viernes, 31 de agosto de 2012

PASO A NIVEL (1)

Fue la primera vez que casi pierdo la vida en la carretera y cuando más cerca estuve de ello hasta ahora. Sin duda, la primera siendo conductor. Era un día de verano espléndido, de los pocos que por aquellos años podíamos disfrutar en Asturias durante el estío. Tendría 15 ó 16 años y, sí, conducía, pero una bicicleta pues hasta los 18 –y ya con permiso- nunca manejé un automóvil.


Bicicleta de mujer estilo antiguo.
Fuente: biciclasica.files.wordpress.com
Era mi segunda bicicleta, me había llegado como regalo de Reyes unos 2 ó 3 años antes. Una Orbea muy guapa, sí, de colores blanco perla y verde, pero de paseo y, para más inri: plegable. ¡Yo quería una "de corredor" -así se decía antes- y BH! Además, ni siquiera la había pedido porque me parecía excesivo. Mas era el único medio totalmente autónomo de que podía disponer para moverme más rápido que andando, así que la utilicé para desplazarme por Gijón (la ciudad en que vivía) y explorar sus alrededores: Cabo Torres, La Providencia, Alto del Infanzón, Cabueñes, Deva... Hasta la cuidaba: la engrasaba, ajustaba y cambiaba zapatas, la limpiaba, arreglaba pinchazos, etcétera. ¡Pero era tan femenina! Mi primera bici había sido una BH roja e inequívocamente masculina. Una bici de hombre. Porque en aquellos años había bicis para hombres y bicis para mujeres. En las primeras, el cuadro formaba un triángulo y en las segundas un ángulo, una especie de “V” cuyo vértice hacía una “graciosa” curva y permitía a una mujer subir y bajar de la bici con perfecto decoro. Vamos, una bici ideal para mi madre pero no para mí, menos mal que de vez en cuando un amigo me dejaba usar la bici "de corredor" que él tenía. 


Bicicleta de hombre clásica.
Fuente: www.taringa.net
Me consta que muchos jóvenes que incluso pasan de los treinta hoy día, no saben que en los años cincuenta y buena parte de los sesenta, además de bicis para ellas y para ellos, también había que coger el cigarrillo con la mano izquierda (los hombres) y marcar la raya del pelo hacia ese lado al peinarse; hacerlo en el centro era “indefinido” y a la derecha, “de mujeres”. Ellas tenían dos opciones, nosotros sólo una. Respecto al obligado pundonor femenino, hay un detalle que muy pocas personas saben, y es que, durante muchos años y hasta entrada la última década del pasado siglo, estuvo en vigor un artículo en el Código de Circulación que obligaba a la mujer que viajase como pasajera en moto a ir sentada de costado, y, especificaba: con las dos piernas hacia un lado. Que dicha postura fuese netamente más peligrosa que ir sentada a horcajadas (como en buena lógica se debe hacer actualmente) no importaba, ante todo había que ser consecuente con la famosa afirmación de Franco de que España era “la reserva espiritual de occidente”, lo curioso es que el dictador murió en 1975 y el mencionado artículo continuó en vigor durante casi dos décadas más. Curioso, ¿verdad?

A pesar de todo, llegué a sacar buen partido de aquella bici, tenía una catalina muy grande y un piñón bastante pequeño; era muy joven, estaba sano (a Dios gracias) y pude disfrutar bien de la velocidad muchas veces hasta el punto de que dentro de Gijón (no en los alrededores) llegaba a cualquier sitio antes que cualquier coche. También hacía trampa, todo sea dicho, y no me detenía en los semáforos en rojo salvo que hubiese un peligro inminente o un guardia a la vista.



No es el paso a nivel de la historia pero parece de aquella época.
Fuente: wavetrain,no/es/ 
Con estas premisas, aquel día, mediado el mes de julio decidí llevar a cabo el plan que tenía para realizar mi primer viaje… un poco largo: Gijón-Salinas-Gijón (unos 65 km en total). Recuerdo que, aproximadamente, a mitad del camino había una suave subida a la que seguía una bajada bastante larga, en recta y que acababa en un paso a nivel. Por supuesto, me esforcé cuanto pude en alcanzar la máxima velocidad posible e iba ensimismado en su disfrute, de tal modo, que ni me di cuenta del paso a nivel hasta que ya muy cerca vi las barreras bajadas  (entonces eran de metal, en forma cilíndrica y huecas, creo), el cuerpo ya lo llevaba bastante inclinado hacia adelante en toda la bajada pero agaché la cabeza aún más y pasé por debajo. Sin acabar de pasar la segunda barrera, algunos peatones que estaban esperando a que cruzara el tren (clarísimo síntoma de su inminente llegada que no había percibido) gritaron: “¡Ayyyyy, que se mata!” 


Cuadro de Carlos Roces
Fuente: lavagoneta.blogspot.com.es
Justo pasando esta barrera sentí el tren a mis espaldas y su pitido constante (antes ni eso), me incorporé un poco mirando atrás a la vez y todavía vi sus últimos vagones y a aquellas personas dando voces y haciendo gestos airados, ahí sentí mucho miedo y me dieron ganas de parar, pero también me dio miedo  que aquella gente me linchase, así que seguí pedaleando fuerte y no paré hasta sentirme bien a salvo. Entonces volví a vivir lo ocurrido, como a cámara lenta y desde otra perspectiva sintiendo pánico y temblor. Entonces fui plenamente consciente de que estuve entre unos 2 y 5 (a lo sumo) segundos de la muerte y por partida doble: el tren, y antes la barrera, contra la que no me rompí la cabeza de milagro, pues me di perfecta cuenta de que en realidad no había hecho ningún cálculo, tan solo la vi y me agaché cuanto pude, puro instinto. ¿Cómo pude ser tan absolutamente inconsciente y estúpido? Ni lo supe entonces ni lo sé ahora, ni lo descubrí tampoco en tantas veces como conté esto a mis alumnos. Ni siquiera me sirve el atenuante de que estaba en el límite de mis fuerzas (ni mucho menos), ni de que la bajada había sido tan intensamente emocionante y liberé tanta adrenalina que… ¡No! Creo que fue un acto de pura inconsciencia que estuvo a un suspiro de costarme la vida. No tardé mucho en recuperarme del susto y seguí con mi plan, en Salinas disfruté de la mar y luego regresé a Gijón sin más novedad y dando gracias a Dios.


Es lo que parece: Al lado del paso a nivel el cementerio. Cerca de Llanes, Asturias.
Fuente: www.elcomercio.es
De vez en cuando, se ven en las carreteras acciones tan extremadamente peligrosas como la que acabo de contar y protagonizadas por todo tipo de conductores -incluso profesionales- y con todo tipo de vehículos. Algunas acaban en accidentes con fatales consecuencias, algunas, estoy convencido, se deberán a “vacios de consciencia” como el que yo mismo tuve (o me permití) en aquella ocasión. Decía Leibniz que “la inteligencia es un proceso evolutivo de consciencia”. Conviene utilizar la inteligencia, una potencia del alma, como decía el Catecismo.


Playa de Salinas, Asturias.
Fuente: www.asturiasenimagenes.com
Aquel día, mi voluntad (otra potencia del alma) adoptó como firme e irrevocable decisión extremar el cuidado al conducir para que jamás me volviese a suceder nada semejante y a cuestionarme durante y después de cada recorrido si lo estaba o había hecho bien, no solo en ellos, pero especialmente en los pasos a nivel, con o sin barreras, funcionen bien o no; considero que quien conduce el tren nunca puede tener la culpa de lo que suceda en ellos. A pesar de esto, sin embargo, unos años después…



Esteban

13 comentarios:

  1. Como madre, tu historia me pone los pelos de punta, Esteban, es que con esa edad, no se tiene demasiada idea del peligro hasta que, como te pasó, estuviste a punto de perder la vida. Mi hijo mayor se mueve por Buenos Aires, únicamente en bicicleta, e incluso, va a dar clases en la facultad y no viaja de otra forma que en ella. Tiene unas cuantas: una "plegable", una inglesa que sólo tiene por hobby, y por supuesto, la bici de hombre como corresponde, jajajaa
    La ciudad es tanto o más peligrosa para andar en bici, que la campiña. Tuvo un par de accientes menores y unos cuantos magullones pero por fortuna, nada grave. Hay que estar muy atento, pero la cosa es que los automovilistas en general, no siempre lo están.

    Excelente historia, un verdadero llamado de atención en carne propia, o sea, un llamado de experiencia.

    Un beso grande, cariñoso y con abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Liliana, porque tus primeras palabras me arrancaron una carcajada. Pero nada temas, porque ni tu hijo tiene la edad que yo tenía ni será tan boludo (¿viene bien al hilo?) como yo. Por supuesto, mi madre es el día de hoy que no sabe nada de aquella historia y salvo que yo se lo enseñe (no lo haré) es sumamente improbable que se entere. Es más, en su momento, no lo conté a nadie, empecé a hacerlo cuando ya llevaba un tiempo enseñando a conducir y de forma sistemática en las clases de teórica cuando llegaba el momento de hablar de los pasos a nivel. La segunda parte la publicaré hoy o mañana y creo que te gustará más.

      Me alegra muchísimo saber de vos, en la forma que sea y agradezco enormemente tus palabras.

      Mineral, con la energía del carbón, padre del diamante, te envío un fuerte y cariñoso abrazo.

      Eliminar
    2. Ahora soy yo la que largó la carcajada, Esteban, es cierto que mi hijo ya no tiene la edad que tenías durante el incidente, pero a las madres siempre nos parece que son chicos. Por eso "ojos que no ven, corazón que no siente". (La de cosas que no me contarán... jajajaja)

      Un beso gigante con abrazo incluido :)

      P.D.: ¡Qué piropo hermoso! ¡Gracias!

      Eliminar
    3. Pues me alegra tu risa, y a cambio, yo he recibido una lección de vos: Claro, qué importa la edad del hijo para la madre. Me molesta que las barreras biológicas tengan su reflejo en la mente, no obstante he aprendido algo más y eso es lo que importa; además, ¡qué mejor manera de mantenerse joven!

      De nada, de nada... ¡Un abrazo fuerte!

      Eliminar
  2. Hola Esteban y Liliana:

    Mi hijo mayor pronto tendrá esas edades y, desde luego, cualquiera que coja la bicicleta a diario sabe que es una sensación de libertad muy grande pero que hay que ir con 4 ojos. Ójala en pocos años la bici tenga en ciudad el papel que le corresponde, pues su efecto en la salud de todos y en el bienestar de los habitantes es inmenso (véase cualquier ciudad del norte de Europa, o incluso, aunque no he estado, creo que es un buen ejemplo la ciudad de Vitoria).

    Saludos!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Elisa:

      Espero que a la natural preocupación por tus hijos, que la imagino así “natural” y nada desmedida (lo que considero malo y contraproducente para hijos y padres), esta historia no le añada ni un gramo de temor. Todo lo contrario, creo que en ella se ve que podemos disfrutar de mil cosas que nos ofrece la vida sin añadir más riesgo del que implica en sí misma, basta con ser conscientes. Pienso que mi error fue ser un perfecto inconsciente en aquellos momentos y que la edad no tiene mayor importancia, puede ocurrir en cualquier etapa. No les pasará a tus hijos, ya verás. Es que yo también... Soy torpe y lento para aprender y creo que a veces necesito un empujón, algo contundente; por ejemplo, con decirte que aprendí el Teorema de Pitágoras gracias a un soberbio bofetón que me dio el profesor al lado de la pizarra y delante de toda la clase... pero eso sí, es el día de hoy que aún sé desarrollarlo y a partir de aquel momento empecé a destacar en matemáticas. No le guardo rencor al profesor y le estoy agradecido, eso que lo peor no fue el dolor, creo que ni lo sentí, fue la vergüenza que pasé, además era verano, había chicas en clase... No sigo, que acabaré llorando.

      Moltes gràcies! ¡¡¡Saludos!!!

      Eliminar
    2. Madre mía lo del bofetón!!!
      No, las preocupaciones no pueden ser desmedidas. Por más que suene mal lo que diré, a mí, que me gusta muchísimo viajar, siempre explico que prefiero morir un día en un avión que no limitar mi vida no viajando por miedo. Cuando la precaución se convierte en una cárcel donde no puedes hacer ni esto ni aquello 'por si pasa algo'... malo.

      Eliminar
    3. Moltes gràcies por el “pésame”, Elisa!
      No, no suena mal lo que dices. Estoy contigo, y la expresión: “Cuando la precaución se convierte en una cárcel”, es perfecta.
      ¡Saludos!

      Eliminar
    4. Elisa, comparto que en bici se deben tener cuatro ojos, a veces esa sensación de libertad tapa los potenciales peligros.
      Ayer, mi hijo menor, fue a dar una vuelta en bici con un compañero. Llegaron a la mismísima Costanera del Río de la Plata, no sé cuantos kilómetros pero Buenos Aires es inmensa, llena de automóviles, peatones y autobuses... hasta que no llegó, no respiré :)

      Besos a los dos.

      (Eso del bofetón dolió, Esteban... ¡Qué tiempos! "La letra, con sangre entra", te decían y luego te sacudían.)

      Eliminar
    5. Dolió en mi orgullo (la palabra "autoestima" ni se conocía por entonces), pero fue el detonante para que pegase un brinco que supuso mi despegue en el aprendizaje de las matemáticas.

      ¡Otro fuerte abrazo!

      Eliminar
  3. Has contado a la perfección una historia que nos llega y nos invita a tener precaución con los pasos a nivel.
    Muchas personas pierden la vida en ellos; no solo conductores, sino peatones.

    Un abrazo muy grande.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Agradezco mucho tus palabras Towanda, tu visita y tus relatos, porque los disfruto.

      Es verdad lo que dices sobre los peatones y en la tercera entrega que haga sobre este asunto escribiré algo al respecto. Además, sucede que en mi familia, los de mi generación, tenemos muy presente un trágico suceso que ocurrió en la anterior y que solo vivimos de oídas, pero bastaba con ver la cara de mi abuela (Güeli) y su mirada perdida sin asomar una lágrima, sin decir una palabra, sin exhalar un suspiro (ella, que suspiraba tanto) para darnos cuenta, aún siendo niños, del terrible dolor que sentía cuando alguien hablaba de Carmina una de sus seis hijas (dio a luz a seis chicas y un chico) que con 17 años, un día de San Pedro, camino de la verbena la pilló el tren. Iba andando por la vía, había varias y camino al lado. Iba cantando, se dio cuenta de que se acercaba un tren a su espalda, la avisaron, pero ella estaba convencida de que el tren venía por la otra vía. Le gritaron; iban varios chicos y chicas, ninguno creyó ni por un momento que no se apartase. Güeli (Cira) tuvo una fuerte intuición antes de que nadie le dijese nada y salió corriendo hacia las vías, en ese corto camino se encontró con quienes iban a avisarla.

      Bueno, antes no acabé llorando pero ahora sí. No importa, porque... ¡Nunca se sabe! Tal vez a alguien le venga bien conocerla. También lloré con la escena tan parecida que se ve en “Tomates verdes fritos”, seguro que lo estás pensando.

      Un fuerte abrazo.

      Eliminar
    2. Donde puse "verbena" debí escribir "romería". No es lo mismo.

      Eliminar