Dudo que pueda responder a mi propia pregunta -suele ser lo más difícil-, pero lo voy a intentar. En un supuesto ideal me gustaría trasladársela personal y cordialmente a cada uno de los autores de las respuestas que hemos visto en la entrada anterior a lo largo de una distendida y prolongada charla en una agradable noche de verano, sentados en una terraza tranquila y disfrutando de un vino blanco fresco y afrutado, por ejemplo. Además, me apostaría algo bueno a que en esas condiciones sus respuestas serían bien diferentes de las que hemos podido leer ¿No creen?
Puesto que el caso descrito, u otro similar, es altamente improbable que pueda darse, por no decir que será imposible, haré acopio de mi modesto conocimiento, observación, intuición y lógica en busca de respuesta.
Fuente: Internet, pero siento no recordar el sitio. |
En general, y respecto a una gran variedad de cuestiones estamos sometidos a unas líneas de pensamiento ante las que casi nadie se rebela, al menos públicamente. Todos somos y hemos sido testigos muchas veces de cómo difiere la opinión de parientes y amigos dependiendo de que la expresen dentro o fuera de su ámbito privado ante determinados temas.
Estas corrientes de opinión, en los últimos años -al menos en España- se las denomina “pensamiento único” o “lo políticamente correcto”. En realidad, son tan antiguas como la organización social de los seres humanos, pues a la minoría que detenta el poder siempre le ha interesado controlar el pensamiento, creencias y capacidad de crítica de la mayoría para mantener su estatus, tanto económico y de dominio como psicológico. Durante siglos, lo han logrado mediante el empleo de la violencia, pero desde comienzos del siglo XX la prensa (el cuarto poder) junto con la radio, toman el relevo a la fuerza y el uso de ésta queda muy relegado (¡gracias a Dios! Algo es algo). Mediado el pasado siglo este nuevo poder goza de un aliado inestimable: la televisión (permítanme hacer aquí un inciso muy personal: no tengo televisión y les puedo asegurar que no sólo se puede vivir sin ella, sino que se vive mejor). Estos tres medios de comunicación, directa o indirectamente, son controlados por los gobiernos y son extremadamente eficaces en el control de los gobernados. “Lo que se debe pensar y creer” circula en doble sentido entre poder y medios, y a veces, interviene un tercer actor: grupos sociales de presión, los “lobbys”, que dicen por Estados Unidos.
El pensamiento imperante nos afecta en múltiples facetas de nuestra vida diaria y el fenómeno del tráfico no es una excepción. En él, el avance que supone a individuo y sociedad desplazar cosas y personas a la máxima velocidad posible siempre ha sido mal visto por una buena parte de los miembros de esta última, a pesar de que todos, directa o indirectamente nos beneficiemos de ella. Francamente, algunas personas parece que hubiesen preferido ser árboles o piedras, tal es su deseo de que nada ni nadie se mueva.
Desde que el mundo empezó a utilizar ferrocarril y automóvil dejando a un lado diligencia y caballo, la velocidad nos ha sido presentada como causa terrible, y prácticamente única, de todos los males que pueden acaecernos por el mal uso que hagamos de las citadas máquinas. La tendencia a imponer esta idea es prácticamente universal, pero en España, en particular, en los años noventa y primeros de este siglo se hicieron intensas campañas por parte del Gobierno con un incondicional apoyo de los medios de comunicación generalistas haciéndonos ver la velocidad como una auténtica puerta abierta de par en par a todos los tormentos del infierno.
Entre 2004 y 2011, con Pere Navarro al frente de la DGT, el Gobierno logra poner la guinda al pastel al emprender una política represiva sin precedentes contra los excesos de velocidad. Pere Navarro, utilizando el miedo, va más allá, logra el plus ultra que nunca antes ningún predecesor suyo había conseguido: instalar en el subconsciente de muchas personas la conveniencia de respetar los límites de velocidad. Porque una cosa es pasar por el aro para evitar un mal individual mayor (sanción económica, pérdida de puntos, del permiso de conducir, confiscación del vehículo e incluso prisión) y otra, bien distinta, pasar convencido de que se debe hacer. Éste es el “logro” de Pere Navarro con la ayuda de poderosos medios de comunicación que controlaba su partido y de minoritarias -aunque sorprendentemente numerosas y activas- asociaciones de víctimas de accidentes de tráfico que actuaron (y actúan) como auténticos grupos de presión. Y sin que asociaciones de autoescuelas, de funcionarios examinadores de la DGT, ni clubs de automovilistas se atreviesen siquiera a ejercer de oposición.
La mencionada política, sin embargo, tiene un efecto perverso y contraproducente (perfectamente previsible, por otra parte) que, salvo manipulando estadísticas, obviando la crisis y los siniestros en vías urbanas (en claro ascenso), hace que aumente el número de accidentes, pues muchas personas creen a buena fe que con utilizar el cinturón (o el casco), respetar los límites de velocidad y evitar las drogas al conducir, ningún mal pueden sufrir o causar. Esta especie de trinidad de la seguridad, por supuesto, ¡es falsa! Por insuficiente. Y tiene como víctima propiciatoria a quien en ella cree. Cuidado, por favor. ¡Mucho cuidado! Esta política, viene a ser, una reducción ineficaz, simplista y engañosa de represión de conductas que solemos expresar coloquialmente con el “van como locos”, “conduce como un loco”... Hombre, si me cruzo en la carretera con alguien que conduzca como un loco, quizá me mate; pero si cerca de mí alguien, “a lo loco”, corta el pan con un cuchillo, quizá también. Desde luego, evitaría estar cerca de uno y de otro.
Es mucho más probable que me haga daño (y mucho) si alguien me sale de ese cambio de rasante a 80 km/h fuera de su carril... Fuente: castillacustom.mforos.com |
Conduciendo con esa trinidad como seguro, en principio uno aleja el miedo de sí, pero más pronto que tarde llevará un susto, se repetirá, y sin esfuerzo siquiera, se dará cuenta de que con eso no basta para conducir seguro. Entonces aparecerá el miedo a conducir, la amaxofobia... se puede enquistar el temor. También eliminarlo, desde luego, pero costará un esfuerzo extra y entre tanto se conducirá asumiendo demasiados riesgos. Es como si alguno de mis colegas, o yo mismo, engañase a un alumno. Cuando conduzca solo, en algún momento se dará cuenta y puede corregir, sí; pero también podría ser demasiado tarde. Engañar respecto a una tarea que implica riesgo en sí misma es un acto homicida.
Las respuestas de los expertos a los que la DYA traslada su pregunta y de las que me hago eco en la entrada anterior creo que son motivadas por cuanto digo aquí. Que mienten es obvio. ¿Por qué? Imagino que por no salirse del marco del pensamiento impuesto. Qué dirán de uno si dice lo mismo que cuando está en privado y entre amigos. Mienten, supongo, porque presuponen lo que su interlocutor quiere oír y se lo ponen en bandeja. Mienten, quizá, porque también son víctimas de la tiranía del mediocre en la que vivimos.
Pero ninguna de las respuestas que se me ocurren justifican sus declaraciones; son públicas, son expertos (y no lo dudo) pero sus palabras podrían ser semilla de errores en alguna mente. Pueden hacer daño. Cuando menos, es irresponsable.
Que si alguien me adelanta aquí a más de 200 km/h Fuente: www.taringa.net/posts/autos-motos |
Observo, ya desde hace unos cuantos años acá y no solo en materia de tráfico, que existe una intolerable tendencia a verter afirmaciones como si fuesen dogmas de fe y cuya falsedad se percibe con claridad meridiana con un mínimo análisis. Con regular frecuencia pueden verse en los medios claros ejemplos, uno de los últimos que he visto recientemente consistía en afirmar que la normativa que regula el permiso por puntos evita 50 muertes cada mes (¡increíble!), en otro medio que el 50 % (ídem). Y no es lo mismo. Además, ¿dónde está la relación causa efecto? Escribir normas en el BOE, en sí mismo, no reduce el número de accidentes. Hay países en los que, desgraciadamente, existe la pena de muerte y no por ello desciende el número de crímenes.
Debo decir, respecto a la pregunta que plantea la DYA de “¿Qué pasa por circular a 260 km/h? Que, en principio y en general, obviando los límites de velocidad, no me parece en absoluto razonable, pero entiendo que puede haber excepciones, que en algún caso y en circunstancias muy favorables según con qué vehículo, quién lo maneje y durante cuánto tiempo lo haga, es factible y seguro, sin ninguna duda. Luego, ¿por qué no? Con todo, está al alcance de muy pocas personas, tanto por la capacidad económica como por el nivel de conducción que exige.
Conducir, no ya a 260 km/h sino entorno a los 200, requiere de una altísima concentración y produce una notable fatiga mental y física. Conducir rápido cansa, por eso, fundamentalmente, aunque apetezca y se pueda, uno disminuye presión en el pedal del acelerador, prácticamente sin querer, y baja su velocidad. Esto casi nunca se dice. Por otra parte, otro dato muy significativo, es que los pilotos que compiten en carreras de coches aún siendo jóvenes, sanos y fuertes ven cómo se aceleran las pulsaciones de su corazón hasta los 200 latidos por minuto y bastantes más, en muchas ocasiones. No deja de ser muy curioso, que siempre que los medios de comunicación airean a bombo y platillo que una persona ha sido detenida por conducir por encima de los 200 Km/h, ésta, nunca (que yo sepa y recuerde) ha estado implicada en accidente alguno por ello. También es muy curioso que nunca se mencione el hecho de que son muchas más las personas que conducen con serio y objetivo riesgo sin pasar de 100 km/h que las que doblan esta velocidad. Además, ¿por qué, autoridades y medios, olvidan siempre que al lado del acelerador está el pedal del freno? ¿Tan incapaces nos creen? ¡Qué más quisieran!