jueves, 31 de enero de 2013

PRUEBA DE UN COCHE MUY ESPECIAL (1)

Cambiando los números estaríamos en el día de la prueba: día de San Hilario, 13 de enero de 2013, domingo. Quedamos a las 11 de la mañana en un bonito y pequeño pueblo de Vizcaya, próximo a Basauri y muy cerca de Arrigorriaga, llamado Zaratamo que viene a estar en la cumbre de un pequeño monte.

Excelente medio para mejor fin. Muy real.
El día estaba desapacible, típico de invierno por estos pagos: frío (entre 5 y 7 grados de temperatura), lluvioso, y con cielo totalmente cubierto. A raíz de la entrevista en OYE RADIO BASAURI, José Mari Andrés Martikorena (Director de Escuelas & Soluciones Adaptadas IRRINTZI) me había invitado a conducir su coche con joystick, lo que acepté tan encantado como agradecido. Desde luego el coche es muy especial, sin duda, el automóvil más singular que he conducido nunca; y en cuanto a turismos, también el más caro. Si tuviese un amigo rico que albergase en su garaje una buena representación de coches deportivos como algún Aston Martin, Ferrari, Porsche... Aceptaría de mil amores que, al menos, de vez en cuando, me dejase cada uno de ellos durante una semana con visita a un circuito incluida, claro. Pero en realidad, aunque la comparación sea completamente heterogénea, el coche de José Mari es más peculiar, eso sí, con una relación precio prestaciones muy desfavorable. Éstas últimas, naturalmente, están a años luz de las de cualquier deportivo, sin embargo el precio no es tan dispar, por lo que cuesta éste KIA bien se puede comprar -y sobraría dinero- cualquiera de los prestigiosos coches citados, de segunda mano, sí, pero con pocos kilómetros y años y en buen estado; más o menos, casi (o sin “casi”) seminuevos. Mas este Kia monovolumen puede ser conducido por una persona que carezca de brazos, por ejemplo, abriendo ante sí un enorme horizonte de libertad, autonomía y capacidad de movimiento que le franquea la puerta de una auténtica nueva dimensión. Los otros no. 

Aston Martin DB9
Un espejismo, más que otra cosa.
Llegué a Zaratamo unos cinco minutos antes de las 11 y José Mari ya estaba en una pequeña zona de aparcamiento, muy tranquila, cerca de la iglesia y preparando el coche. En realidad, el coche en sí no tiene mayor importancia, podrían servir muchos modelos de muy distintas marcas, pero un monovolumen es ideal porque permite acceder al interior del mismo en silla de ruedas y dentro del vehículo cambiar al asiento del conductor (hacer la transferencia), o no, porque en este coche de la autoescuela IRRINTZI se puede anclar la propia silla de ruedas al puesto de conducción de un modo seguro y eficaz. Desde luego, para conducir es mejor emplear el asiento que trae el propio coche de serie porque ofrece un plus de confort y seguridad al que no llega la silla de ruedas, no obstante, en recorridos cortos la silla anclada es suficientemente segura y evita las transferencias aportando mayor comodidad y agilidad en este sentido.

La caja de cambios automática es imperativa, y en mi opinión, un buen motor turbo diésel también, porque da una cifra de par más alta y constante en un mayor abanico de revoluciones haciendo el motor más elástico y disponiendo de bastante más autonomía que con un motor de gasolina. Cuantas menos veces se necesite parar a repostar, mejor. Y si siempre es importante que motor y cambio hagan un buen maridaje, en este tipo de utilización del vehículo aún lo es mucho más.

Al fondo asiento del conductor
con desplazamiento eléctrico hasta esa posición.
No es mi intención hacer aquí un detallado relato de todas las modificaciones que tiene este coche, son muchísimas, sería muy largo y creo que bastante tedioso. Se puede afirmar que tiene de todo, todo lo que permita conducirlo a una persona siempre que sea físicamente posible, situando ese “posible” en una lejana y fina línea divisoria con lo que ya no lo es. El abanico de limitaciones físicas que se pueden sufrir sin impedirnos conducir es amplísimo. Y conviene recordar siempre que nadie estamos libres de padecerlas. Hasta hace poco, por ejemplo, yo no imaginaba que se pudiese conducir sólo con los pies por carecer de brazos o no poder utilizarlos. ¡Y se puede!

Todas estas modificaciones, además, se adaptan al milímetro a las necesidades de cada persona, literalmente. Y las más importantes, las que ayudan en los casos más graves, tienen su génesis en una fina observación ejercida durante muchos años por José Mari en las necesidades de sus alumnos. Creo que es aquí donde radica su mérito. Dicen en Estados Unidos que nunca se debe juzgar a un hombre sin haber andado diez millas en sus zapatos; José Mari se calza los zapatos de sus alumnos y anda miles de millas, también literalmente, sin juzgar a nadie, para ver cómo ampliar los “imposibles” límites de libertad de movimiento que tienen, porque una vez que identifica el problema, primero busca la solución en su cabeza, y después investiga, estudia, pregunta, viaja... hasta que encuentra dónde y quién la puede materializar. Cuando logra resolver la parte técnica del asunto, todavía le espera el aspecto legal -generalmente más arduo que el anterior-, hay que homologar hasta el último tornillo, pasar ITV, visitar el INTA, conseguir permisos, luchar contra los gigantes en que se han convertido los molinos de viento; cambiar una norma, porque él ha ido más allá y es necesario. A veces, es un signo de puntuación en un pequeño párrafo lo que puede impedir lograr un sueño. ¡Esto ha pasado y él logró el cambio!

El asiento del fondo de puede sustituir por la silla de ruedas.
Del lateral derecho del coche se extrae una rampa que permite entrar y salir con silla de ruedas, pero además, se puede bajar la carrocería por ese lado -como se puede ver en muchos autobuses-; cuando José Mari me lo mostró, le pregunté qué necesidad había, ya que estaba la rampa, entonces me contestó que los bordillos de las aceras no tienen todos la misma altura. Elemental. Y añadió, que no nos damos cuenta de que muchas cosas, que para nosotros no tienen ninguna dificultad, que nos parecen ínfimas -y cuando alguien nos las hace ver-, para una persona discapacitada puede ser una barrera infranqueable. El coche dispone de dispositivos mecánicos y electrónicos que se pueden colocar en cualquier parte; todas la puertas, ventanillas, rampas, inclinación de la carrocería... se pueden mover con un mando a distancia, el coche está lleno de servos y motores eléctricos, todo está construido y pensado para que si falla de una manera pueda funcionar de otra; intermitentes, luces, limpiaparabrisas, bocina... se pueden manejar con un mismo mando sobre el que se puede actuar con el dedo de un pie, la nariz, la oreja... Sobre muchos mandos, se puede regular a voluntad la cantidad de fuerza que debemos ejercer sobre ellos para que actúen. 

Puesto de mando. Permite muchísimas combinaciones perfectamente adaptadas a cada cual.
En realidad,  José Mari viene a ser un sastre que trabaja a medida
con electrónica y acero en lugar de hilos y telas.
En la parte “autoescuela”, el coche cuenta con doble mando convencional, puramente mecánico, y, sorprendentemente con tres pedales (es automático), al principio no me di cuenta -tan acostumbrado estoy- pero cuando caí en ello, le pregunté: ¿Por qué tres pedales? Entonces me dijo que el de más a la izquierda servía para anular los míos (en realidad viene a ser un tipo de embrague pero sin ninguna relación con el cambio de marchas), también cuenta con una especie de caja provista con dos joysticks que es un doble mando electrónico que anula la acción que yo ejerza sobre los míos. Y esto tan solo es una breve síntesis de todas la posibilidades que hay. Mejor pasamos a la prueba.

Esteban

sábado, 26 de enero de 2013

UN BUEN SUSTO

Tengo un amigo unos cuantos años mayor que yo, desde hace dos, ha dejado de conducir por problemas de salud, no son graves, afortunadamente, pero han hecho aconsejable que dejara esa actividad en un acto de responsabilidad que le honra y que en sus circunstancias es muy poco común. Ha conducido de continuo desde joven y ha acumulado unos cuantos cientos de miles de kilómetros a sus espaldas sin ningún incidente reseñable. Es, como alguna vez oí o leí en alguna parte, un genuino “conductor turístico”, entendiendo por tal el que no utiliza el coche por motivos profesionales ni lo necesita para acudir a trabajar, haciendo un uso del mismo literal y fundamentalmente turístico. Ha recorrido casi toda España haciendo decenas de miles de kilómetros por carreteras infames muchas veces, pues, entre otras cosas, compartimos el gusto por los paisajes abiertos, pequeños pueblos y lugares apartados “lejos del mundanal ruido”, como dejó escrito Fray Luis de León.

Fuente: www.animalesyanimales.com
Hace unos quince años, aproximadamente, guardaba el coche en una lonja próxima a su casa, una lonja pequeña, en la que entraban otros dos coches, alguna moto, bicis... y que no tenía vado porque ninguno de los que la utilizaban lo necesitaba -tampoco les dio permiso el Ayuntamiento alguna vez que lo solicitaron- pero les coincidía muy bien para entrar y salir sin problemas casi siempre.

Un día entró a coger el coche por la mañana, no encendió la luz, no solía hacerlo cuando era de día -con la que entraba por el portón abierto era suficiente-, se montó en el coche, cerró la puerta y de pronto sintió algo casi rozando el lado izquierdo de su cabeza que pasó como un rayo de luz negra por el hueco entreabierto de su ventanilla. Cuando me lo contó unos días después, su cara aún reflejaba muy bien el tremendo susto que llevó. “Hubo un momento que pensé que me moría, Esteban, ¡como hay Dios! En mi vida sentí el corazón latir tan fuerte y tan rápido, ¡en mi vida, te lo juro! ¿Sabes qué era? Un gato, un gato negro pequeño, le vi salir por el portón a todo correr, justo a tiempo para que el corazón bajase de revoluciones y no me diera un infarto. Se conoce que había pasado la noche en el coche y que estaba por la parte de atrás, cuando yo me monté se asustó... y casi me mata”. Luego, ya riéndose, “¿sabes?, yo creo que me salía el corazón del pecho, como en los dibujos animados. Sí ahora me río, pero...” 

El rubio es Riky en su "hogar de acogida" seduciendo a su nueva "madre". ¿O examinándola?
Foto cedida por Beatriz Varillas. ¡Gracias!
Mi amigo es un auténtico bonachón, de carácter afable (y carácter a secas, también, si las circunstancias lo requieren), muy amigable, confiado y poco amigo de pensar mal. Era bastante frecuente que dejase el coche con la ventanilla abierta, total o parcialmente, como cuadrase; a veces ni lo cerraba.

Es tentador -al menos a mí me pasa- y agradable para quienes vivimos en ciudades ya bastante pobladas, dejar puertas y ventanillas abiertas, incluso hasta la lleve en el contacto de nuestros coches cuando vamos a lugares en los que estas cosas son práctica habitual. Todavía deben quedar pequeños pueblos -al menos hasta hace pocos años aún los había- en los que sus habitantes nunca cierran ni las puertas de sus casas, ni siquiera de noche. También ocurre esto en algunos campings, urbanizaciones y lugares, en general, a los que es frecuente acudir en tiempo de vacaciones. Pero aunque nos tachen de raros y desconfiados, por más que se nos antoje y sintamos que estamos pasando unos días de descanso en un idílico lugar en el que todo es bueno, bonito y barato, siempre debemos cerrar por completo el coche. Siempre. Y no por desconfianza, como expliqué a amigos y lugareños cuando al ver que cerraba el coche -ventanillas incluidas, por supuesto, por más calor que hiciese- me decían con una sonrisa “aquí puedes dejarlo abierto, nunca pasa nada” y a lo que contestaba algo así como: te creo, de verdad. Confío totalmente en toda la gente de aquí, pero hay niños; que se pasan los largos días de verano casi todo el tiempo en la calle, muy libres, sus padres bajan mucho la guardia -el lugar invita a ello con mucha fuerza- y para ellos un coche puede resultar un juguete precioso, siempre tienen ocurrencias inimaginables para los adultos, no conocen el miedo, derrochan energía, tienen la vida recién estrenada...

Conviene no dar facilidades para juegos ni para delitos.
No sería nada raro que se metiesen en un coche a jugar... ¡y a conducir! Yo mismo recuerdo que de niño me sentía perfectamente capaz de conducir cualquier cosa que pueda moverse por tierra, mar y aire, incluidos submarinos y cohetes al espacio; sin ninguna duda, faltaría más. Bueno, y en realidad... también ahora, lo único que soy consciente de tener limitaciones físicas que es mejor no explorar; y no físicas, desde luego, pero en principio nada insalvables si estudio, aprendo y me dejo enseñar. En cualquier caso, tampoco es cuestión de sufrir un infarto o un derrame cerebral por superar la barrera del sonido en un caza o dar unas vueltas con un fórmula uno en un circuito. ¡Pero me encantaría! Bueno, tal vez en otra vida. Quién sabe.

Coche autónomo de Google
Fuente: www.autobild.es
De vuelta a la tierra y al tema, puede parecernos imposible que algunos niños sean capaces de desengranar una marcha (pisando o no el pedal del embrague), quitar el freno de mano, etcétera, pero también pueden hacerlo entre varios. Recuerdo un caso a finales de los ochenta en que una patrulla de la Policía Nacional, en Madrid capital, se cruzó con un coche que parecía el actual de Google: nadie lo conducía. Dieron la vuelta y tras una corta y suave persecución que acabó con el coche fantasma chocado contra un árbol, cuando abrieron la puerta del Seat 600 se encontraron con dos niños de cinco o seis años que lo conducían en equipo: uno, sentado en el suelo se ocupaba de los pedales; el otro, de pie, del volante, e indicar a su amiguito qué tenía que hacer. La historia es real, la leí en un periódico; afortunadamente los niños salieron ilesos. 

Salvo por lo de la conducción en equipo, supe de más casos semejantes; siempre acabados en colisión pero sin lesiones (o muy leves) para sus jóvenes ocupantes. En Valencia, por aquel tiempo, un chaval entre los 14 y 16 años, robaba Ferraris, sólo Ferraris y siempre a extranjeros, de vez en cuando; se daba unas vueltas con ellos y luego dejaba los coches sin haberles causado ningún daño ni robar nada. Parece ser que conducía muy bien, la policía le persiguió en algunas ocasiones, pero como nunca lograron darle alcance, de algún modo averiguaron dónde vivía, decidieron dejar de perseguirle (era muy peligroso para todos) y esperarle en su casa.

Aerodinámica para volar.
NORTHROP F5B
Fuente: Diario 20MINUTOS
Conviene tener muy en cuenta, que en la Ley de Tráfico se contempla la obligación de:

Parar el motor y desconectar el sistema de arranque.

Bloquear la dirección y poner el sistema antirrobo, si procede. En realidad, no es necesario bloquear la dirección, basta con que se bloquee si alguien intentase robar el coche. Desde luego esto, o cualquier otro sistema que se emplee, no es garantía suficiente para evitar el robo del vehículo, pero es el método más habitual que utilizan los fabricantes para cumplir con la norma que obliga a que dispongan algún modo de evitarlo, y en teoría la cumplen.

Accionar el freno de estacionamiento (el de mano). Por cierto, apretando el botón con el pulgar desde el principio para que la “uña” salve todos los dientes de la carraca y no los desgaste innecesariamente. Nunca entendí a cuento de qué viene esa especie de sonora ostentación que se produce cuando se sube sin presionar el botón, todos los automóviles llevan freno de mano desde siempre, por Dios.

Poner primera velocidad en pendiente ascendente y marcha atrás en descendente; en los que disponen de cambio automático, posición de estacionamiento. Pero sin pendiente, también debe hacerse así. Es mucho más seguro e improbable que el coche se pueda mover al ser empujado por otro que estacione de oído y además sea sordo, cosa que vemos todos los días en la calle, desafortunadamente, y que implica una preocupante e intolerable falta de respeto hacia los bienes de los demás que inevitablemente me llevan a deducir que esa persona ha de ser un peligro conduciendo. No hablo de cuando uno se equivoca, sino de quienes lo hacen intencionada y sistemáticamente. Se nota muy bien: no miran, e insisten en golpear de nuevo. Por supuesto, tampoco se molestan en comprobar si causaron algún daño a los otros vehículos que, por cierto, siempre se causa, se vea o no.

Cerrar puertas y ventanillas para impedir su uso sin autorización.

Encender el alumbrado oportuno, si procede.

Con estas normas debemos cumplir siempre, antes de abandonar el vehículo. 


Aerodinámica para todo lo contrario: Pegarse al suelo.
Cheste, Valencia 2009
Muchas veces me han preguntado, y me preguntan: ¿Me pueden multar si... o por...? Evidentemente nos pueden denunciar y multar por cualquier obligación que omitimos o prohibición que vulneramos. Pero casi nunca, la denuncia en sí, es lo más importante. Referente a este tema, lo peor, y con diferencia, es que por negligencia nuestra un niño, con o sin llave, logre mover un coche y hacerse o hacer daño, o ambas cosas. Naturalmente, tendríamos responsabilidad respecto a los daños causados. Penal, no creo (quizá en algunos casos muy graves); pero administrativa y civil, sí. Sin duda. Y respecto a la civil, dudo mucho que el seguro tenga obligación alguna de aceptarla cuando hemos sido nosotros los que hemos incumplido la nuestra. ¡Cuidado! Desde luego, lo mismo ocurriría si, por ponérselo fácil, algún amigo de lo ajeno -por muy adulto que sea- se va con nuestro coche. Repito, cuidado con estos pequeños detalles, y lo que siempre decía a los alumnos: Cuando salgas del coche, por breve que sea la parada, sube las ventanillas, inmovilízalo y ciérralo, por favor. 

Esteban

martes, 22 de enero de 2013

DÍAS DE RADIO (ENERO 2013)


CHARLAS CON JOSÉ ÁNGEL EN OYE RADIO BASAURI

52ª CHARLA (2-1-2013). Datos del balance de accidentes de tráfico en 2012. "No es mi culpa".


Además de lo dicho: Hacer lo imposible por evitar el accidente. Conviene tener muy en cuenta que por muy evidente que nos resulte en un momento dado que la culpa es "del otro", si esa persona no la reconoce -con razón o sin ella- y/o las compañías de seguros no se ponen de acuerdo en quien debe asumir la responsabilidad, acabará por determinar ésta un juez. Pasados unos meses y en el momento del juicio, no es nada extraño que, para nuestra sorpresa, el juez dicte sentencia considerándonos a nosotros responsables de aquel accidente en el que tan obvio nos parecía que la culpa del mismo no era nuestra. La otra parte puede llevar testigos falsos y nosotros no poder demostrar que mienten, por ejemplo, o simplemente estábamos equivocados. Lo que sí es evidente, es que Su Señoría no estaba presente en el lugar de los hechos y debe escuchar a las partes prestando a ambas la misma credibilidad. Así pues, conviene evitar obcecarnos en que nos asiste toda la razón del mundo. Suele olvidarse muy frecuentemente y creo que conviene tenerlo muy en cuenta como una razón más (si es que hiciera falta) para poner todo de nuestra parte con el fin de eludir el accidente.

Lo he intentado de mil formas y como bien y muy puntualmente dice Elisa (gracias), "el link no va". He pedido ayuda, pero tampoco hemos logrado que funcione. No obstante, pinchando AQUÍ podrán escuchar esta primera charla del año. Me da rabia y lo siento, disculpen las molestias y el tiempo que las haya hecho perder. ¡Gracias!

53ª CHARLA (9-1-2013). Repostar con una lata.

jueves, 17 de enero de 2013

A PROPÓSITO DE LA NIEBLA: DESLUMBRAMIENTOS

Escribí hace unos días sobre la niebla, que como todos sabemos es un fenómeno metereológico que dependiendo de su densidad puede dificultar sumamente la visibilidad y por tanto la conducción de cualquier vehículo. Aprovechando que echo un vistazo al retrovisor sobre este tema y aunque no tenga nada que ver con el tráfico -pero sí con la circulación de personas- quiero advertir sobre una situación de peligro muy elevada que se puede dar aún cuando sólo vamos andando, y es cuando nos encontramos con niebla densa durante el transcurso de una excursión o salida a la montaña. 

Peña Santa de Enol (2.486 m) y el Neverón de Cemba Vieya,
 macizo occidental de los Picos de Europa, Asturias.
Fuente: www.tiatordos.net/605
INFO CURSOS Y LIBROS: AQUÍ AQUÍ.

Se puede estar andando por un sendero que en condiciones normales no ofrece ninguna dificultad pero que tiene un precipicio en uno de sus lados (o en ambos) y si estamos bajando, sobre todo, es muy fácil dar un paso en falso y despeñarnos. Tuve dos compañeros que perdieron así la vida; ninguno, sin embargo, que le ocurriese nada conduciendo con niebla.

Me he encontrado con niebla densa muchas veces en la montaña, pero hay dos que no olvidaré nunca. Una bajando de Peña Santa al refugio de Vegarredonda en los Picos de Europa, era otoño, no veíamos más allá de nuestra mano poniendo el brazo horizontal, para más inri, bajaba muy rápido a velocidad absolutamente inadecuada y excesiva porque el que iba delante de mí corría mucho y no quería perderle y aunque le decía a voces que fuese más despacio que se iba a matar y yo con él, estaba obsesionado con que no se nos hiciese de noche porque entonces tendríamos que parar, buscar algún hueco entre las piedras y aguantar allí hasta el día siguiente pegados uno al otro pues íbamos muy ligeros de equipaje con muy poca ropa de abrigo, provisiones acabadas y solo nos quedaba un poco de agua, el resto estaba en el refugio porque a la cumbre siempre subíamos justo con lo imprescindible. Cuando por fin llegamos al refugio milagrosamente sanos y salvos me dieron ganas de matarle, me enfadé, reñimos, y al final me dijo que no sabía muy bien qué le había pasado pero que sentía que tenía que ir así. Yo lo pasé muy mal, además se mojaban las gafas, se empañaban, vamos que llevaba niebla extra y particular a un centímetro de los ojos. 

Vega de Brañagallones, Asturias.
Imgínese: de noche, niebla extremadamente densa y completamente solos. ¡Inolvidable!
Fuente: losdelasclaras.blogspot.com.es
La segunda fue en la Vega de Brañagallones, también en Asturias, no hubo peligro, la niebla llegó al caer el sol pero estábamos ya en la Vega donde pasaríamos la noche, la cumbre nos esperaba al día siguiente, la Peña del Viento, un 2.000 justo pero una montaña preciosa. Llevábamos una canadiense, pero el día y la subida hasta la Vega estuvo precioso y hasta pensábamos vivaquear mirando a las estrellas hasta dormirnos. Llegó la noche y la niebla espesaba cada vez más, hicimos una hoguera éramos seis, jóvenes, sanos, fuertes, valientes... así nos sentíamos (no digo que sea objetivo), pero empezamos a observar cosas raras en la niebla bastante inquietantes hasta que nos dimos cuenta y comprobamos que eran nuestras propias sombras; reímos, hablamos, todos estábamos de acuerdo en que era absurdo tener miedo, ¿qué nos podía pasar? Los fantasmas no existen, animales salvajes, sí, pero no se acercan al hombre... Toda la palabrería que derrochamos y la comprobación racional del “fenómeno” no logró ahuyentar totalmente el desasosiego ni el absurdo miedo que nos costaba confesarnos. Nos metimos en la tienda apretujados y echamos a suertes a quien le tocaba la puerta -cosa que nunca hacíamos-, creo que esa noche rezamos bastante, cada uno para sí, claro. Le costó, pero al final venció el sueño; amaneció un día espléndido de finales de primavera y pudimos hacer la cumbre sin más novedad.

En otras ocasiones y también en el monte, aún en lugares muy seguros, he observado que hay bastantes personas a las que la niebla afecta considerablemente en su ánimo; en la montaña vamos andando, si no hacen bajadas suicidas como la que conté antes difícilmente les pasará nada malo, pero en el coche, es imperativo mantenerse muy sereno y alerta, por despacio que se circule, la velocidad es mucho más alta que a pie.

Peña del Viento (2.000 m), Asturias.
Preciosa cumbre y entorno, hacia cualquier punto que se mire sólo se ven montañas.
Fuente: aristacimera.blogspot.com.es
Durante el otoño y el invierno, cuando por estas latitudes los rayos del sol inciden de forma más oblicua hay una situación que se repite mucho más que la niebla y que puede cegarnos momentáneamente cualquier día despejado al ocaso o al alba de forma muy sorprendente y repentina en cualquier vía, pero más en las de poblado. Sucede cuando nos encontramos con el sol bajo y de frente deslumbrándonos mucho e incluso totalmente. Para mí es peor, como ya dije, en vías urbanas; en carretera me resulta mucho más previsible y a pesar de que la velocidad es claramente mayor nunca he tenido problemas serios con ello, además, generalmente, voy bastante orientado. En una calle de cualquier población, sin embargo, podemos estar conduciendo en sombra y al hacer un cambio de dirección encontrarnos con el sol directamente enfrentado a nuestros ojos.

Aún con gafas de sol polarizadas y con lentes antirreflejos, apartamos la vista o cerramos los ojos; bajar el parasol, normalmente es inútil. La mayor parte de las veces que me ocurre esto me arreglo mejor soltando una mano del volante y cubriendo mis ojos del sol con ella; antes, inmediatamente antes, lo primero que hago es frenar. La velocidad es baja, ciertamente, pero puedo tener un peatón encima y no verle, además el peatón puede estar hasta pasando un semáforo con su muñeco en verde, totalmente confiado y ajeno a que yo no he visto ni el poste del semáforo. Algunas veces me he visto obligado a detenerme, totalmente, reanudando la marcha muy suave y de inmediato. Tanto en vías urbanas como interurbanas, si la calzada está mojada el reflejo del sol en el agua la convierte casi en un espejo y las marcas viales resultan invisibles. 

Deslumbrado por el sol.
Fuente: freeimagefinder.com
El mes pasado, viajando un día por la tarde hacia Gijón, en la A-8 y aproximadamente poco antes de la salida hacia Noja (Cantabria) en un tramo con tres carriles muy poco desnivel, recta corta entre dos curvas fáciles, límite en 120, salía de una curva a izquierda en ligera bajada, cuando vi en el arcén derecho una moto parada, no en el suelo, de pie y con la pata de cabra, sólo la moto, Me pareció raro, yo no dejaría una moto ahí, puede pasar alguien con una furgoneta y llevársela fácilmente; como no vi a nadie por esa zona se me ocurrió mirar a la izquierda al tiempo que pasé la vista por los retrovisores, detrás nadie, entonces vi a un hombre de pie en el borde de la calzada, sin casco, miró hacia mí girando claramente la cabeza, estaba en actitud de cruzar, yo ya tenía el pie en el freno pero cuando vi que miró volví a acelerar entendiendo que esperaba o avanzaría un poco para cruzar detrás de mí. Pues no, cruzó antes, corriendo y obligándome a frenar bastante fuerte hasta que se quitó de mi trayectoria. Un acto muy suicida por su parte que, afortunadamente no tuvo consecuencias, era el motorista, vi por el espejo que se subía a la moto pero, ¿qué demonios hacía cruzando los tres carriles de aquella calzada? No recuerdo haber visto nunca a un peatón haciendo eso. Pero bueno, a lo que que voy, esa zona estaba completamente en sombra pero antes y después predominaban los tramos con el sol de frente y bajo (viajaba hacia el oeste), me di cuenta que si hubiese coincidido en uno de estos últimos hubiese visto al motorista claramente más tarde, y ante una situación semejante, lo que se saldó con un pequeño susto, se hubiese convertido en una situación bastante crítica.

Fuente: blog.pucp.edu.pe
Para acabar, la falta de visibilidad también puede venir determinada por nubes de polvo o humo. Con las nubes de polvo nunca he tenido mayor problema, si acaso reducen la visibilidad de un modo notable un brevísimo instante. El humo es otra cosa. Los primeros problemas que tuve con él fueron en la provincia de Sevilla, quemando rastrojos en los campos, muy aparatoso y llamativo, especialmente de noche y en verano pero bastante llevadero. Cuando lo pasé verdaderamente mal, muy mal, fue una vez, sólo una (hasta ahora) en que viajando entre Logroño y Burgos en una larga recta entré en una especie de tubo de humo que parecía que me llevase directamente al infierno. El caso es que lo vi de lejos, pero sin duda me dejé engañar por la perspectiva y pensé que sería un tramo muy corto, el largo de un coche o muy poco más, también me pareció que el humo, aunque cubría la carretera, sólo estaba a la derecha. 

En el caso que cuento el humo cubría por entero la carretera en unas cuantas decenas de metros.
Fuente: www.clarinveracruzano.com
La recta estaba orientada, en mi sentido, este-oeste y el humo lo llevaba el viento de norte a sur, pero cuando entraba en la nube me di cuenta de que también se estaban quemando rastrojos en el lado izquierdo así que que se formaba como un cilindro de humo muy denso con llamas muy vivas hasta el mismo borde del asfalto. Se sentía el calor de un modo notable (también en Sevilla) pero aquí a ambos lados y la visibilidad llegaba justo hasta el parabrisas, no veía nada más. Estuve tentado a colocar el coche en el centro, pero se me vino a tiempo a la cabeza, que si había entrado bien colocado y la recta era muy clara, sin mover el volante tendría que salir bien y si alguien estuviese al otro lado haciendo más o menos lo mismo no chocaríamos, igual había suerte. Y la hubo, a Dios gracias. ¡Que alivio cuando salí! Pero se me hizo eterno, el tramo desde luego era bastante más largo de lo que había pensado y daba miedo, las llamas se veían muy cerca a ambos lados, también se me pasó por la cabeza parar y volver atrás, pero lo estimé más arriesgado. Al final el coche salió bien y en su carril, esta recta de Castilla fue muy noble pero el susto muy gordo. Ocurrió hacia 1980 u 81, la carretera era convencional con un carril por sentido y arcenes pequeños de tierra. 

Me propuse que la próxima vez que viese humo en la carretera pararía el coche antes de meterme y observaría el asunto con calma. No tuve que hacerlo, nunca más me coincidió una hoguera así. Pero toco madera, por ustedes y por mí.

martes, 8 de enero de 2013

UNA TERRIBLE HISTORIA CON FINAL FELIZ

Corría el año 1989 ó 1990, no lo recuerdo con precisión, pero sí que era invierno, que vivía en el barrio baracaldés de Cruces en línea con el famoso y enorme hospital y entre la casa que entonces habitaba y él se interponía una iglesia -estaba bien protegido, menos mal, porque aún así, en aquel tiempo mi vida se vio sacudida por terribles acontecimientos-; trabajaba entonces con un Golf blanco GTD del 88, dos puertas, última versión de la segunda generación -ya no tenía las ventanillas delanteras partidas formando un triángulo y un rectángulo-, techo corredizo (no “solar”) de chapa y con apertura a manivela. No era el primer coche que había conducido con dirección asistida pero sí el primero que tuve con esa ayuda y el segundo con cinco velocidades. En general y en aquel tiempo, una delicia de coche que había bautizado como “Crispín”. Ah, también fue el primer coche que tuve que llevaba de serie cinturones de seguridad en los asientos traseros, cuando aún no era obligatorio utilizarlos y muy pocos los tenían.

En La Felguerina, Asturias.
Yendo al monte nos lo encontramos y jugó un rato con nosotros.
Un día de enero o febrero de uno de esos dos inviernos, bajo la influencia de un anticiclón en las Azores que siempre propicia un tiempo estable por estos pagos, soleado y con cielo despejado, aunque frío -más allá del poco tiempo en que el sol está más alto- llevé a Crispín al taller para cambiar aceite, filtros y correas. Como había quedado previamente con el responsable del mismo, sabía que el coche estaría en el taller prácticamente toda la mañana, casi medio día de fiesta.

Me levanté pronto y a eso de las 8 de la mañana llegaba a Portugalete, donde estaba el taller y también la autoescuela en la que trabajaba. Dejé el coche y me fui. Como tenía tiempo hasta mi primera clase de teórica (11 de la mañana), di un paseo, contemplé el monte Serantes (que recuerda al Teide a pequeña escala y sin nieve), la desembocadura de la ría del Nervión, El Abra, el puerto; todo, desde la altura del barrio de La Florida, en Portugalete, que permite una magnífica vista, y también los montes de La Arboleda y de Triano al sur. Entré en un bar, desayuné, leí el periódico hasta por el canto, llegué con tiempo de sobra a dar la clase y terminada ésta, paseando sin prisa, volví a por el coche.

Hospital de Cruces.
A pesar de esa luz y de la torre en ascenso
casi todo el mundo sale por su propio pie.
Llegué al taller una media hora antes de que cerrasen, conocía a los mecánicos y al jefe, saludé y pregunté si el coche estaba listo y uno de los mecánicos sin contestarme me dijo algo así como: “¡Vaya gato que tienes!” Puesto que mi agilidad mental deja bastante que desear, debí quedarme mirando para él con cara de tonto y sorprendido sin comprender el comentario, además, la expresión de su cara -sin dejar de ser cordial- me resultó... enigmática, de modo que un compañero suyo se sumó a él diciendo: “¡Vaya gato que traías...!” Cuando pasados unos instantes reaccioné, les dije: “Pero, no me digáis que no tenéis gatos hidráulicos... ¿Se han estropeado?, ¿tuvisteis que usar el del coche y se ha roto, se os ha caído encima... qué pasó?” No, no -replicó uno de los mecánicos mientras que el otro asentía con una irónica sonrisa-, el gato que tienes, el que tú has traído. No entendía nada. Pues el gato que trae el coche de fábrica, normal y corriente, a ver si a estas alturas os va a sorprender un gato, no entiendo... No, el gato del coche no, el que tú traías. ¿Un gato de verdad, el animal, con cuatro patas? Yo no tengo animales, bastante tengo conmigo; además, es imposible, vine derecho, no paré en ninguna parte no tuve la puerta abierta... En ese momento me puse a abrir la puerta a ver dónde estaba el gato y entonces me dijeron: No, en el motor; lo traías en el motor, casi nos mata del susto cuando abrimos el capó y salió como un tiro. En ese momento muy oportuno, como si entendiese lo que hablábamos asomó de un rincón del taller el gatín, era un cachorro negro precioso y se le veía bien. Aún así dudé un poco de si todo sería una broma y el gato ya estaba anteriormente; pero no tenía sentido, demasiado increíble para ser mentira.

Por fuera, sólo por fuera, salvo las llantas, color y muy poco más es igual al coche del que hablo.
Fuente: www.panoramadelmotor.com
Aclarado el misterio, seguimos hablando y les conté que el coche dormía en la calle y, que efectivamente, por donde solía aparcar había bastantes gatos. Especialmente en invierno, yo mismo veía a diario cómo algunos gatos se metían debajo del motor en cuanto estacionaba para aprovechar su calor, además, era de los últimos vecinos en llegar al barrio (rara vez antes de las 11 de la noche, cuando no más tarde). Es más, como llegaba tarde y vivía en un quinto piso sin ascensor siempre me demoraba un poco dentro del coche para no olvidar nada y evitar tener que bajar luego, me resultaba muy incómodo después de un largo día de trabajo, así que estando dentro del coche y a veces hasta sin haberlo aparcado del todo, ya tenía algún gato por encima del capó, en el techo, usando el parabrisas como un tobogán... Lo digo completamente en serio, aquellos gatos me tenían mucha confianza. Por si alguien no lo sabe, ni rayan la chapa ni se comen cables.

Pico Serantes. ¡Y con nieve! Por aquello de la contradicción.
La verdad es que puede ocurrir 2 ó 3 veces en cada invierno, y no todos.
Autor: Imanol, en forotiempo.com
En aquellos años vivía solo y el felino recibimiento me resultaba agradable, aunque era inevitable sentir lástima por la vida que aquellos animales estaban obligados a llevar. Pero es extraordinariamente curioso y sorprendente cómo el cachorro protagonista de esta historia se libró de ella, al menos hasta que fue adulto. Sin duda, aquel gatín estaría aterido de frío y se buscó un lugar mejor saltando hasta un rincón más caliente dentro del vano motor. Afortunadamente, se quedó en algún hueco donde al arrancar al día siguiente nada le podía hacer daño -sólo pensar que le hubiese enganchado alguna correa da pavor y revuelve el estómago-, claro que aún estando protegido, el ruido y las vibraciones que tuvo que sufrir tuvieron que ser terribles, de ahí que emplee esta palabra en el título, además los gatos tienen un oído extremadamente sensible. Entre Cruces y Portugalete hay unos 8 km más o menos, y aproximadamente la mitad los hacía por carretera convencional (N-634) y el resto por autopista (A-8). Desde luego, nunca antes ni hasta ahora supe de un suceso semejante.

El Abra
En la parte inferior derecha se recorta la silueta de un edificio grande sobre la mar del puerto,
ahí está el barrio de La Florida. La foto está hecha desde el sur, en La Arboleda o los montes de Triano.
Autor: Imanol, en forotiempo.com
Antes de salir del taller, hablamos de qué hacer con el gato y el personal del mismo y por unanimidad dijeron que no me preocupase, ellos le atenderían y si el gato quería podría quedarse a vivir allí, de hecho, aquella mañana y antes de llegar yo, ya le habían dado de comer y de beber. Y así ocurrió. Durante un tiempo vivió el gato entre coches y mecánicos, se hizo adulto, un día desapareció y nunca más le volvimos a ver. Ojalá le hubiese ido bien el resto de su vida, ¿o vidas? Bueno, en todas ellas.

Esteban