jueves, 25 de agosto de 2016

¿POR QUÉ SÓLO IMPORTAN LOS MUERTOS EN CARRETERA?

Uno hojea un periódico, atiende distraídamente las noticias de la radio o de la televisión, y raro es el día en que no percibe un suceso en el que hablan de algún accidente de tráfico, o siniestro vial, si lo prefieren. En los medios de comunicación locales esto se ve o se oye casi a diario, en los de ámbito nacional los fines de semana y los lunes invariablemente. No falla. Y así llevamos... ni sé los años, muchísimos. Demasiados. 

Qué poco imaginaba yo que iba a agradecer (y mucho) haber vivido
 sin televisión hasta los 15 años.
Fuente: www.abc.es

¿Es que en España sólo se puede morir por un atropello, un choque o una salida de la vía? Pues no estaría mal, nada mal; relativamente, claro. Porque, tal como nos hacen parecer que ocurre, quien no salga de casa o lo haga contadas las veces, prácticamente sería inmortal. ¿A qué viene ese incesante desgranar de accidentes, heridos y muertos como si de un parte de guerra se tratase? Así que tantos hablen de la “pacificación” del tráfico. A mí me recuerda la famosa tortura denominada “la gota china”, en este caso útil para romper la resistencia al miedo y abrir una puerta con acceso al subconsciente que alimente el temor a conducir como quien bien cuida de una planta.

Una vez que el miedo a conducir eche raíces, poco a poco y sutilmente nos hará conducir con menos soltura, cometeremos más errores pero a duras penas nos daremos cuenta, creeremos que los demás cada vez conducen peor y que aumentan en número cada vez que salimos a la carretera, y así, nuestro miedo a conducir crecerá alimentándose él solo de nuestros propios sustos e inquietudes. Sustos, que generalmente no son para tanto e inquietudes que difícilmente tienen una justificación razonable; pero hacen mella y nos vuelven más vulnerables a ser denunciados, nos convertimos en un ciervo que sabe que está en un coto de caza. Coto es, en lo que los sucesivos gobiernos han convertido la red de carreteras -sobre todo desde Pere Navarro acá-, con la diferencia de que los ciervos del asfalto aplauden a sus cazadores. ¡Bien! A muchos conductores sólo les falta gritar con alegría: ¡Vivan las cadenas! 

Muchas personas aplauden severas medidas represivas en las carreteras y una presión policial en constante aumento porque, entre otras cosas, la DGT siempre ha sostenido y mantiene, la falacia de que la mayoría de los conductores no infringen ni crean riesgos y sólo un mínimo porcentaje que conducen como salvajes son lo que provocan las tragedias del asfalto. Naturalmente, casi todo el mundo se identifica con el primer grupo, sin querer darse cuenta de que todos somos infractores, y por tanto, todos somos susceptibles de ser denunciados. 

Un agente de tráfico que trate directamente con un infractor a pie de carretera puede discriminar y, conscientemente o no, lo hará la mayoría de las veces, incluso atender razones; pero una máquina no, nunca. Y nos han llenado los caminos de ellas. De ahí, que de unos años acá tantos conductores que tan buen concepto tenían de sí mismos se encontraran con algunas multas que nunca antes habían recibido, así como algunos puntos menos en el saldo de su carnet. ¡Quién les iba a decir que eso de los puntos también iría con ellos! 


Eso nos pasa por hipócritas y cínicos, por negarnos a ver la viga en nuestro ojo y criticar la paja en el ajeno, por tomar la piedra prestos sin reparar en nuestra propia conducta, por negar la evidencia de que todos los que hacemos alguna actividad afectada por una normativa (todas) alguna vez la obviamos

No sé de ningún país en el que todos los medios de comunicación hablen sistemáticamente de los accidentes de tráfico. Ni tampoco de que exista una relación tan sumamente fluida como aquí entre el máximo organismo en el control de las carreteras y los medios; una clara relación de amor y odio, dicho sea de paso. Así mismo, es impresentable que se cuestione la política de seguridad vial porque el número de fallecidos en accidentes en un determinado periodo de tiempo, comparados estadísticamente con el equivalente del año anterior, sea mayor; salvo que la diferencia fuese muy considerable. Ni, desde luego, bendecir lo contrario. Mientras que no se investiguen las causas de los accidentes que aumente o no el número de víctimas puede ser algo perfectamente casual, bastaría, por ejemplo, con que hubiese o no un autobús implicado para inclinar la balanza a uno u otro lado. La DGT y los medios se utilizan, manipulan y atacan mutuamente, tan pronto son enemigos como amigos. Así no se pude dirigir una institución con tanta responsabilidad, es imposible llevar un rumbo bien definido si siempre se está buscando el viento favorable y se cambia según role este

Esto es un atraco en toda regla.
Fuente: www.lavozdegalicia.es
Luego están los grupos de presión. Los primeros formando parte de la propia estructura del Estado (comunidades autónomas, diputaciones y municipios, tan amigos ellos de ponerse zancadillas mutuamente), fabricantes de automóviles, de bicicletas, de vehículos eléctricos, empresas de transporte de mercancías y viajeros, ecologistas, asociaciones de víctimas de accidentes de tráfico, clubs de automovilistas, patronal de escuelas de conductores (CNAE) y un largo etcétera. Y la DGT, dependiente del Ministerio del Interior y del gobierno de turno, intentando contentar a todos sin conseguirlo. Lógico. Es imposible llevar el timón con tantas manos en él

Así pues, la DGT siempre justifica errores y aciertos apelando a un sentimiento y a una fuerte emoción: el miedo. Y el miedo a la muerte se supone que nos afecta a todos. Por eso nos lo muestra y recuerda constantemente. Para reforzarlo, no dudan en utilizar expresiones como: “la sangría del asfalto”, “la tragedia de la carretera”, “el insoportable número de víctimas del tráfico”, “el inaceptable tributo del automóvil”, “violencia vial”, “terrorismo vial”, etcétera. Tampoco les tiembla el pulso a la hora de presentar campañas de publicidad que incluyen fotos y vídeos inequívocamente morbosos siempre que les parece. 

Entre tanto, se deja la formación de conductores bajo mínimos, se permite llevar a niños en moto a partir de siete años, que quien tenga su permiso temporalmente suspendido pueda conducir los días de labor si es que lo precisa para su trabajo, que se puedan llevar motos de hasta 125 cc teniendo tres años de antigüedad con el carnet de coche, por cierto, norma impulsada por Pere Navarro que incrementó las ventas de motos en más de un 600% y, francamente, no puedo evitar preguntarme si también en este caso habría comisiones de por medio. Otra consecuencia, y bien que eran previsibles ambas, fue el incremento de accidentes de estos vehículos en una proporción, no tan elevada, pero sí muy escandalosa. Podría seguir, pero considero que es suficiente. 

Esto sí da seguridad y confianza.
Un agente en cada borde de la carretera en labores de vigilancia.
Fuente: www.hispadiario.com
Inculcándonos el miedo se diluyen argumentos y razones, hacen casi imposible mantener discusiones civilizadas, y allanan el camino de la fe para que nos creamos a pies juntillas cuanto afirman o desmienten: tienes que creerme, lo que digo y hago es por tú seguridad, la de los tuyos y la de todos. No necesitan ya hacer estudios, investigar nada (ingenuo de mí); basta con decir muy enteros lo que quieran que muchos se lo creerían igual, el miedo obra milagros, con la inestimable ayuda de nuestro peculiar carácter patrio, que tan bien conocen y utilizan, y por el que somos capaces de traicionar a nuestra inteligencia sin despeinarnos con tal de oponernos a lo que piensen otros, da igual lo que digan. Ya saben, somos una sociedad muy amiga de polarizarse y de enfrentarse con cualquier excusa, no me basta con poder hacer lo que quiera, los demás han de hacer lo mismo que yo aunque en nada me perjudiquen que actúen de otro modo; un buen ejemplo de esto es la supuesta norma no escrita de utilizar siempre el carril de más a la derecha en una rotonda se vaya a donde se vaya. 

Nos inculcan el miedo para hacernos creer que la carretera y el automóvil son escenario y elemento, respectivamente, de esclavitud y muerte; cuando en realidad lo son de libertad y vida. Esto es lo que al poder le resulta insoportable que sintamos, este es su miedo. Pretende una suerte de castración conforme a la cual actuaremos en los demás ámbitos de la vida y así preservar sus intereses y estatus. Intentan que percibamos la sensación de que sólo se muere en la carretera. ¿Acaso existe alguna actividad humana en la que alguien no fallezca alguna vez? ¿Qué impresión tendríamos de los hospitales si cada semana nos contaran el número de personas que han muerto en ellos ocultando el número total de pacientes ingresados y curados? ¿Saben que en España el número de muertes por suicidio supera en algo más del doble al de accidentes de tráfico? ¿Han oído alguna vez que alguna administración pública dedique un sólo euro a la prevención de estos terribles sucesos nunca accidentales? ¿O a paliar algo, tan siquiera, el tremendo y largo suplicio que sufre quien llega a tomar tan terrible decisión? Yo tampoco. Nos engañan miserablemente, aquí y aquí dejo dos pruebas publicadas por el Instituto Nacional de Estadística, les sugiero que no se las pierdan porque son muy reveladoras. 
Unos datos muy reveladores del Instituto Nacional de Estadística.
Nos inyectan el veneno del miedo pero nos dan el antídoto, todo sea dicho, y es muy fácil (no sé para qué mantienen una ley de tráfico), como un mantra: 
  • Cinturón o casco, según proceda. 
  • Nada de alcohol u otras drogas.
  • Respeta los límites de velocidad. 
Dicho de forma castiza: Átate, no bebas y no corras. 

Y de un tiempo acá están en pleno afán de ampliarlo con otra trilogía: 
  • No lleves un coche que tenga más de 10 años (olvidando que aún estamos en crisis, y lo que resta).
  • No conduzcas si pasas de los 65 años (burda ironía en un país de viejos).
  • No vayas por carreteras secundarias (acaban de descubrir, oh sorpresa, que son más peligrosas que las autopistas, ¿Por qué creen, pues, que se inventaron estas? 
Con todo, lo malo no es que nos mientan y engañen ni que nos crean estúpidos, lo malo de verdad es que la salvación que nos ofrecen es falsa porque es insuficiente. Es necesario más, mucho más. Haré un breve análisis de las soluciones con las que la DGT se lava las manos: 
  • Cinturón o casco. Lo más importante no es que nos salven la vida después de tener un accidente (que lo es), lo más importante es evitar el accidente, hacer todo lo posible por ello y utilizar ambos elementos sólo por si sucede algún imponderable, del que, por muy poco probable que sea nadie estamos libres. Ni tampoco de cometer errores, claro.
  • Alcohol y demás drogas. Es obvio que debemos abstenernos, aunque trabajemos en una oficina, más si estamos cara al público y mucho más aún en un taller o en un andamio. Sin embargo, con qué naturalidad ve casi todo el mundo que tantos jóvenes se pasen el verano de fiesta en fiesta bebiendo como cosacos y sacando chispas a sus móviles. Les creamos las adiciones (o las permitimos) ¿y luego pretendemos que al volante se abstengan? Les estamos pidiendo poco menos que un imposible. 
  • Velocidad. El problema no es superar un determinado límite, el problema es no saber ni sentir cuándo una velocidad deja de ser segura aun dentro de los límites. 
  • Coches y conductores viejos. Los primeros pueden tener 20 años o más y cumplir perfectamente la función para la que fueron creados, ¿que en caso de accidente un modelo equivalente moderno nos protege más? Sí, pero la clave, como siempre, es evitar el accidente; además, dentro de los modelos en el mercado hay una gran dispersión en la protección que ofrecen, por no hablar de tantos modelos de lujo que se ven por la calle con las ruedas casi lisas. En cuanto a las personas, lo importante es tener salud suficiente y estar bien entrenado; ¿que se detecta que alguien ha perdido la salud o conduce mal? Pues habrá que invitarle a esperar a que se cure o a que vuelva a aprender lo necesario, tanto si tiene 20 como 90 años. 
  • Carreteras secundarias. Claro que son menos seguras que una autopista ¡menudo descubrimiento! Pero no tienen más misterio que observar lo que hay (o razonablemente puede haber) y actuar en consecuencia: más inversión de trabajo, concentración, atención y esfuerzo con velocidades medias y máximas necesariamente más bajas. Eso es todo. 
Termino dedicándoles un deseo: que el miedo no les haga conducir y vivir mal (va todo unido) ni les impida crecer. Evitemos que nos conviertan en temerosos esclavos y hacernos adictos a las drogas que nos dan para soportar una vida infrahumana. Así sea.

miércoles, 17 de agosto de 2016

MAYDAY, MAYDAY...

Las palabras que hoy utilizo como título para esta entrada, como todos ustedes saben, hacen referencia a la llamada de socorro internacional utilizada en la navegación aérea y marítima. Pero “Mayday”, es también el título de una serie de televisión que emite el canal National Geographic y que descubrí casualmente hace tan sólo unos meses. 

Fuente: desmotivaciones.es

La mencionada serie la he visto y la veo siempre que tengo oportunidad -me ha gustado mucho- y, por supuesto, la recomiendo a quien no la conozca, pero con una reserva: quien tenga miedo a volar quizá es mejor que se abstenga, pues, por más que el transporte aéreo sea muy seguro, ver algunos episodios puede causar la sensación contraria si uno está predispuesto a ello. Por esta razón, no dejaré aquí ningún enlace directo al mencionado programa, quien quiera llegar a él podrá hacerlo con facilidad y quien no lo desee, en lo que a mí respecta, no podrá verlo ni por error.

“Mayday”, hace una exposición dramatizada de la investigación de diversos accidentes aéreos y desde el primer episodio que vi me asaltó el envidiable deseo de que se hiciese lo mismo con los accidentes de tráfico. En realidad, hace muchos años que me resulta incomprensible que en España y otros muchos países no se investiguen las causas de los accidentes de automóviles, o se haga sólo de forma puramente anecdótica y, que incluso en estos casos, nunca se publique ni un resumen de dichos estudios en los medios de comunicación generales.

Lo dicho, debería estar haciéndose por lo menos desde la década de los sesenta de forma sistemática. De acuerdo que hay muchos más accidentes de automóviles que de aviones, y quizá sea imposible investigar todos aquellos en profundidad, pero qué menos que estudiar un cierto porcentaje de los mismos: los más aparatosos, los más graves, aquellos en los que resultan heridas de gravedad personas, o con lesiones irreversibles, con muertes de por medio... Si no, ¿cómo establecer medidas preventivas verdaderamente eficaces? Miles y miles de veces nos han dicho que “los siniestros viales” -como se da en denominarlos ahora- son una plaga, pero cuando surge una epidemia a nadie se le ocurre aplicar un tratamiento sin antes investigar para hallar el diagnóstico y seguir después estudiando para saber cómo curar el mal y evitarlo. Es elemental. 

¿Cómo se atreven nuestros políticos a legislar “por nuestra seguridad” si ni siquiera saben en qué consiste? ¿Por qué se gastan tanto dinero en campañas de “sensibilización” y “concienciación” -constantemente, cientos de miles de euros cada año- si ni ellos mismos se aplican el cuento ni se lo creen? No comulgo con esa milonga de concienciar, ¿quién no conoce de cerca a personas que han sufrido accidentes? Pues si con eso no basta... Y, efectivamente, a la mayoría no les sirve de nada porque creen que sólo es una cuestión de suerte, por lo tanto se ponen al volante con una consciente mordaza para silenciar su razón, su criterio y buen juicio, no vaya a ser que escuchen sus demandas de invertir más esfuerzo y trabajo en conducir mejor, rindiendo su voluntad en el asfalto con una fatalista actitud. ¿Cómo no van a manejar tantos conductores con miedo?

Generalmente, esta labor tiene por objeto delimitar la responsabilidad civil 
y penal (si procede) de las personas implicadas en un accidente; saber a quién
le toca pagar, vaya. Para conocer las verdaderas causas que provocaron el accidente, 
normalmente, hay que ir más allá. Bastante más allá.
Fuente: www.que.es
Entre tanto, ellos, los políticos, legislan cual rayo que no cesa (que diría Miguel Hernández), lenta pero incansablemente, escribiendo en el BOE como en un vano intento de acallar la responsabilidad de sus conciencias justificándose ante sus votantes con la complicidad de los medios sin más logro que hacer cada vez más farragosa e innecesariamente amplia la Ley de Tráfico y Seguridad Vial y los distintos reglamentos que la complementan. Justo todo lo contrario de lo que debería ser una buena ley de tráfico: sencilla, concisa, clara, breve, estable en el tiempo y respetada por todos los partidos políticos, independientemente de cuál gobierne u ocupe la oposición. Un marco legal que pudiera ser fácilmente entendible por un niño de diez años, o un adolescente de quince, si me apuran mucho. 

Cuánto mejor sería que se gastaran el dinero de todos, primero en educar y en formar desde la infancia, después en financiar programas realizados por personas verdaderamente independientes que muestren las raíces de por qué los automóviles chocan o se salen de la vía, que expliquen cómo se puede evitar y divulgarlo. Sería mucho más barato y mucho más eficaz. 

Estos programas deberían emitirlos permanentemente por televisión de forma regular y tenerlos también disponibles en Internet, haciéndolos formativos y amenos, elegantes y ausentes de todo morbo, sin inducir al miedo, sin juzgar, asépticos como un quirófano, buscando las raíces causantes de cada accidente estudiado con seriedad y rigor en base a preguntarse reiteradamente “por qué” hasta llegar a ellas. No basta con descubrir que uno de los conductores implicados, por ejemplo, manejaba con una tasa de alcohol en sangre superior a la permitida, por más que sea una infracción (o incluso un delito) no necesariamente ha de ser la causa del accidente; y por supuesto, también puede ocurrir lo contrario. 
Hace muchos años que debería existir una entidad semejante a esta (CIAIAC
para investigar los accidentes de tráfico.
Fuente: www.fomento.gob.es
Como resultado de muchas de estas investigaciones, lógicamente, se deduciría la incorporación de nuevas medidas, anulación de algunas de las existentes o cambios en las mismas en cualquiera de las áreas implicadas: formativa, médica, psicológica, técnica (tanto en lo relativo a vehículos como a carreteras), policial, resto de servicios de emergencia, etcétera. Y legislativa, desde luego, siempre que proceda, pero al menos se acabaría con la perversión de dictar normas por razones tan difusas y abstractas como “la alarma social”, la influencia en la intención de voto de los electores o la sumisión del poder ejecutivo a la presión de numerosos grupos (auténticos lobbies) con intereses en la seguridad vial, casi nunca inocentes y casi siempre culpables de declarar un falso “sin ánimo de lucro”

Hasta ahora, cuantos conducimos en España y a pesar de tantas décadas con el automóvil formando parte de nuestras vidas, hemos tenido que aprender las posibles causas de los accidentes de tráfico y las distintas medidas que podemos adoptar para evitarlos de la experiencia ajena, en primer lugar, y de la propia (y ambas) después. Un servidor tuvo la buena suerte de poder ser testigo de muchas conversaciones entre camioneros y viajantes mucho antes de que pudiese empezar a conducir, y aunque era muy niño había detalles que hice míos, que me acompañaron siempre, que sin duda me salvaron la vida en varias ocasiones, que aún siguen siendo perfectamente válidos y que si Dios me da salud suficiente no olvidaré jamás. Nunca agradeceré lo bastante lo que me enseñaron aquellos hombres, sin intención alguna -curiosamente- ni por su parte ni por la mía; y aunque ninguno de ellos pueda leer esto ya, tampoco puedo acabar este párrafo sin dedicarles una palabra con aquel mismo corazón que todavía late por aquí (creo): ¡Gracies! 

Tengo entendido que el guepardo es el animal más rápido en tierra 
y que tiene marcas de velocidad registradas de hasta 115 km/h.
Fuente: www.planetacurioso.com
La historia de aviones y automóviles tiene su cuna en un par de sueños acariciado durante miles y miles de años. No puedo saberlo, claro, pero me siento completamente convencido de que nuestros más remotos antepasados, en cualquier lugar de este planeta, se quedaban fascinados viendo correr a algunos animales mucho más rápido que ellos y observando el vuelo de las aves. No puedo saberlo, pero después de todo, aún llevamos una ingente cantidad de información genética de nuestros viejos padres, y, mal que nos pese, después de todo, aún estamos muy cerca de la caverna de la que hemos salido. 

La historia de automóviles y aviones se entrelaza en numerosos puntos a lo largo de poco más de cien años, uno y otro invento se han beneficiado mutuamente de algunos de sus distintos avances; ambos han recibido los mismos fuertes impulsos, justo cuando la humanidad ha sufrido sus peores tragedias, a saber: las dos guerras mundiales. Pero esta funcional correlación, hasta ahora y que yo sepa, siempre ha sido lógica. Sin embargo, de pocos años acá, se porfía en aplicar al automóvil dos aspectos muy propios y lógicos de la aviación, perfectamente naturales en ese ámbito pero, en mi opinión, ajenos a las circunstancias de la carretera. Me refiero al piloto automático (conducción autónoma) y a la caja negra. 

El piloto automático en un avión, básicamente, controla tres parámetros fundamentales: velocidad, rumbo y altura. Hace el vuelo más cómodo y seguro porque descarga notablemente de fatiga la permanente atención que tendrían que llevar los pilotos si navegasen en visual, no obstante, al menos van dos pilotos al mando y asumen la responsabilidad del vuelo. El avión se mueve en un espacio enorme y en tres dimensiones, y, aunque hay aerovías trazadas, en cualquier momento, si fuese necesario se puede “construir” otra, por así decirlo. Por si fuera poco, los vuelos comerciales están todos previstos de antemano y supervisados por controladores aéreos en comunicación permanente con los pilotos. En estas condiciones, creo que es evidente deducir que el piloto automático es algo lógico y perfectamente natural en la aviación comercial. Pero en las carreteras no se dan estas circunstancias, ni hay tres dimensiones, ni los coches son conducidos en su mayoría por profesionales, etcétera. Además, no basta con controlar velocidad y rumbo, y pueden darse muchos factores difícilmente previsibles que interfieran en la marcha del automóvil. En fin, comparar el piloto automático de aviones y coches es mucho más heterogéneo que hacerlo entre las churras y las merinas.

Cóndor de los Andes
Considero imposible que esta imagen y la anterior dejen indiferente a 
nadie por mucho que nos remontemos siglos y siglos atrás. 
Fuente: www.panamericanworld.com
La caja negra. Dado el carácter catastrófico de tantos accidentes aéreos (por más que el porcentaje de los mismos sea muy pequeño) en los que no hay un sólo superviviente me parece lógico que exista este dispositivo, de lo contrario los únicos testigos serían los controladores aéreos pero estos pueden ignorar detalles como la potencia que se está utilizando de los motores o la posición de los distintos timones, por ejemplo, datos importantes que (entre otros) sí quedan registrados en la famosa caja y pueden aportar una muy valiosa información para esclarecer las causas del accidente, ardua tarea de por sí en los accidentes de aviación. Sin embargo, en la carretera es mucho más fácil determinar la causa de un accidente sin necesidad de llevar un espía electrónico en nuestro coche, cuya labor principal, mucho me temo que nada tenga que ver con nuestra seguridad sino con establecer un férreo control sobre el individuo, una vuelta más de tuerca (o varias) en pro de lograr una sociedad sumisa dispuesta a soportar cuantos ataques consideren precisos a su libertad lanzados por quienes de verdad detentan el poder y cuya ambición por incrementarlo carece de todo límite. Así pues, ¿conducción autónoma y caja negra en automóviles? No, gracias. 

jueves, 4 de agosto de 2016

¿EL PEOR MOMENTO DE LA DGT?

Tal como indico en el título, pero sin ninguna interrogación, encabezaba ayer (3 de agosto de 2016) el diario asturiano La Nueva España una noticia sobre los dos escándalos que recientemente han tenido lugar en la Dirección General de Tráfico (DGT) y de la que se han hecho eco todos los medios de comunicación. La noticia pueden verla aquí, y tuve conocimiento de la misma en la tarde de ayer por el blog de la Asociación de Examinadores de Tráfico (ASEXTRA). 

Fuente: valortamaulipeco.blogspot.com

En los últimos días del pasado mes de julio ya escribí dos entradas sobre el permiso por puntos y no pensaba volver a este asunto tan pronto, pero ayer me resultó imposible resistirme a escribir un comentario sobre la noticia que recogía ASEXTRA en su blog, y luego he pensado que no estaría mal dejar aquí también constancia del mismo; después de todo siempre quedará como más ordenado, relacionado, a mano y fácil de transmitir utilizando tan sólo el enlace de esta entrada siempre que se quiera y quien quiera que lo desee. Así pues, sin más preámbulo y en cursiva paso a dejar aquí el comentario de marras, donde CNAE es la Confederación Nacional de Autoescuelas.

El peor momento de la DGT está por llegar, y si no al tiempo. En cuanto a los cursos de recuperación de puntos es obvio que deberían impartirlos las autoescuelas, todas las que quieran, sin más restricciones que cumplir con la normativa vigente. Y en exclusiva, por supuesto, por la sencilla razón de que somos los más cualificados para ello. Lo que también permitiría que quienes deseen hacerlos, puedan elegir entre un abanico mucho más amplio la autoescuela que quieran. 

Nunca he pertenecido a CNAE ni a ninguna de sus asociaciones federadas, el señor Báez tampoco ha sido nunca santo de mi devoción, pero es evidente que sin la existencia del absurdo sistema de concesiones ni esa organización, ni su presidente, ni nadie hubiese podido influir lo más mínimo con el fin de obtener algún privilegio, con lo cual, es lógico deducir que si las cosas se hicieron como se hicieron fue con el premeditado fin de que unos pocos se beneficiasen mucho. Y entre esos pocos, es prácticamente imposible que no hubiese alguno o varios miembros de la cúpula de la DGT -por lo menos-, a la sazón presidida por Pere Navarro; y muy probablemente responsables de la Cátedra de Seguridad Vial de la Universidad de Valencia y del INTRAS. 

Si el asunto CNAE-DGT se investiga a fondo, necesariamente hay que llegar a la raíz (antes de 2006). Por aquel entonces la señora Seguí era completamente ajena a la DGT y estaba obligada a realizar una labor continuista, no podía hacer otra cosa cuando para el carnet por puntos todo eran vítores y Pere Navarro salió a hombros de la plaza. 

Todos los que de un modo u otro estamos en este gremio, sabemos todo esto desde hace más de diez años, más de 10 años, que se dice pronto. Ahora oigo rasgar de vestiduras por todas partes, y, francamente, a un servidor le producen dolor de oídos. Ustedes perdonen, pero al menos estas letras me sirven un poco de analgésico. 

Saludos.


 

Les dejo otra canción de Paco Ibáñez que nos trae palabras viejas y sabias 
que nunca pierden valor. Dejo aquí otro enlace por si acaso.

Lamento profundamente todo esto, en sí mismo, y porque se quiera o no salpica a miles de funcionarios y de compañeros que trabajan muy duro y honestamente dejándose poco a poco la piel en el asfalto cada día y arriesgando también en cada uno de ellos hasta perderla de pronto. También se me ocurre pensar cuántas normativas habrá, que como esta, envuelven en sus artículos las llaves de los tratos de favor, el desvío de dinero público a bolsillos de particulares sin que estos den nada a cambio, los sobornos, el cohecho, el engaño y la mentira. Decía mi admirado y gran poeta Machado (don Antonio) “que el sol de España os llene de alegría, de luz y de riqueza”, yo me conformo conque irradie con precisión y fuerza cada célula de este cáncer de corrupción que nos asola.