Que cierto es el famoso dicho: “El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra”. Por lo menos para el abajo firmante, a pesar de que siempre he tenido (y tengo) muy en cuenta la decisión que tomé aquel día de verano del que hablé en la entrada anterior.
Cuadro de R8 TS, es el día de hoy que me encanta. Fuente: 8000vueltas.com |
Pasaron unos doce años más o menos, yo tendría unos 28 y la estación también era otra: otoño. Una docena de años en esas edades supone una serie de cambios sucesivos y cruciales en la vida de todas las personas, mi caso no iba a ser diferente y respecto al manejo de vehículos pasé de poder andar sólo en bici a manejar todo tipo de automóviles, incluidos tractores agrícolas. En ese periodo logré obtener todos los permisos de conducir. También había comenzado a enseñar a conducir (mes y medio antes de cumplir los 23), sin título, pero pude sacarlo en junio de ese año. Cuando ocurrió lo que voy a contar llevaba a mis espaldas, por lo menos, un cuarto de millón de kilómetros con todo tipo de vehículos y en todo tipo de carreteras, viajes y condiciones. Creo que podría decirse que era un conductor experto, mas no pecaré de falsa modestia si afirmo que era consciente (en serio) de que aún no lo sabía ni lo sé todo.
R8 TS Hermano gemelo del coche de la historia Fuente: www.mundoanuncio.com |
Muy probablemente corría el año 1982 y yo tenía un coche del que siempre había estado enamorado y que compré de segunda mano. Era como un Porsche, como solía decir a mis sorprendidos amigos cuando me lo oían contar, pero con otra forma, otro logotipo, bastante menos potencia, un par de cilindros menos... pero dos puertas más, tres plazas más... Fue el coche más divertido que he tenido nunca, era un R8 TS de los últimos que se hicieron en Valladolid, estaba pintado de color naranja (original) y tenía dos rayas negras de distinta anchura pintadas a lo largo de el lado izquierdo de ambos capós y el techo, también llevaba las llantas originales del Alpine de FASA combinando negro y plata. Así estaba cuando lo compré, tenía pocos años, no muchos kilómetros y ni que decir tiene que me encantaba.
Seguramente sería un sábado aquel día de otoño en que había quedado con mi padre en Sama de Langreo para vernos y pasar un tiempo juntos. Él vivía entre Madrid y México (DF) y yo en Bilbao, me dijo que iría unos días a Asturias y quedamos. Al final del día, una de nuestras conversaciones se tornó conflictiva y árida, adoptamos posturas extremadamente opuestas que nos llevaron a una fuerte discusión, muy fuerte. En ese momento estábamos en casa de su madre y dado que nuestros argumentos chocaban de frente como dos trenes, decidí irme.
Conocía y conozco muy bien la carretera entre Sama y Gijón, la carretera carbonera, que en el tramo que pasa por la cuenca minera del Nalón tenía (ahora ya no) siempre una fina película de polvo de carbón que la hacía deslizante hasta en seco. Cuando me monté en el coche no era muy tarde pero sí completamente de noche y llovía suavemente. Rumbo a Gijón y prácticamente a continuación de Sama, está La Felguera. Iba bien, pero con la sangre a punto de ebullición y el ánimo muy, muy disgustado; desde luego mi mente seguía en casa de mi abuela paterna. Cerca de la salida de La Felguera hay un paso a nivel que conocía perfectamente (y aunque no lo conociese es igual, ¡se ve!) pero como mi cabeza se había quedado atrás me di cuenta in extremis de que la barrera estaba bajada.
El TS llevaba esta llanta del Alpine, precioso coche. |
Frené muy fuerte y logré mantener el coche en su sitio a pesar de que intentó “bailar” con muchas ganas, pero el morro del coche entró entero por debajo de la barrera hasta quedar ésta a unos dos dedos del parabrisas. Solté un taco, tomé aire, vi que estaba solo, puse marcha atrás y me separé. Entonces bajé la ventanilla entera (necesitaba más aire) y pude ver que el señor que bajaba y subía las barreras empezaba a andar hacia mí asustado y con la mejor de las intenciones al tiempo que decía algo así como: “Pero chaval, qué...” No le dejé seguir ni que se acercara más, ya estaba muy caliente como para que nadie me echase la bronca, en ese momento era un peligro, temí que aquello fuese la gota que colma el vaso y, sí, fui muy desagradable y le dije: “Tienes razón, pero no me digas nada, ¡no me digas nada! No vaya a ser que pagues la culpa que no tienes”. Aquel señor asintió con un gesto y un “vale, vale” al tiempo que regresaba hacia su garita. En el tiempo que tardó en pasar el tren, mi cabeza volvió a su sitio y se puso al mando, al reanudar la marcha le hice un gesto de perdón con la mano al guardabarreras y llegué a Gijón sin más novedad. Antes de entregarme al sueño me dije de todo y nada bonito -otra vez que casi te matas en un paso a nivel, ¡serás imbécil!-, aunque sí, sí que dije algo bueno de mí a ese otro “yo” que tanto reñía, sería pura vanidad, mas qué demonios era cierto: pero qué bien frené, eh, bloqueando lo justo, dejándolo ir un poco, sin salir del carril en ningún momento -y era estrecho-, no me lo negarás, fue perfecto. Luego di gracias a Dios, aunque ya lo había hecho y dormí muy bien. Hasta ahora, no he vuelto a tener ningún otro problema con los caminos de hierro. Toco madera.
Fuente: www.jctren.com |
Esta historia y la anterior, las contaba siempre en clase de teórica cuando llegábamos al tema de los pasos a nivel. Y añadía una observación sobre una escena que todos hemos visto muchas veces en el cine. Es aquella en la que el protagonista, sometido a un grave problema y mucha tensión coge el coche y se pone a conducir sin rumbo, pero no huye, solo busca evadirse del problema y la tarea de conducir no tiene más objeto que servir de terapia o analgésico, o ambas cosas, temporalmente. El fin de la acción es un trágico accidente o el comienzo de una feliz solución del problema del protagonista. Que suceda uno u otro desenlace, depende del nivel de conducción y de la gravedad subjetiva del problema.
El nivel de conducción es determinante porque solo si es alto, o al menos por encima de la media, podemos tener la mente suficientemente entrenada para conectar con vehículo, vía y tráfico automáticamente en cuanto nos sentamos al volante, pasando de inmediato todo lo demás a segundos planos fuera del foco de nuestra atención. De ahí, que en muchas películas podamos ver cómo el protagonista regresa del paseo en automóvil con un estado de ánimo y mental mucho más favorables para retomar el conflicto que tenía.
Si el problema lo vivimos en el límite de nuestra capacidad para soportarlo o la sobrepasa, por elevado que sea el nivel de conducción que tengamos, nuestra mente no desconectará de él cuando nos sentemos al volante. No deberíamos conducir, la posibilidad de sufrir un accidente es muy alta. Es muy probable que asumamos riesgos que en condiciones normales no nos los hubiésemos permitido e inducidos por pensamientos de este tipo: Bah, total, que más me da si me salgo en esa curva y me caigo por un barranco. Hay que tener mucho cuidado con esto, podemos ir camino de un suicidio más o menos inconsciente y, siendo esto ya algo terrible en sí mismo, aún lo es más que seguemos la vida de un inocente.
Este escudo y estos vagones me fascinaban absolutamente cuando era niño. El "coche-cama" me dejaba con la boca abierta. Fuente: wagonslits.blogspot.com.es |
Si el nivel de conducción aún es bajo, no hace falta que nuestro problema sea muy grave para evitar conducir. Identificar si podemos hacerlo o no, es fácil. Verán, ha habido veces en mi vida, como en la de todos, que me he sentido muy preocupado por algún problema al que no le veía solución, que me obsesionaba y hasta atormentaba. Tenía ánimo y mente en él. Me montaba en el coche, arrancaba el motor... Si no lograba desconectar de mi preocupación, enseguida veía que cometía errores de principiante: calaba el coche, movía al revés la palanca del intermitente, ponía 3ª por 1ª, tocaba al coche de delante o al de atrás (no lo hago nunca, salvo error -muy raro- o que esté totalmente obligado), me descubría mirando tarde por el espejo, etcétera. Entonces paraba, aunque aún no hubiese iniciado la marcha y me planteaba seriamente si podría seguir o no. Si podía volver a empezar sin equivocarme en nada, había conectado mi mente con la tarea de conducir, podía hacerlo y lo hacía pero vigilándome estrechamente, si no lo dejaba. Generalmente, sucedía como en la historia que conté aquí, que mientras pasaba el tren mi mente regresó a donde estaba el resto del cuerpo y tomó el mando del vehículo y de la situación. Pero hubo algunas ocasiones -muy pocas, pero las hubo- en que fue el resto del cuerpo en busca de la mente, y andando. En 1990 sufrí (no solo yo) “un hachazo invisible y homicida” como dijo mi admirado Miguel Hernández en su bellísima y tristísima “Elegía a Ramón Sijé”, que me impidió conducir durante algo más de dos semanas. Ni lo intenté. Solo me subí a algún que otro coche como pasajero y, sorprendentemente, ni siquiera me fijé cómo conducía la persona situada tras el volante. No me importaba.
Sí, viajé en locomotoras de vapor. Fuente: ftp.uktrainsim.com |
Aunque solo sea la expresión de un deseo, es sincero y sentido: ¡Ojalá, nunca tengan problemas graves! Pero los tendrán. Si el problema surge en marcha, conviene tener muy presente que el pedal del freno sigue estando al lado de nuestro pie derecho y, puesto que todos llevamos un teléfono móvil o celular, se puede pedir ayuda de inmediato. Por favor, recuerden también que a veces, por mucho dinero que pueda costar un taxi, puede ser muy barato.
Mi padre, ¿recuerdan? El otro protagonista de la historia, “sabía latín”, como se decía antes (y literalmente, hasta lo hablaba como quien habla francés); había estudiado para cura, estuvo a punto de ser ordenado sacerdote... Sabía mucho, y aprendí algunas cosas importantes de él que procuro no olvidar nunca. Pues bien, mi padre decía muchas veces que: “Dios nunca da un problema que exceda tu capacidad de resolverlo”. Amén.
Esteban
Hay días que no das una y días que estás preparado/a para cualquier tarea, y no hay nada malo en reconocerlo.
ResponderEliminarCreo que es la primera vez que leo que alguien que conduce habitualmente reconoce durante dos semanas que no está para conducir y deja de hacerlo. Es el primer caso que conozco, la verdad. Y me parece muy honesto y muy solidario con los demás usuarios de la vía.
Saludos!
Gracias Elisa, pero no le veo mérito, sinceramente. Creo que actúo así por una cuestión de pura supervivencia, en primer lugar, y porque me resulta obvio que los demás no tienen por qué pagar por mis errores. Claro, que nunca estaré libre de cometerlos -en términos absolutos-, pero si ya de entrada tengo datos para ver que es más probable que los cometa, pues me abstengo.
EliminarPor otra parte, y no es modestia, creo que tiene que haber muchas más personas que actúen de un modo semejante. Si por dolencias del cuerpo y/o del alma uno no está para trabajar se queda en casa, ¿no? Y los dolores del alma suelen ser más incapacitantes que los del cuerpo. Imagino, que también sucede mucho que estas cosas quedan solo en conocimiento de los íntimos.
¡Saludos!
La historia, Esteban, una vez más grafica la extraordinaria capacidad que tenés para la docencia. Tus errores no han pasado de largo por tu vida, lo has sabido capitalizar en experiencia, en otras palabras, has aprendido y estás transmitiendo ese aprendizaje en forma impecable.
ResponderEliminarEs cierto que los problemas ocupan nuestra cabeza y esta "se nos va" sin pedirnos permiso, incluso, a los que viajamos en autobús nos suele pasar que sigamos de largo en lugar de bajarnos donde deberíamos. Pero claro, esto no es peligroso como el hecho de conducir a ciegas. En Buenos Aires, los accidentes en pasos a nivel son muchísimos y un verdadero horror. Deberías venir por estos lares a dar tus magistrales clases.
Tu padre tenía razón “Dios nunca da un problema que exceda tu capacidad de resolverlo”, mi capacidad debe ser inmensa ;)
Besotes, Esteban.
Muchísimas gracias por tus palabras, Liliana. Pero, vamos a ver, ¿vos sois argentina o andaluza? (Por aquí se dice que los andaluces son muy exagerados). De nuevo, y en serio, agradezco enormemente la opinión que te merece lo que escribo.
ResponderEliminarProbablemente, en tu país y a algunas personas les podría enseñar algo, pero seguro que yo aprendo más. He leído últimamente noticias de accidentes en pasos a nivel en Argentina; sí, son horribles y llamaron mucho mi atención. Por cierto, hasta puedo recomendarte una autoescuela en Buenos Aires (http://www.vilma-azcurra.com.ar/), me consta que la mujer que la lleva es una excelente profesional, además, fue la primera persona que me pidió un libro desde que estoy en la galaxia de Internet, me hizo mucha ilusión y me resultó muy curioso, ¡una colega y desde tan lejos! Por supuesto que haría el viaje encantado, ahora me resulta sumamente difícil, pero si Dios quiere lo haré.
Tengo mucha fe en eso que decía mi padre, pero tengo más en esa capacidad que mencionas con tendencia a infinito y en mi deseo de que nunca se colme.
Un fuerte abrazo mineral.