Corría el año 1989 ó 1990, no lo recuerdo con precisión, pero sí que era invierno, que vivía en el barrio baracaldés de Cruces en línea con el famoso y enorme hospital y entre la casa que entonces habitaba y él se interponía una iglesia -estaba bien protegido, menos mal, porque aún así, en aquel tiempo mi vida se vio sacudida por terribles acontecimientos-; trabajaba entonces con un Golf blanco GTD del 88, dos puertas, última versión de la segunda generación -ya no tenía las ventanillas delanteras partidas formando un triángulo y un rectángulo-, techo corredizo (no “solar”) de chapa y con apertura a manivela. No era el primer coche que había conducido con dirección asistida pero sí el primero que tuve con esa ayuda y el segundo con cinco velocidades. En general y en aquel tiempo, una delicia de coche que había bautizado como “Crispín”. Ah, también fue el primer coche que tuve que llevaba de serie cinturones de seguridad en los asientos traseros, cuando aún no era obligatorio utilizarlos y muy pocos los tenían.
En La Felguerina, Asturias. Yendo al monte nos lo encontramos y jugó un rato con nosotros. |
Un día de enero o febrero de uno de esos dos inviernos, bajo la influencia de un anticiclón en las Azores que siempre propicia un tiempo estable por estos pagos, soleado y con cielo despejado, aunque frío -más allá del poco tiempo en que el sol está más alto- llevé a Crispín al taller para cambiar aceite, filtros y correas. Como había quedado previamente con el responsable del mismo, sabía que el coche estaría en el taller prácticamente toda la mañana, casi medio día de fiesta.
Me levanté pronto y a eso de las 8 de la mañana llegaba a Portugalete, donde estaba el taller y también la autoescuela en la que trabajaba. Dejé el coche y me fui. Como tenía tiempo hasta mi primera clase de teórica (11 de la mañana), di un paseo, contemplé el monte Serantes (que recuerda al Teide a pequeña escala y sin nieve), la desembocadura de la ría del Nervión, El Abra, el puerto; todo, desde la altura del barrio de La Florida, en Portugalete, que permite una magnífica vista, y también los montes de La Arboleda y de Triano al sur. Entré en un bar, desayuné, leí el periódico hasta por el canto, llegué con tiempo de sobra a dar la clase y terminada ésta, paseando sin prisa, volví a por el coche.
Hospital de Cruces. A pesar de esa luz y de la torre en ascenso casi todo el mundo sale por su propio pie. |
Llegué al taller una media hora antes de que cerrasen, conocía a los mecánicos y al jefe, saludé y pregunté si el coche estaba listo y uno de los mecánicos sin contestarme me dijo algo así como: “¡Vaya gato que tienes!” Puesto que mi agilidad mental deja bastante que desear, debí quedarme mirando para él con cara de tonto y sorprendido sin comprender el comentario, además, la expresión de su cara -sin dejar de ser cordial- me resultó... enigmática, de modo que un compañero suyo se sumó a él diciendo: “¡Vaya gato que traías...!” Cuando pasados unos instantes reaccioné, les dije: “Pero, no me digáis que no tenéis gatos hidráulicos... ¿Se han estropeado?, ¿tuvisteis que usar el del coche y se ha roto, se os ha caído encima... qué pasó?” No, no -replicó uno de los mecánicos mientras que el otro asentía con una irónica sonrisa-, el gato que tienes, el que tú has traído. No entendía nada. Pues el gato que trae el coche de fábrica, normal y corriente, a ver si a estas alturas os va a sorprender un gato, no entiendo... No, el gato del coche no, el que tú traías. ¿Un gato de verdad, el animal, con cuatro patas? Yo no tengo animales, bastante tengo conmigo; además, es imposible, vine derecho, no paré en ninguna parte no tuve la puerta abierta... En ese momento me puse a abrir la puerta a ver dónde estaba el gato y entonces me dijeron: No, en el motor; lo traías en el motor, casi nos mata del susto cuando abrimos el capó y salió como un tiro. En ese momento muy oportuno, como si entendiese lo que hablábamos asomó de un rincón del taller el gatín, era un cachorro negro precioso y se le veía bien. Aún así dudé un poco de si todo sería una broma y el gato ya estaba anteriormente; pero no tenía sentido, demasiado increíble para ser mentira.
Por fuera, sólo por fuera, salvo las llantas, color y muy poco más es igual al coche del que hablo. Fuente: www.panoramadelmotor.com |
Aclarado el misterio, seguimos hablando y les conté que el coche dormía en la calle y, que efectivamente, por donde solía aparcar había bastantes gatos. Especialmente en invierno, yo mismo veía a diario cómo algunos gatos se metían debajo del motor en cuanto estacionaba para aprovechar su calor, además, era de los últimos vecinos en llegar al barrio (rara vez antes de las 11 de la noche, cuando no más tarde). Es más, como llegaba tarde y vivía en un quinto piso sin ascensor siempre me demoraba un poco dentro del coche para no olvidar nada y evitar tener que bajar luego, me resultaba muy incómodo después de un largo día de trabajo, así que estando dentro del coche y a veces hasta sin haberlo aparcado del todo, ya tenía algún gato por encima del capó, en el techo, usando el parabrisas como un tobogán... Lo digo completamente en serio, aquellos gatos me tenían mucha confianza. Por si alguien no lo sabe, ni rayan la chapa ni se comen cables.
Pico Serantes. ¡Y con nieve! Por aquello de la contradicción. La verdad es que puede ocurrir 2 ó 3 veces en cada invierno, y no todos. Autor: Imanol, en forotiempo.com |
En aquellos años vivía solo y el felino recibimiento me resultaba agradable, aunque era inevitable sentir lástima por la vida que aquellos animales estaban obligados a llevar. Pero es extraordinariamente curioso y sorprendente cómo el cachorro protagonista de esta historia se libró de ella, al menos hasta que fue adulto. Sin duda, aquel gatín estaría aterido de frío y se buscó un lugar mejor saltando hasta un rincón más caliente dentro del vano motor. Afortunadamente, se quedó en algún hueco donde al arrancar al día siguiente nada le podía hacer daño -sólo pensar que le hubiese enganchado alguna correa da pavor y revuelve el estómago-, claro que aún estando protegido, el ruido y las vibraciones que tuvo que sufrir tuvieron que ser terribles, de ahí que emplee esta palabra en el título, además los gatos tienen un oído extremadamente sensible. Entre Cruces y Portugalete hay unos 8 km más o menos, y aproximadamente la mitad los hacía por carretera convencional (N-634) y el resto por autopista (A-8). Desde luego, nunca antes ni hasta ahora supe de un suceso semejante.
Antes de salir del taller, hablamos de qué hacer con el gato y el personal del mismo y por unanimidad dijeron que no me preocupase, ellos le atenderían y si el gato quería podría quedarse a vivir allí, de hecho, aquella mañana y antes de llegar yo, ya le habían dado de comer y de beber. Y así ocurrió. Durante un tiempo vivió el gato entre coches y mecánicos, se hizo adulto, un día desapareció y nunca más le volvimos a ver. Ojalá le hubiese ido bien el resto de su vida, ¿o vidas? Bueno, en todas ellas.
Esteban
Que bonito Esteban. Decir a la gente que antes de arrancar golpeen la chapa del coche y toquen el claxon por si hay algun gato refugiado en el motor. Si no lo hacen por el gato, que lo hagan por no jorobar el coche. Pobres gatitos callejeros.
ResponderEliminar¡Muchas gracias por tu visita y tu comentario, Ana! Por cierto, tu consejo me da que pensar acerca de que debo ser más tonto de lo que creía, ¿cómo no se me ha ocurrido nunca tomar esa precaución después de lo vivido? Debí dar muy por supuesto que era algo muy excepcional, una posibilidad entre millones; la verdad es que nunca oí ni leí nada parecido, ni antes ni después de suceder lo que cuento, pero lo cierto es que no cuesta nada hacer lo que dices y lo tendré muy en cuenta a partir de ahora. Además, es muy difícil que se repita esa suerte. ¡Gracias de nuevo!
EliminarUn saludo.
Qué suerte tuvo el gatito! Aquí en casa ha gustado mucho la historia. Vigilaremos con los gatos! Saludos!
ResponderEliminarMe alegro que os haya gustado. Gràcies!
Eliminar¡Saludos!
Hay veces que estos animalitos o sus hermanos los perros no tienen tanta suerte, sin nombrar cientos de otras especies que les ocurre lo mismo, siempre en carreteras dónde la velocidad misma no te permite dar un frenado para poder evitar ese mal acontecimiento. Dan pena y mucha ver un animal sufriendo en la carretera o ya muerto.
ResponderEliminarUn beso Esteban, feliz fin de semana.
Efectivamente, EvaBSanZ, da mucha pena. Me ha coincidido muy pocas veces, afortunadamente, ver animales gravemente heridos vagando por la carretera o alrededores y se te queda grabado. No se olvida. Y lo peor es la absoluta impotencia que te crea, no puedes hacer nada por paliar su dolor. Es tremendo; aunque, desde que andamos con móviles se puede llamar al 112 (lo hice siempre que me ha coincidido) pero, no se sabe qué ocurre luego, igual ni encuentran al animal... En fin.
EliminarIgualmente, gracias. Un beso.
Ay Esteban: Me has tocado la parte más sensible: Los animales. Me comí la historia atragantada pensando que le podía pasar al pobre gato, pero cuendo llegué al final, respire y me liberé de la angustia. Pobrecito, no sabemos lo que le ha podido pasar al pobre para no volver más al taller de coches.
ResponderEliminarUn abraciño y gracias por compartir un episodioo gatuno con final no tragico, pero no muy grato.
Rosa María Milleiro
http://poemas-rosamariamilleiro.blogspot.com.es/
Tienes razón, no sabemos qué le pasó. Pero puedo dar fe de que estuvo viviendo unos años (3, 4... quizá alguno más) en el taller y le cuidaban. También me gusta de la historia, el contraste que ofrece con la típica idea de asociar un mecánico con un tipo rudo y de escasa sensibilidad, y en aquel taller toda la plantilla estaba formada por hombres.
EliminarEn ese barrio de Portugalete había y hay un grupo de personas que cuidan de los gatos que están solos por la calle. Quiero pensar que tuvo suerte, de hecho, es bastante probable.
De nada. Un abraciño.
Qué historia, Esteban.
ResponderEliminarPrefiero pensar que alguien lo acogió y me reconforta.
Un abrazo muy grande.
Yo también Towanda, y hay bastantes razones objetivas para pensar que haya sido así, por lo que le dije a Rosa María.
EliminarUn abrazo y ánimo.
Los gatos son alucinantes.
ResponderEliminarSí que lo son, ciertamente.
EliminarGracias. Un saludo.
Esteban, sin entrar en detalles de la historia, decirte que da gusto leerte, que iba buscando información de la autoescuela " teide" y mira el navegador a dónde me llevó... No he podido evitar leerte hasta el final. Imagino que escribes habitualmente, de no ser así por favor hazlo. A todo esto añadir que me encantan los gatos; convivo con tres recogidos de la calle.
ResponderEliminarHola Gema:
EliminarPerdón por el retraso, me dieron mucha guerra los vídeos de la última entrada. Y muchísimas gracias por tus palabras, que creo totalmente sinceras -aunque no tenga el gusto de conocerte- por dos razones fundamentales: 1) No me gusta pensar mal. 2) No veo motivo para que no digas lo que verdaderamente piensas.
Tienes razón, Internet no deja de sorprender (y aún hay quien dice que está todo inventado). ¿Quién iba a decir que nos encontraríamos en la montaña más alta de España y sin haber ido nunca a Canarias -todavía- al menos yo?
A mí también me gustan los gatos, recogí dos en la calle, ambos cachorros; uno siendo niño (se quedó una amiga de mi madre con él) y el otro ya siendo adulto, un día de invierno que volvía a casa del trabajo de noche, tarde, lloviendo, con frío... Y allí estaba, me lo encontré al bajar del coche como implorando ayuda, partía el corazón. Lo tuvimos unos días, básicamente, sólo estamos en casa para pernoctar (como se decía en la mili), y al final se quedó una amiga de mi mujer con él. Bueno, y sin querer, el de la historia que llamó tu atención. No hay dos sin tres. Pero que horrible tuvo que ser su viaje en el vano motor, y qué suerte, a Dios gracias, de que no le pasara nada y que mejorase su vida tan notablemente.
En fin, Gema, me ha hecho mucha ilusión tu comentario, tu aliento (te lo agradezco enormemente) y, ahora ya sabes, si en algo te puede ser útil mi labor: sírvete de ella. Muchas gracias.
¡Saludos muy cordiales!