viernes, 13 de junio de 2014

ASÍ APRENDÍ A CONDUCIR (4)

PRIMERA ETAPA, DE 0 A 12 AÑOS (3)
BICI Y ACCIDENTE

Esta va por ti, Carlos Cummins. Congratulations!

Antes de irnos a vivir a Gijón y todavía en mi primer lustro de vida, además de utilizar los simuladores de los que hablé en el capítulo anterior, empecé a conducir (una vez más sin darme cuenta) un triciclo del que tengo vaga memoria; recuerdo que tenía un pequeño cajón de madera detrás del sillín donde alguna vez llevaba la merienda en alguno de los pocos recorridos que hice con él. Mi madre no me dejaba utilizarlo en casa, ni me apetecía, había muy poco espacio para correr, y a la calle no me dejaba salir mucho, a parte de casi siempre llovía. 

Otros tiempos pero eterna actitud.
Fuente: Internet. Siento haber perdido el enlace, pero está muy claro,
esta foto es de Volkswagen.
Del triciclo pasé a una Vespa, bueno, era una pequeña bicicleta carrozada en aluminio como si fuese esa popular moto, tenía la ventaja de que gracias a esa especie de disfraz las pequeñas ruedas traseras adosadas apenas se veían. La “Vespa” me la trajo mi madre de Madrid a donde fue acompañando a una amiga a la que allí operó un neurocirujano de la cabeza, y quedó bien, gracias a Dios. No me llevaron en ese viaje, pero aprendí algo de él que no olvidé nunca.

Imagínense, en la segunda mitad de los años cincuenta, ir en coche desde un pequeño valle minero de Asturias a Madrid, casi una odisea. Para pasar a tierras de León fueron por el puerto de Tarna, aún hoy, esa zona y otras muchas de Asturias es territorio vaquero, literalmente, porque las vacas que tanto me gustan y a las que tanto tengo que agradecer, campan a sus anchas por prados y calzada. Cuando pasaban el puerto, mi madre llevaba su ventanilla bajada y en uno de los momentos en los que el conductor se detuvo esperando a que se apartasen las vacas, una de ellas, se acercó a la ventanilla del lado en el que iba mi madre, metió parte de su cabeza por ella, sacó la lengua y le lamió la cara. 

Yo apostaría a que fue un gesto de cariño, un beso de despedida, pero es el día de hoy que a mi madre se le retuerce el cuerpo al acordarse mientras los demás nos reímos a carcajadas. Desde entonces mi madre no abre la ventanilla de un coche ni aunque se asfixie, a lo sumo un par de dedos; tampoco yo soy amigo de llevar ventanillas abiertas, y nunca cuando hay animales sueltos en la calzada o muy próximos. Hay cosas que con la intención basta, si alguna vaca quiere demostrarme su cariño, se lo agradezco mucho y correspondo al mismo, pero con un gesto es suficiente. Ese tipo de amores es mejor que sean platónicos, ¿no creen?

Enseguida es tiempo de vacaciones,
si viajan por el Cantábrico, fuera de las rutas principales,
es fácil encontrase con una imagen similar. Cuidado.
Fuente: www.lesescuelesdecollia.com
Aún vivíamos en El Entrego, cuando mis padres me llevaron a una boda a la que fueron invitados y que se celebraba en Gijón, cerca del velódromo de Las Mestas que, junto con el de Anoeta, en San Sebastián, fue muy famoso durante muchos años; en él viví el mayor hito de mi historia deportiva: gané una carrera ciclista, pueden ver aquí (debajo de la foto de las sandalias) esa pequeña historia llena de cal y arena.

Acabada la celebración, un día frío en el que llovió sin parar (como casi siempre), nos metimos en el 4/4 para volver a casa; la calle en la que estaba el coche no tenía salida y al final de su corto recorrido había un poste en medio de la calzada alrededor del cual mi padre dio media vuelta, pero patinó ya casi al final de la maniobra y el coche deslizó de medio lado hasta tropezar la rueda trasera derecha con el bordillo -bastante alto- de la acera, donde se quedó quieto. Naturalmente no había cinturones y yo iba atrás, suelto, seguramente enfadado -porque no me dejaban ir delante- y de rodillas en el asiento mirando por la pequeña ventana posterior como gesto para ignorar a mis padres, así solía ir. El caso es que caí dentro del coche y me hice una pequeña herida en una rodilla; unos señores que vivían muy cerca salieron a prestar ayuda e insistieron para que pasásemos a su casa donde la mujer me curó la herida y nos preparó café. Nunca olvidé ese gesto, fue muy generoso y, aunque pueda parecer innecesario -el accidente no tuvo transcendencia, a Dios gracias-, entrar en aquella casa fue como encontrar un oasis después de la súbita violencia desatada instantes antes, que disipó también el enfado de mi padre. ¿Cuántas veces reprimimos pequeños gestos porque consideramos que no sirven para nada? Es un error que procuro evitar, y me tomo la libertad de invitarles a que piensen en ello, a veces podemos hacer mucho bien con un mínimo esfuerzo.

En Asturias no hay reses bravas, pero algunas lo parecen.
Cuidado también con esto.
Fuente: m.forocoches.com
Fue también en ese tiempo cuando por primera vez, que yo recuerde, hizo su aparición en mi vida el concepto, la idea... el misterio de la muerte. Mi padre tenía un chófer con el que compartía la conducción del camión, Antonio. Era un hombre joven, moreno, alto, delgado y con bigote al que le tenía, quizá un interesado cariño porque con frecuencia me daba una vuelta en el camión. Siempre que estaba en casa de Güeli andaba muy pendiente de que parase por allí a ver si podía darme una de esas vueltas, cortas, pero que tanto me gustaban, y fue estando en aquella casa y modestísima fonda de Xixún cuando un día oí a otros chóferes que Antonio se había quedado dormido y se había matado, que cayó por un pequeño barranco, chocó contra un árbol y quedó aprisionado entre el volante y el respaldo del asiento, también les oí decir -como otras veces- que había que saltar del camión, y otros contestaban que si te quedas dormido cómo vas a saltar... No me atreví a preguntar nada y seguí esperando a que llegase Antonio en cualquier momento, pero los días pasaban y no aparecían ni él ni el camión, así que un día pregunté a mi madre:

-matóse fiu-
-bueno, ¿pero cuándo vuelve?-
-nunca, matóse; probín con lo buenu que era, y tan joven... Pasói algo con el camión y murió-  

Yo no entendía a mi madre, qué más da que se muera, cuando se le pase la muerte volverá, de modo que seguí esperando, volví a preguntar en alguna que otra ocasión repitiéndose de nuevo el diálogo anterior, pero eso de la muerte... ya se me quedó rondando por la cabeza, y sigue.

Continuaron pasando los días y yo empecé a intentar averiguar qué era eso de la muerte, descubrí que por la radio cantaban algunos hombres que mi madre y mis tías lamentaban que estuviesen muertos, más confusión: ¿cómo iban a estar muertos si yo mismo les oía cantar por la radio? También pensaba, que si era verdad lo que decían mi madre y mis tías, si unos muertos pueden cantar... otros podrán conducir; luego Antonio vendría en cuanto se le pasase la muerte; al mismo tiempo hacía más preguntas, más discusiones... Y ninguna respuesta. Pero yo esperaba. Mi abuela materna no decía nada al respecto, ni me atrevía a preguntarle, eso que la adoraba y adoro y me sentía muy querido por ella, y por todas, la verdad, pero Güeli era un ser absolutamente especial.

Reales o imaginarios, siempre he jugado con coches y aviones.
Fuente: Internet. Perdí el enlace, lo siento.
Cuando llovía, casi siempre, la mayor parte del tiempo estaba en casa y seguía a mi abuela como si fuese una prolongación de su cuerpo agarrado muchas veces a su falda, sin rechazarme nunca ni percibir el más mínimo gesto de que la molestase; la veía cocinar, lavar en un pequeño arroyo que pasaba por detrás de la casa, sacar agua del pozo, cortar leña para la estufa de hierro con la que una vez casi me parto la mandíbula (por velocidad inadecuada y excesiva, aún tengo la cicatriz en el mentón, “cazu” en asturiano), alimentar de carbón la cocina... De vez en cuando mataba una gallina y era testigo de toda la preparación hasta que estaba en la mesa lista para comer, entonces sí aprendí que eso de la muerte era algo irreversible porque ya cuando la estaba preparando me di cuenta de que difícilmente aquella gallina podría volver en unos días a correr por el prado; no, no podía ser, eso era imposible, una vez que le cortaba la cabeza... adiós para siempre; no veía a nadie, ni animales ni personas, andar por ahí sin cabeza. También me di cuenta, de que había oído muchas veces que a mi abuelo lo habían matado y nunca le había visto, ¿entonces? Antonio no volvería y dejé de esperar, me enseñó mi madre que podía rezar por él, y lo hice, sin saber por qué ni para qué, pero al hacerlo recordaba las veces que me había llevado en el camión, lo feliz que me hizo sentir, y, de un modo natural y automático me di cuenta de que cuando rezaba por Antonio me sentía profundamente agradecido, mucho más que cuando le decía “gracias” después de bajarme del camión. Quizá no fuese tan interesado el cariño que me inspiraba.

Para mí, esto es lo peor que nos puede pasar mientras conducimos.
Fuente: www.fierrosclasicos.com
Como ven, el que les acabo de contar fue el primer accidente de tráfico que apareció en mi vida, y con él, una importante lección que nunca olvidé: No te puedes dormir al volante, Esteban, no te da tiempo ni a saltar, si te duermes... ¡vas a matáte! Más adelante supe que lo peor no es eso, es que también se puede matar a alguien más.

No recuerdo exactamente qué edad tendría, seis o siete años, aproximadamente, cuando me llegó mi primera bicicleta; roja, preciosa, de hombre (menos mal, esto era muy importante), marca “BH”. Sólo tenía un pequeño y humillante defecto: las pequeñas ruedas atornilladas al eje de la rueda trasera para no caerme mientras aprendía a andar. Y también me caía, salvo que fuese muy despacio, no le veía ninguna utilidad a esa “solución”. Pero bueno, eso no duró mucho tiempo, porque ese primer año, en Asturias, apenas pude utilizar la bici pero al final del verano pasamos unas semanas en un pueblo de León, pequeño, tranquilo, llano, con grandes espacios abiertos, con sol (casi siempre, por fin) y muchos caminos de tierra perfectos para andar en bici. Allí, un señor anónimo y de forma espontánea, me enseñó a andar en bicicleta; fue en una sola lección -un poco larga, la verdad- y todavía guardo la sensación de libertad tan grande que tuve cuando después de haberme insistido unas cuantas veces que dejase de mirar la rueda delantera y levantase la vista, por fin, me di cuenta, lo hice, y como por arte de magia comencé a andar sin caerme. Le estoy muy agradecido a aquel hombre y lamento no habérselo dicho más que aquel día. La bicicleta me dio una sensación de libertad e independencia extraordinarias; después de levantarme, asearme y desayunar cogía la bici y, sólo volvía a la casa en la que estábamos a la hora de comer, merendar y cenar, hora que indicaba con increíble precisión mi reloj biológico.

La bici y yo éramos más grandes, pero así me enseñaron.
Fuente: www.sportlife.es
Aquel pueblo de León es La Virgen del Camino, y en él había un aeródromo militar, ¡lo tenía todo! Para mí era perfecto. En ese pueblo de caro recuerdo, otros hombres (¡gracias!) me enseñaron a arreglar los pinchazos y siempre llevaba conmigo parches, herramientas, pegamento, lija y un trapo; y a veces hasta la merienda para no tener que ir tanto a casa. También aprendí, esto por mi cuenta, que conste, a montar y desmotar en marcha de la bici, a andar con ella metido dentro del cuadro y a llevar a mi hermana de paseo para mostrarle todos los sitios hermosos que descubría sentada de lado en la barra y protegida por mis brazos, me encantaba hacer esto. A finales de septiembre o primeros de octubre podíamos ver desde la era las montañas de Asturias, ya con algo de nieve.

En Gijón mi madre apenas me dejaba utilizar la bici, era lógico, resultaba muy peligroso, pero con nueve años, alguna que otra vez, y dada mi perseverancia, me dejaba ir con un amigo que parecía inspirarle más confianza que yo. Con diez años, hice mi primera excursión en un pequeño grupo a cuyo cargo iba un cura del colegio (el padre Ruiz, nuestro profesor), vasco, excelente persona, nos quería, le queríamos y nos enseñaba muy bien, entre otras cosas a jugar al frontón, me gustaba mucho. Con él fuimos, como primera excursión, al cementerio de Gijón un espléndido día de primavera, y nos habló de la muerte, no recuerdo lo que nos dijo, sólo tengo una vaga sensación, tampoco nos desveló su misterio, pero creo que fue desde entonces que la percibo con serena alegría, profundo respeto, gratitud por la vida, y sin miedo.

Esteban

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20 comentarios:

  1. Lo de la vaca me ha recordado a una vez, cuando era niño. Ibamos en un 600 mis padres y nosotros tres camino del Pirineo. Salimos en un pueblecillo mi madre y yo a comprar pan para los bocatas, y entre el 600 y una fachada nos acorraló una vaca. Menos mal que salió mi padre del coche e hizo una buena "faena". Buen reportaje Esteban. Un fuerte abrazo y buen fin de semana amigo.

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    1. Pues celebro la resolución de tu padre, amigo Pepe, porque a veces las vacas dan sustos muy serios, sí. A mí me pasó algo parecido en dos ocasiones y casi hubo una tercera con un torito (no bravo, desde luego); sin embargo los toros bravos nunca me dieron problemas, y es que a veces me escapaba de la base donde hice la mili cruzando una dehesa colindante (Conde La Maza, en Morón, lo conocerás) y si pasabas sin correr ni acercarte a los toros ni se inmutaban.

      Muchas gracias por tu buena opinión y aliento.

      Un fuerte abrazo y feliz fin de semana.


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  2. Maravilloso escrito Tu niñez y tus miedos Me llevaste a la mia cuando en mi casa siendo muy chica mataban algun pollo
    yo no lo comía
    Lo prefiero ahora solo las pechuga que vienen en paquetes y no me trae recuerdos de nada vivo.
    La muerte muerte la viví con mi abuela y con el tiempo tuve que aceptar
    que se nace y se muere
    y que lo importante esta todo entre

    esas dos fechas...
    un abrazo inmenso poeta!!!

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    1. Muchas gracias por los cálidos ánimos que me haces llegar desde “las américas”, Mucha, son muy alentadores.

      Pues en aquellos años, he de confesar que yo sí comía la gallina sin ningún reparo, luego de chaval dejé de hacerlo -sin poder dar ninguna razón sólida-, y hasta ahora. No la pruebo, de ninguna manera.

      Un buen amigo me dijo una vez que tengo un sentimiento trágico de la vida, no estoy seguro, creo que exagera, también es andaluz y tienen fama de ser muy exagerados, seguramente un tópico como tantos. Pero en mis tiempos, ya de niños, la muerte, su concepto... estaba muy presente, sobre todo a través de la religión. Aquí ahora se ha perdido eso, y tengo la impresión de que los jóvenes tienen una idea muy difusa de la muerte, lo que me parece hasta peligroso porque creo que diluye o debilita el instinto de supervivencia.

      Tienes razón, lo inevitable no hay más remedio que aceptarlo y cuanto antes mejor; cuando pienso en estas cosas siempre me asombra la tremenda limitación humana, pues tras miles y miles de años, aún seguimos sin respuestas para las cuestiones más importantes. Hay que centrarse entre esas dos fechas que mencionas, sí.
      Un fuerte abrazo.


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  3. Comparto el gusto por la bici. En ciudad, creo que no hay medio de transporte que dé más sensación de libertad. Y la verdad es que a mí siempre me ha parecido un invento increíble: es de propulsión humana (no requiere combustible) y con ella, en llano, se va a 25Km/h sin casi esfuerzo (es decir, se multiplica por 5 la velocidad respecto de andar sin uso de combustible). Además el precio de su mantenimiento es ridículo. Es infinitamente más barato que cualquier medio de transporte urbano, muy por debajo del precio del transporte público. Y esa sensación de moverse es fenomenal.
    Por otra parte, yo también creo que el sueño al volante es terrible. Creo que es mucho peor que las horas que se lleven al volante. Saludos!

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    1. Estoy de acuerdo en lo que dices de la bici, es verdad, pero utilizarlas en ciudad... Esta debe reunir condiciones, yo creo, ser más o menos llana, tener una buena red de carriles bici... y luego está el tema de los robos, no sé si habrá alguna solución para eso, pero habría que intentarlo porque es muy preocupante.

      El sueño lo veo como una especie de ejército absolutamente invencible, cuando creemos que superamos su ataque, es porque él cesó en continuarlo, sólo eso, puede vencernos cuando quiera. La clave está en diferenciar si el ataque será interrumpido o no, y saber esto es tan difícil como peligroso.
      ¡Saludos!

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    2. Bueno, todo tiene que reunir condiciones. Los coches también tienen problemas en ciudad: atascos, aparcamiento, ....
      Para los robos lo mejor es una cadena rígida en U...
      Saludos,
      Elisa.

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    3. Cierto, cierto...
      Tendré en cuenta ese tipo de cadena que me dices cuando vuelva a andar en bici, aunque en ciudad creo que andaré muy poco. ¿Sabes que me haría mucha ilusión? Hacer el Camino de Santiago en bici ida y vuelta, una por el camino del norte y otra por el francés, a finales de la primavera o comienzo del verano; este año ya no me será posible, pero, el que viene... ¿Quién sabe?
      ¡Saludos!

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    4. Conozco gente que ha hecho este viaje en bici, pero a mí no me verás. Sólo voy por ciudad, hago 13km para ir y volver del trabajo, pero en cambio no estoy entrenada para otros trayectos y me canso mucho en terrenos de montaña. Saludos!

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    5. Tampoco yo estoy entrenado, pero es igual, ya entrenaría por el camino; al principio pocos kilómetros, luego algo más, algún día ninguno... Para mí lo importante es tener tiempo, al menos un mes, y si pudiese sumar dos semanas más, mejor. A ver...
      ¡Saludos!

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    6. Eso sería fenomenal! Saludos!

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    7. ¿Verdad que sí?
      Y si además tuviese una revelación como San Pablo en el camino de Damasco... Una maravilla, aunque me costase una caída. Siempre me impresionó esa historia.
      ¡Saludos!

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  4. Querido amigo: Gracias por hacerme regresasr al pasado en el recuerdo grato a mi triciclo. La verdad que ha sido mi primer vehículo dominado por mi, ya que el cochecito de bebita lo manejaba mi mami. Gracias por empezar a comentar con la sencillez de un triciclo y llegas a parámetros educativos y dignos a repasar siempre.
    Mi agarimo desde mi Galicia en un día bello de sol, olor y esperanza.

    Rosa María Milleiro

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    1. Pues es una alegría saber que este modesto escrito ha servido de imán para traerte gratos recuerdos, querida amiga. Te agradezco que me lo digas.

      Siguiendo el hilo de tu comentario, te diré, que creo que no pocas veces y sin importar la edad, aprendemos cosas sin darnos cuenta y que bastantes veces sabemos más de lo que creemos sobre algunos temas.

      Tu “agarimo” hizo magia, Rosa María, aquí nos llegó un día como el que describes desde el oeste. ¡Gracias!
      Un fuerte abrazo.

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  5. Mejor vivir sin miedo no?
    Me gusto mucho la entrada, saludos!

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    1. Por supuesto, Karu. Creo que del miedo sólo deberíamos conservar la porción exacta que nos resulta útil como parte del instinto de supervivencia.
      Muchas gracias por tu visita y tu comentario. He pasado rápido por tu blog, merece ser disfrutado con más atención y sin prisa. Lo haré en breve.
      ¡Saludos!

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  6. Qué gran entrada Esteban.
    Me encantó el relato.

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    1. Muchas gracias, Carlos.
      Me alegra que lo hayas disfrutado.
      Un abrazo.

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  7. Hola de nuevo Esteban. Paso por aquí para despedirme por las vacaciones, así que un fuerte abrazo, feliz verano y hasta Septiembre.

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    1. ¡Caray! Pues celebro esas vacaciones, amigo. Y voto porque sean un tiempo cálido y feliz para tu familia y para vos.
      Un fuerte abrazo.

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