El pasado 18 de septiembre, ocurrió un suceso en Baracaldo (Vizcaya) que pudo verse en el telediario, también, sino en todos, en unos cuantos periódicos y en Internet. A continuación, pongo el enlace de vídeo que publicó el diario El Correo en su edición digital para ilustrar esta entrada en la que sostengo, que el mencionado suceso, contrariamente a lo que en un principio pueda parecer, es fácil que se vuelva a reproducir o se asemeje mucho a él, tal como indico en el título.
Efectivamente, la mayoría de las personas, conductoras o no, “expertas” o novatas, creen que un hecho semejante sólo puede darse si la persona que conduce el vehículo en cuestión lo hace afectada por una ingesta notable de alcohol y/o drogas, o, porque sufriese algún grave y repentino malestar, y, siempre, combinando cualquiera de estos factores -o todos ellos- con una velocidad claramente excesiva e inadecuada.
Pues bien, creo que es muy importante saber y tener en cuenta que, sin necesidad de que concurran ninguno de los factores mencionados, es perfectamente factible que se den accidentes semejantes al citado. Parece increíble, lo sé y lo entiendo, porque a mí me parecería igual de inverosímil que a usted sino fuera por el oficio al que me dedico, en el que he visto hacer cosas a alumnos que, si alguien me las hubiese comentado antes, le hubiese jurado que eran imposibles y, después de verlas, me confieso incapaz de repetirlas a posta. Vamos, como dicen en Galicia: “Eu non creo nas meigas, mais habelas, hainas”.
Para acabar dentro de la fuente, superando desniveles y pequeños muros, basta, por ejemplo, con que se tropiece con una rueda en un bordillo (en realidad, la rueda golpea violentamente con él), el coche haga un movimiento súbito y extraño (si es una rueda delantera la que choca también se moverá el volante algo y bruscamente), la persona que conduce sufra, también súbitamente, pánico y su pie derecho se hunda pisando el acelerador. De inmediato, el pánico se multiplica y la pérdida de control del vehículo es total e irrecuperable. Se queda totalmente a merced de las leyes de la física, el accidente absolutamente garantizado y sus consecuencias en una cuestión de puro azar.
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La glorieta del vídeo.
No hay límite específico de velocidad, ni hace falta.
Se pasa bien entre 15 - 25 km/h.
Todo lo dicho, puede darse aunque la persona que conduce lo haga a velocidad perfectamente adecuada, no supere ningún límite e incluso aunque vaya despacio. Conduzca, además, sobria, fresca, sana... No lleve un coche deportivo, el del vídeo no lo es, y además es viejo... Basta con un pequeño despiste que implique una ligera pérdida de trayectoria que, a su vez, lleve a una rueda contra un bordillo y que el pie derecho esté en el mismo plano que el pedal del acelerador, aunque no lo pise; lo hará a fondo en cuanto se asuste lo bastante.
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Todos los que nos dedicamos a enseñar a conducir hemos sido y somos testigos en múltiples ocasiones de cómo un alumno cuando, ante una determinada situación que le lleva a perder el control y a ser invadido por el pánico, pisa el acelerador literalmente a fondo durante unos cuantos segundos aunque el coche ya esté detenido porque hemos pisado el freno, generalmente también a fondo, en nuestro doble mando.
La distracción, puede venir de mil cosas: atender un instante más de la cuenta a una señal, a otro vehículo, a un peatón, cambiar la emisora de radio o el CD, echar un trago de agua; el gesto, que normalmente hacemos si oímos una llamada o mensaje en el teléfono -aún sin tocarlo-; recolocarnos en el asiento o algún espejo y un muy largo etcétera. Claro que tampoco es necesario hacer nada para ir distraídos, podemos dejar que la mente abandone la concentración y la tarea de conducir por alguna preocupación... O nos hemos ido a Babia y estamos tan a gusto, como reyes.
Este tipo de accidentes es bastante más habitual de lo que parece. En otras ocasiones, se manifiesta chocando contra automóviles estacionados, farolas, semáforos... invadiendo aceras -y a veces atropellando a peatones en ellas-, empotrando el coche en una fachada, cuando no en un escaparate y entrando con él en el comercio correspondiente, etcétera. La raíz que los causa es la misma, básicamente, que quien conduce no es suficientemente consciente de lo que lleva entre manos. Pocas personas, muy pocas, se hacen idea de la cantidad de energía que puede liberar un turismo, incluso, insisto, a muy baja velocidad.
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Txurdinaga, Bilbao. En 1986 pude ver a un R5 TL subirse entero a esta mediana y quedarse encima. Circulaba muy despacio, yo iba dando clase y le habíamos adelantado. |
Evitar estos accidentes, sin embargo, está al alcance de cualquiera. Basta hacer dos cosas: Primero mentalizarse, darse cuenta de qué puede pasar si se cometen ciertos pequeños errores a los que muchas veces no se les da ninguna importancia; evitar pensar que ciertas cosas sólo les pasan a los demás y autoconvencerse de que conducir exige una atención muy alta y permanente durante todo el tiempo que se conduce.
Segunda, siempre que no se esté pisando el pedal del acelerador colocar el pie derecho encima del pedal del freno, aunque sea un instante y al siguiente se tenga que volver a acelerar. Desarrollar este hábito, por sí solo, evita muchos accidentes porque, en el peor de los casos y aunque cunda el pánico, se frena. Esto, y más, me lo enseñó el profesor que en su día tuve en la autoescuela y lamento no recordar su nombre -tampoco me volví a encontrar con él- pero, como siempre le estuve agradecido y como nunca se sabe, por si acaso, que conste aquí mi gratitud.
Este profesor me repetía: “Siempre que no tengas que pisar el acelerador, pon el pie encima del pedal del freno porque, si no tienes que acelerar, quizá tengas que frenar y así ya estás preparado”.
Esteban