Dos entradas más atrás les decía que había tenido dos reventones que no añadía a la lista que allí mencionaba y creo que estarán de acuerdo conmigo, ahora verán porqué.
Los dos ocurrieron con coches de autoescuela y dando clase, ambos, poco tiempo después del primer reventón y mucho antes del segundo. El primero fue en una carretera de las afueras de Gijón (entre el Infanzón y La Providencia), en un tramo llano en curva a la izquierda y con visibilidad. Nos encontramos con un montón de ladrillos que ocupaban una pequeña parte del lado derecho de la calzada, iríamos a unos 50 km/h, la alumna tardó en girar y yo en corregirla, de modo que íbamos hacia el montón de ladrillos; frené, giré a la izquierda e inmediatamente después a la derecha, otra vez a la izquierda (poco) y logré seguir ya estable en el carril de nuestro sentido evitando invadir el contrario, por el que venía un coche.
Libramos el montón de ladrillos y el otro carril pero no un ladrillo suelto que estaba más cerca del centro de la calzada, la rueda delantera derecha pasó por encima del mismo y reventó. Cuando le di la novedad a mi jefe me dijo, y nunca lo olvidé, que él, procuraba (siempre que pudiese) no pisar ni un papel de periódico “no sé lo que puede tapar”. Tenía mucha razón pero también dio por buena y válida mi explicación.
El segundo caso, sucedió poco después. Conducía el coche un hombre que bien podía ser mi padre, alto, grande, muy fuerte y excelente persona, pero tenía auténtico pánico a conducir.
Sensación de libertad por tierra y aire, en dos y en tres dimensiones. Un coche como este, de color rojo, fue el protagonista de los dos sucesos. Fuente: rafelin71.wordpress.com |
Bajábamos del Infanzón a Somió, también al lado de Gijón y era de noche; el tramo en el que estábamos en ese momento era recto y terminaba en una curva a la izquierda que ya estaba muy próxima, la carretera era muy mala, estrecha, sin arcenes, abombada, con muchas irregularidades, sin marcas viales y con alguna que otra bombilla colgada de un poste por toda iluminación; como en el caso anterior estaba seco y la velocidad aproximada era de unos 60 km/h. De la curva salió en sentido contrario un coche un poco abierto, nos cruzábamos, pero mi alumno se veía chocando de frente con él y giró bruscamente a la derecha. Tenía las dos manos en el volante, los brazos completamente estirados, la espalda hacia atrás y la cabeza hacia adelante y gritando; intenté parar el giro del volante con la mano izquierda, le pedí que lo soltase, pero le resultaba imposible y yo no podía moverlo.
Creo que tengo un instinto de supervivencia muy fuerte, me vi subiendo campo a través por el monte y dando un sinfín de vueltas de campana, acabando ambos muertos o con secuelas terribles para siempre. ¡No quería eso! Así que le di un golpe con toda mi alma a mi alumno por debajo de sus costillas con mi codo izquierdo. Y funcionó, soltó las manos agarré el volante y logré que sólo la rueda delantera derecha entrase en la cuneta, ¡Y sacarla! Reventada y con la llanta doblada, pero sin ningún daño más.
Pude recuperar el control, detuve el coche en un pequeño apartadero enseguida, perdí perdón a mi alumno, le pregunté cómo estaba... Bien, muy bien, me dijo. En cuanto a mi ruego de perdón, respondió que nada de perdonar, que era al revés y que me agradecía mucho que le hubiese dado el codazo “si no matámonos por ahí, oh. Ficisti muy bien”. Cuando aquella noche nos despedimos, medio en broma, medio en serio, le dije que tuviese en cuenta lo dicho para el día siguiente, no fuese que cambiara de opinión y le dieran ganas de devolverme el golpe, porque como lo hiciera me mataba.
Esta historia tuvo un final feliz más allá del que conté, no sólo porque mi alumno no cambió de opinión al día siguiente, sino porque a partir de aquel día comenzó a progresar en su aprendizaje de un modo muy notable y el miedo desapareció. Dio las siguientes clases con gusto y sin sufrimiento, angustia ni ansiedad, sudaba más o menos igual que antes (que era mucho, eso que estábamos en invierno) pero no por el pánico sino por el trabajo, esfuerzo y empeño que ponía en aprender. Logró su permiso de conducir sin más dificultades, compró un coche y hasta que nos perdimos la pista unos años más tarde, condujo bien y sin problemas. Sin pretenderlo, aquel incidente resultó una buena terapia para la amaxofobia y para conducir sin miedo. Espero que ustedes no la necesiten nunca.
Tensores de toldos de camiones, también pasé por encima. Fuente: seysu.es |
Afirmaba en la entrada anterior que los neumáticos actuales son mucho mejores que los de aquellos años (los incidentes aquí relatados sucedieron en 1977), desde entonces, y especialmente en los exámenes, he pasado por todo tipo de baches, pequeñas tapas de alcantarillas abiertas, piedras, calzos de camiones, herramientas, tensores de cintas de sujeción de toldos de camiones... He subido y bajado bordillos de aceras de todo tipo, he sentido tropezar las ruedas contra ellos... Todo ello en un abanico de velocidades que va desde poco más de cero a cien kilómetros por hora, y en todos estos casos puedo dar fe de que nunca tuve ni un pinchazo. Sin embargo, eviten confiarse, por favor, nunca se sabe. Recuerden el caso de la entrada anterior en el que un pequeño trozo de hormigón que no sería mayor que un puño, a una velocidad bajísima, hizo reventar una rueda del Visa. Pero hay una cosa que sí se sabe: Con cualquiera de los percances que menciono en este párrafo, con uno solo, la estructura del neumático queda dañada. Luego es necesario tenerlo en mente siempre y adaptar la forma de conducir a esa circunstancia. Yo siempre guardo memoria de cuantos percances sufren las ruedas, cada una de ellas. Así que siempre me hace mucha más ilusión estrenar ruedas que zapatos.
El estado de los neumáticos afecta muchísimo al comportamiento del vehículo, pudiendo ser fácilmente la causa última que provoque un accidente. A mí me ayudó mucho a tomar conciencia de esto pensar en ruedas y coches comparándolo con zapatos y cuerpo humano. ¿Iríamos al monte con zapatos? No. ¿Podemos correr con tacones? Tampoco. Y sólo son dos ejemplos.
Las prestaciones de los neumáticos se van perdiendo gradualmente y es difícil darse cuenta. Sin embargo, a medida que vamos practicando y lo hacemos de un modo consciente y atentos no tardaremos mucho en ir desarrollando la sensibilidad suficiente para percibir los avisos que nos van dando los neumáticos sobre su degradación, bastante antes de acercarnos al famoso 1'6 mm.
Bien sea como consecuencia del desarrollo de esa sensibilidad, bien por la observación directa que, cuando menos, permite apreciar claramente cómo se va alejando un neumático del ideal al que responde siendo nuevo, lo más importante es tener en cuenta que no le podemos exigir lo mismo que cuando lo montamos, y adaptar nuestra conducción a esta realidad. ¡Esto es lo más importante! Y esto es lo que casi nadie tiene en cuenta nunca.
Fuente: Internet. Encontré esta foto buscando imágenes de "adaptación", la recorté, perdí la dirección -siempre me gusta citarla, qué menos- y no la he vuelto a encontrar. Lo siento. |
Con unas ruedas que tengan unos 30.000 km encima y una vida útil de 20.000 km más (este es un ejemplo muy relativo, pero sirve), habrá que ser más prudentes con las distancias de seguridad, los apoyos en curvas, las velocidades de paso por ellas, las calzadas mojadas, las pendientes, el paso por charcos y balsas de agua... y especialmente conscientes de que ante una situación crítica, su nivel de respuesta será menor y proporcional al aumento de nuestra exigencia. Así pues, es necesario aumentar nuestra capacidad de prevención y de anticipación. Y vuelvo a la mínima escala: ¿Podemos andar sobre el pavimento de nuestro portal recién pasada la fregona sin caernos? Sí, si ponemos el cuidado suficiente, ¿verdad? Pues lo mismo.
Esteban