro antes de abrirlo; lo reconozco, esto se me ha pegado del cine. Todos hemos visto películas en las que se ve cómo alguien que se sienta tranquilo y confiado al volante es sorprendido por alguna desagradable visita que le espera en el asiento trasero. Y somos muy vulnerables cuando conducimos. Nunca he tenido problemas de este tipo, gracias a Dios (y toco madera), pero aquí pueden ver el susto tan grande que sufrió un amigo mío hace ya unos años. Carecía de toda mala intención, pero, en algunas personas podría haber sido mortal.

Excepto en coches que sean claramente viejos, ahora todos se abren y cierran pulsando un botón de la llave; e incluso sin ella, con una tarjeta que podemos llevar en el bolsillo y cuando estamos lo bastante cerca desactiva los seguros de las puertas. Es muy cómodo, aunque lo de la tarjeta no me convence, y será una manía, pero para mi gusto ocupa demasiado espacio y prefiero la llave, con botones, pero la llave. Con ella, cuando se actuaba directamente en la cerradura, resultaba muy fácil y prácticamente instintivo mirar al interior del coche justamente antes de dejarlo o de entrar en él. Ahora, más bien sucede lo contrario, estacionamos, bajamos, y de espaldas al coche y sin mirar apretamos el botón de cierre. Muy chulo, literalmente. Y una prueba de que no todo lo nuevo está lleno de ventajas, siempre hay algún inconveniente.
Quizá nunca sea necesario, sin embargo es muy recomendable.
Fuente: www.twenga.es
Volviendo a los calores del verano, les dejaré una pequeña lista de cosas (de seres vivos ya hemos hablado) que, personalmente, no dejo nunca en el coche cuando se queda al sol, si acaso en el maletero y tampoco todas:
  • Mecheros, encendedores, cerillas... (ni en el maletero).
  • Aerosoles (ni en el maletero), salvo el de la espuma de afeitar que llevo dentro de un neceser y este dentro de una maleta.
  • Periódicos, papeles o plásticos; no he sabido de ningún caso, pero no me parece tan extraño que un periódico sobre el salpicadero o la bandeja trasera, por ejemplo, pueda prender fuego. Todo esto lo dejo en el maletero.
  • Baterías, portátiles y aparatos electrónicos del tipo que sean, o los llevo conmigo o los dejo en el maletero. En viajes largos tengo observado en el teléfono móvil que cuando le da mucho el sol o está en la guantera u otra zona en la que incide el aire acondicionado muy cerca de él funciona de un modo bastante irregular hasta que la temperatura se normaliza.
  • Comida, ya sea para el viaje o por haber hecho la compra, en el maletero, y según qué cosas sólo pueden estar en él muy poco tiempo.
  • Recipientes de vidrio.

Si se me ocurre algo más lo añadiré a la lista, y, por supuesto, si alguno de ustedes me sugiere algo al respecto también lo haré con mucho gusto y muy agradecido.

Con el coche en marcha.
En viajes largos en días calurosos, es conveniente madrugar, incluso aunque la primera hora (más o menos) la pasemos conduciendo todavía de noche, en principio, aún estamos cerca de casa y en terreno conocido. Es importante, dentro de lo posible, evitar conducir en las horas centrales de día y con el Sol en pleno apogeo, por mucho aire acondicionado que tengamos y por muy bien que funcione. Toda la mecánica sufre considerablemente y la sometemos a mucho más esfuerzo, por lo que es recomendable no hacer sufrir al coche innecesariamente ni más de lo imprescindible, a la larga nos lo agradeceremos mutuamente. Podemos mantener velocidades en torno a la máxima permitida pero no de un modo muy constante cuando hace mucho calor y además vamos cargados, esto es más importante cuanto mayor sea la temperatura del aire y más nos alejemos del nivel del mar subiendo. 

Así se calienta el aire.
Fuente: www.windows2universe.org
La temperatura del asfalto siempre es mayor que la del aire, y los neumáticos se someten a un esfuerzo máximo cuanto mayor es aquella y más rápido se circule, aumentando el riesgo de reventón. Se suele pensar que es el Sol el que calienta el aire, pero en realidad el proceso es el siguiente: El Sol calienta la tierra y la tierra calienta el aire. 

Si pensamos en el cuerpo humano como una máquina -entre otras cosas es un vehículo- y lo comparamos con el automóvil, podemos aplicar el famoso principio de dar a la máquina un trato aproximadamente similar al que le daríamos a nuestro cuerpo. ¿Acaso nos gusta forzar nuestro cuerpo con calor y a 1.000 m de altitud, por ejemplo? Pues al coche tampoco.

Esteban